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La verdad bajo palabra
Renso Said Sepúlveda / Jueves 5 de junio de 2008
 

Se cumplen cinco años del asesinato de Tirso Vélez. Lo mandó a matar el paramilitar Salvatore Mancuso, responsable también de más de 5.200 asesinatos, torturas, secuestros y masacres de familias enteras que fueron mutiladas con motosierra y machete. Mancuso es un criminal que no actuaba solo. Pagaba mil millones de pesos mensuales a la Policía para “garantizar” la complicidad de estos crímenes en El Catatumbo.

La fuerza pública involucrada en estos asesinatos, así como el respaldo que los paramilitares recibieron de políticos y empresarios de Norte de Santander, desataron el horror en las calles de la ciudad y crearon la cultura del “paraco de barrio”. Porque Cúcuta no tiene grandes mafias, a la manera, digamos, de los Barahonti de Italia, o los Sasso que sembraron el terror durante décadas en Argentina. Aquí lo que tenemos son hamponcitos y traquetos de vereda. Matones que hacen política para expandir su influencia agropecuaria y manejar la ciudad como si fuera una finca. El código de honor que los rige lo tienen en la chequera. Por eso hay políticos que simultáneamente trabajan para los paramilitares y la guerrilla. Y tienen su propio grupo de periodistas que como ellos, se venden por cualquier migaja que le tiran al piso.

A Tirso Vélez lo asesinaron, entre otras cosas, para que no fuera gobernador de Norte de Santander. A nadie se le ocurrió que Tirso pudo haber sido derrotado en un debate político, porque no era particularmente un buen orador. Por eso digo que sus asesinos son unos hampones que saben tirar del gatillo porque no pueden refutar una idea: un planteamiento. Y no digamos ya, resolver el malabarismo verbal de un poema épico.

Eso le pasó al general Agustín Ardila, comandante de la Brigada Móvil No. 2, que leyó un poema de Tirso y no lo entendió y por eso lo metió preso ocho meses. Dijo en su momento Manuel Cepeda (también asesinado) que “para la derecha y los mandos medios en Colombia, definitivamente la poesía es peligrosa”.

Han pasado cinco años sin Tirso, sin su columna “La verdad bajo palabra”. También han pasado cinco años del asesinato de Edwin López y Gersón Gallardo. Todos ellos hijos de la ciudad y hermanos nuestros que llevaron una vida heroica y que dejaron un dolor profundo en quienes tuvimos la suerte de ser sus amigos. Todavía estamos a tiempo de hacer de nuestra sociedad un escenario de vida en memoria de nuestros muertos. Porque no hay que olvidar que la civilización comienza el día en que el olor de la sangre empieza a producir asco. Y aquí ya tenemos suficiente sangre derramada.