Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra
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Muchos muros
Matilde Quevedo / Martes 4 de marzo de 2008
 

Muchos muros, extensos muros, se levantan sobre los costados de la histórica calle 45 de Bucaramanga, más conocida como la calle de “Los Lamentos” por encontrarse allí el hospital psiquiátrico, el cementerio municipal y la cárcel Modelo. En esta última, unas cuatrocientas mujeres apretujadas contra uno de esos muros blancos que separan “los malos de los buenos de nuestra sociedad”, bajo el ardiente sol que ya ha dejado huella sobre sus rostros, algunas madres, otras hijas, esposas, amantes, compañeras, amigas, arriban allí cada domingo para reencontrarse con sus hombres, privados por distintas razones de la llamada libertad.

Después de luchar entre ellas por obtener la marca sobre su brazo que determinará el orden de ingreso a la penitenciaria, las mujeres se sientan sobre los andenes, a lado y lado de la calle y comienzan casi al unísono el ritual de acicalamiento: un poco de polvos que cubra el brillo del rostro, un lápiz labial fuerte, un escote profundo que deje ver el tatuaje en su pecho, las faldas cortas, un poco de perfume, soltarse el cabello y con un poco de coquetería hacerlo danzar sobre sus hombros.

La calle de "Los Lamentos” por un día se transforma en una pequeña feria. Cada exigencia, cada requerimiento del INPEC para ingresar a ver a los detenidos, se convierte en un posible negocio en este país del rebusque: venta de bolsas blancas, pues las de rayitas azules o las negras no pueden entrar; guarda-equipajes ambulantes en los que las mujeres dejan sus maletas, sólo se les permiten el ingreso de algunos alimentos preparados, así que los otros equipajes deben quedar fuera; alquileres de faldas y zapatos bajos, los tacones están prohibidos; pollos asados, almuerzos corrientes, aguacates, buñuelos, pedazos de algodón para borrar los sellos de la entrada a la cárcel. El amplio mundo del “comercio informal” o de “la economía del rebusque”, se da cita allí todos los domingos junto a las mujeres que visitarán a los detenidos.

Luego de comprar, alquilar y guardar lo necesario, hay que ingresar a un “falso túnel” de malla que se levanta junto al muro exterior de la cárcel, soportar a un “predicador de la palabra de dios” que aprovechando la imposibilidad de fuga que crea el mencionado túnel, intenta “convertir” a estas mujeres descarriadas; para entonces sí ingresar a la cárcel. Pero no a visitar a quien se quiere, para esto primero hay que soportar las respectivas requisas de los oficiales del INPEC.

En un primer salón la comida es chuzada, olida, revuelta; luego cada mujer es sometida a una cuidadosa inspección a través de aparatos que delatan el porte de metales y, finalmente, cada una de ellas es olfateada por un can antinarcóticos. Todo ello dispuesto para que no ingresen armas y drogas a la penitenciaria, principalmente; como si no fuera conocido que éstas ingresan no con las mujeres que van cada domingo, sino a través de los oficiales corruptos que reciben algunos pesos por no ver lo que entra por otros medios.

Allí, después de pasear por este escenario que oscila entre los extremos de lo trágico y lo cómico, vimos en una silla, detrás de unas rejas como a la espera de una visita, a Andrés Gil, quien con su particular efusividad nos abrazó y nos introdujo en el particular mundo del patio cuatro de la cárcel modelo de Bucaramanga. Se fueron acercando Don Oscar, Don Ramiro, Huepita, Don Evaristo y Mario. El Don es para esos señores que nos generan un respeto por su recorrido en la vida, por su experiencia, por los más de veinte años en la región del valle del río Cimitarra, por el sombrero que siempre los acompaña. Andrés y Mario son compañeros de trabajo contemporáneos, por eso no les decimos Don. Y a Huepita, es casi imposible decirle Don Miguel, pues su actitud entusiasta ante la vida, aún en estos momentos, impide utilizar apelativos de autoridad con él.

En el patio cuatro de la cárcel modelo de Bucaramanga están seis integrantes de la Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra (ACVC) que a pesar de estar recluidos injustamente en una prisión, no dejan de preocuparse por la situación de la Zona de Reserva Campesina, no dejan de opinar sobre el desarrollo, el actuar del gobierno y los intereses geoestratégicos sobre la región del valle del río Cimitarra. Y aquí no hay que recurrir al Don para hablar de cada uno de ellos, a la hora del trabajo somos simplemente compañeros.

El domingo se fue en recorrer un patio mal dotado de unas cuantas mesas y sillas, en ver a los detenidos “matar el tiempo” en improductivos juegos de naipes, en sentir la angustia de cada detenido a la espera de una visita que quizás este domingo tampoco llegue, en tomar tinto y apretujarnos en la celda de Andrés y Don Evaristo para hablar de las réplicas de los cuadros de Diego Rivera que están tallando, en bromear sobre los kilos de menos y los kilos de más que les acompañan, en caminar los corredores.

El día se nos esfumó en sentir los olores y la humedad de esos muros que hoy separan a Andrés, Mario, don Oscar, Don Ramiro, Don Evaristo y a Huepita de sus mujeres, de sus familias, de sus cultivos de maíz, de yuca y de plátano, de la música llanera que tanto nos gusta escuchar de la voz de Huepa (¡je!), de las reuniones de trabajo, de nosotros, del valle del río Cimitarra que los extraña, que quiere verlos de nuevo en una canoa recorriendo sus curvas o montados a caballo por entre los caminos que hace tiempo viene construyendo la ACVC por estas tierras.