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Paro nacional agrario y popular
Esa sangre no se desprecia
Luz Marina López Espinosa / Miércoles 28 de agosto de 2013
 

Pero no es sólo la sangre, porque bien podría no haberla habido –y nunca debió haberla-, y la fuerza, cubrimiento y mística de la movilización tenían que mantenerse. Porque el paro no fue por la sangre. Pero una vez derramada ésta, sangre humilde, e inocente, sangre buena nacida de la conciencia que dio el surco, el aula y la fábrica, ahora sí razón de más, no cualquier más, muchísimo más para que el Paro Nacional Agrario y Popular se mantenga y se extienda. Porque esa sangre no podrá ser en vano, y la mínima y siempre incompleta reivindicación que le corresponde, es que sea alimento para la causa que los sacrificó, semilla para la justicia que reclamaban.

Lo otro sería espantosa traición, felonía imperdonable.

Porque hay que sostenerlo y decirlo bien alto: la orden de matar, de torturar, de encarcelar y de mutilar y que con sevicia y complacencia cumplen las fuerzas armadas –Ejército y Policía- en el Paro Nacional Agrario y Popular en todo el país, es dada personalmente y con la profunda convicción que da el odio de clases, por el presidente Juan Manuel Santos Calderón. Así que ningún miembro de la Mesa de Interlocución y Acuerdo Nacional MIA, o de la Mesa sectorial que en Boyacá negocia con el Presidente, vaya a dar crédito o sentirse justificado con las palabras de Santos que ofrece “excusas” por algún exceso que haya podido cometer en algún lugar de la geografía del paro algún miembro de la fuerza pública, en particular del ESMAD. “Excusas” que son más un insulto que un desagravio. “Excusas” que tienen el sello indeleble de la hipocresía y la mentira, como que de una parte no se corresponden ni compadecen con los actos de ferocidad y barbarie que con sevicia criminal ha cometido la fuerza pública en especial el criminal ESMAD contra el pueblo que protesta, y de otra, se refiere a conductas que expresamente el presidente ha aprobado, aplaudido y estimulado.

O ¿ha visto alguien o ha sabido de que frente a los cientos de ataques policiales contra la población civil desarmada en legítima protesta, el presidente haya mostrado, no digamos indignación que sería demasiado pedir, pero sí inconformidad con el consiguiente llamado –orden- a la moderación? ¿No es acaso el mismo Santos que “ofrece excusas” por algún posible “exceso de fuerza” que quizás haya podido de pronto ocurrir en alguna parte, el mismo que entronizó como director general de la Policía Nacional a un oscuro general cuyo más notable desempeño fue que venía de asesinar a cuatro inermes campesinos en el paro del Catatumbo?

Podrá alguien creer en las palabras del presidente Santos, si hasta Uribe Vélez lo acusa de falso y de felón después de haber sido su ministro estrella y no precisamente como canciller o manejador de las finanzas públicas, sino nada menos que como ministro de defensa y por lo ende ejecutor de esa abominación de los “falsos positivos”?

Por eso, que nadie en la Mesa de Interlocución y Acuerdo Nacional MIA, la máxima y legítima representante del vasto movimiento agropecuario y popular que se ha alzado contra un modelo de miseria e injusticia para los más, se llame a engaño. Y que menos lo haga la Mesa que negocia en Tunja con el gobierno nacional. Y que ésta no caiga en la burda trampa ya tendida y conocida, de pretender el gobierno desarticular el movimiento solucionando –o prometiendo solucionar como es de uso- su interés sectorial, con pretensión de que estos desmovilicen el Paro Nacional con la impostura de que ya se dio justa solución a la problemática de todos y que fue la que lo generó. ¡No! El Paro es Agrario. Es Popular. Y es Nacional. Así que las negociaciones y las soluciones, tienen que ser agrarias, nacionales y populares. No son de los cafeteros, ni de los papicultores, ni de los arroceros. De todos estos sí, pero como parte de una vasta y múltiple comunidad nacional de productores del agro afectados por las políticas ruinosas del gobierno favorables a las multinacionales extranjeras y al capital foráneo.

Si los negociadores permiten la estrategia del gobierno de prometer soluciones parciales y sectoriales dividiendo el movimiento y desarticulándolo, lo que está trazado como teoría de cartilla de los gobiernos en este tipo de eventos, es que quienes queden inconformes y continúen en el Paro, ya no tiene justificación en su alegada reivindicación, y quedan evidenciados como terroristas. Y ya está el ejército avisado para que se encargue de ellos.

El tema de los muertos, los mutilados, los heridos, los torturados, los actos de pillaje sobre las humildes viviendas campesinas y los pequeños comercios de los sitios de las concentraciones, el robo de la comida preparada para los cientos de movilizados en todas las regiones pretendiéndolos así rendir por hambre, los ataques a los niños, el incendio de los enseres, elementos de trabajo, de transporte y de comunicación, la brutal y concertada agresión contra la prensa alternativa acompañada del robo o destrucción de las cámaras fotográficas, filmadoras y grabadoras, tiene que ser el primero e innegociable punto de la agenda de discusión con el gobierno. Lo otro, los motivos sustanciales del paro, resultan sorprendentemente, secundarios frente a esto. Pero es decisión y responsabilidad del gobierno esa variación de las prioridades. Porque lo primero es saber si la democracia colombiana, la Constitución, la ley y los tratados internacionales, permiten al pueblo colombiano la protesta social y la movilización. Y si el gobierno tiene potestad para criminalizar a quienes la ejerzan y darles el consecuente trato asesinándolos y encarcelándolos. Después de esto, sí se puede negociar la papa, el arroz, el café, los minerales y la leche, nobles elementos todos importantes para la vida de la gente, precisamente porque permiten sustentarla. Pero sin vida, ya no vale la pena pelear por ellas. No hay nada qué sustentar.

La Mesa de Interlocución y Acuerdo Nacional MIA y la Mesa que negocia con el gobierno nacional en Tunja, tienen que ser una sola. Y no rendirse ante los cantos de sirena mentirosos y oportunistas del Estado. Y sí oír y acatar con devoción, la voz y al voluntad de los miles de movilizados soportando inclemencias en caminos y poblados. Y sobre todo, acatar la mirada y la voz que más manda, la de los muertos en la causa cuya suerte está hoy en manos de los negociadores.