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La marcha de la poesía y del desagravio
Luz Marina López Espinosa / Domingo 7 de abril de 2013
 

Este nueve de abril de 2013, el pueblo colombiano en su expresión más auténtica, el conformado no por “la opinión pública”, los empresarios y conglomerados dueños de los medios de comunicación, sino por los campesinos, indígenas y negritudes, las organizaciones sindicales, de derechos humanos y el nuevo movimiento popular y alternativo Marcha Patriótica, han convocado una gran Marcha Nacional y concentración en la ciudad de Bogotá en apoyo de las negociaciones de paz que se adelantan en la ciudad de La Habana entre el Gobierno Nacional y las insurgencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC-EP.

Esa gran Marcha por la Paz tiene por lo pronto y en lo inmediato, además de su significado obvio, una doble connotación: de una parte, que va a ser una expresión contundente de la voz del soberano –art. 3º de la Constitución, la soberanía reside en el pueblo- en favor de la causa que la convoca y desautorización a la extrema derecha que con saña ataca esas conversaciones. Y de otra, es homenaje y desagravio al pueblo y a una de sus figuras señeras, el Caudillo Jorge Eliécer Gaitán asesinado un nueve de abril, el del nefasto año de 1948.

¿Por qué se articuló la marcha con dicha fecha? Por una razón tan sencilla como transcendental dada por la historia. Porque se quiere además conmemorar que ese 9 de abril marcó, al tiempo que un punto muy alto en la violencia que las élites liberal-conservadoras impusieron al pueblo en favor de su dominación, la muerte de la esperanza de la paz. Y el caudillo Gaitán hacía apenas dos meses había convocado la más formidable concentración que se hubiera hecho nunca, en la Plaza de Bolívar de Bogotá, en donde en medio de conmovedor silencio, sin gritos ni consignas y como orador único, pronunció la celebérrima Oración por la Paz donde clamaba al presidente conservador Mariano Ospina Pérez compasión por los miles de humildes compatriotas que el gobierno asesinaba en los campos y pueblos de Colombia. La respuesta fue el aumento de los crímenes oficiales y el asesinato del orador.

Por eso, en una circunstancia histórica similar por los niveles de violencia que se viven, la degradación de la confrontación por parte del gobierno con el uso de hordas paramilitares como estrategia militar contrainsurgente y su secuela de miles de opositores desaparecidos, millones de campesinos despojados de sus tierras y desplazados, y el horror de los alrededor de dos mil jóvenes pobres asesinados por el ejército para reclamar recompensas y beneficios al presentarlos como “guerrilleros dados de baja en combate”, también habrá una segunda Oración por la Paz como punto central de la marcha que convergerá en la emblemática Plaza de Bolívar.

Se tiene entonces que lo que veremos tiene profundos significados políticos, jurídicos y morales: será expresión de la hasta hoy burlada soberanía popular, hecha patente en un mandato popular a la manera de un plebiscito nacional auto convocado y auto legitimado, a la vez que manifestación de la voluntad de concordia que anida en el corazón flagelado del pueblo colombiano. Derecho el de la Paz –otro- consagrado así y como deber en el artículo 22 de la Carta, sin que ello nada parezca significar.

El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán produjo el mítico Bogotazo, expresión de ira e indignación del pueblo que dejó miles de muertos y el incendio y destrucción del centro de la capital. La impunidad total de este crimen vino a ser revocada por la sentencia popular que a la antigua usanza, pregón que recorriera plazas y caminos, notificó al mundo que el autor del crimen había sido la oligarquía y dirigencia liberal y conservadora tan zaherida por el caudillo, tan complacida con su muerte, tan gananciosa con ella. Uno más entre los muchos dolorosos desengaños que ha padecido el pueblo colombiano en su bicentenario devenir republicano. Por eso este próximo 9 de abril de 2013 es también desagravio de ese pueblo burlado que entonces como hoy se rebela a que su destino sea cavar la tumba de sus hijos. Se honra al líder que con sus palabras construyó perenne monumento a la Paz, y al pueblo que lo adoptó no como su hijo sino como su padre, en cuyo verbo encendido puso sus esperanzas, en momentos donde el horror caminaba con galones e insignias oficiales por los villorrios de la patria sembrándola de cadáveres.

La marcha por la paz de este 9 de abril es categórica desautorización de esa extrema derecha liderada por un ex presidente de la república de ingrata recordación, que considera que un acuerdo de paz es claudicación de los buenos frente a los malos, concesión inadmisible de una sociedad pacífica y laboriosa víctima, a unos violentos y desalmados, victimarios. Y que en consecuencia, lo ético y justo es seguir la guerra. Estos argumentos sólo tienen de verdad y de mérito la demostración de la dureza de corazón de quienes los esgrimen. Y de cómo –cosa increíble, cosa inaudita-, la guerra y la muerte, son útiles y buenas para unos, los beneficiarios de un estado de cosas ominosos, un statu quo que permite riquezas sin cuento, a costa de incontable miseria.

No es entonces por capricho o manía que aquellos prefieran la guerra y la muerte a la paz y la vida. Aquellas son su negocio. Y la Paz lo viene a dañar porque, es inexorable, ha de venir atada a reformas que en algo reviertan la insostenible inequidad que afecta a las mayorías. Y que de paso, como las grandes alamedas de Allende, abran las cárceles donde el régimen confina a los miles, que muchos más con el verbo que con las armas, impugnan ese estado de cosas inmoral.

Abril es el mes más poético del año. Su misma sonoridad lo emparenta con las musas. Y hasta las lluvias con las que lo enlaza la meteorología popular, trae remembranzas bucólicas cuando las soñamos en los pastizales. Para no hablar de la poesía que en efecto los bardos le han cosechado. Pero aquí y ahora, en esta Colombia y abril del 2013, ninguna causa más inspiradora que sus eternos y antiguos motivos: la lucha de la humanidad por la paz y la justicia.