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Arte y Educación
Colectivo La Trocha / Miércoles 29 de enero de 2014
 

El poeta pobre del pintor alemán Carl Spitzweg es quizás, la pintura costumbrista que más produce sensaciones. ¿Será la pintura, en el placer como observador, la reminiscencia que crea inhóspitas sensaciones? ¿Será que la auténtica facultad del arte es las sensaciones particulares?

Un par de minutos es suficiente para detallar una pintura en exposición o para causar cierta impresión loable o inconforme. Pero una hora para detallar una pintura traspasa los muros de lo resistible. En ocasiones uno se encuentra con su propia caja de pandora, con grilletes que lo atan de forma legítima a una sensación de alegría o nostalgia. Es, sin embargo, motivo de urgente atención, no la pintura, sino el espectador bonachón que hace gestos y permanece un sinnúmero de minutos contemplándola. Sin percatarse de lo aledaño, sin escuchar el ruido de lo circundante, sin sentir el viento del lugar. Es un viaje al momento de la pintura misma, no de su elaboración, sino de la imagen. El recuerdo de lo existente, convirtiéndose a lo palpable: es la máquina del tiempo que elige sus pasajeros. La pintura brilla como una luz incandescente y no hay otra manera de apagarla que verla, pero al verla, la visión desaparece ante un pasaje blanco: es el comienzo del viaje.

Esta pintura romántica, costumbrista, elaborada en 1839 en la floreciente época de Biedermeier, recuerda la dicha de la poesía y su inquebrantable condición de elaboración: las circunstancias del poeta, su vida personal, la cosmopolita visión y su patente perentoria de supervivencia. En medio de la opulencia de la aristocracia alemana, en contraste con la creadora fantasía de los de a pie, en diversas áreas. Una nación, divida de en varios estados con dialectos diversos, regidos por el amor étnico-nacionalista que en el devenir histórico causaría desajustes. El sturm und drang nos recuerda fur ewig que la verdadera magia del arte es la sensación de tranquilidad.

Hay otra pintura con contenidos espirituales enormes, a decir de Walter Benjamín, que representa un clásico de la pintura postimpresionista y contemporánea de aquella: la Habitación del Artista en Arles de Vicent Van Gogh. Viviendo con traumas y desequilibrios profundos, el autor, nos ofrece su forma de vida sencilla en Paris, disfrutando de la maravilla multicolor de las cosas, la naturaleza. Su habitación evoca a El Poeta Pobre. La gran ilusión cotidiana del ensueño. En carta a Theo, su hermano, Vicent le dice: “la visión del cuadro debe producir sosiego a la mente o por mejor decir, a la imaginación”.

Lo único que necesita el autor es imaginación. Lo único que necesita el espectador es imaginación. El más sincero, dejarse atrapar, por la magnitud de la obra.

El escenario donde transcurre la producción de El Poeta Pobre asimila condiciones de vida paupérrimas. Hay una transgresión en esto: el arte tiene su mayor trascendencia cuando sale del profundo pensamiento y sentimiento; cuando se construye desde la cotidianidad de ser autentico del artista; cuando produce un “bloque de sensación” (Deleuze y Guattari). No puede ser institucionalizada o limitada según los intereses económicos o tecnocráticos del momento. El arte no puede ser enajenado, no puede ser regulado o controlado, ni mucho menos comprado en subasta. Es la obra las memorias de un itinerante que ha agazapado los peligros, que ha andado las ruinas, ha caído, ha levantado su cuerpo y transita siempre por lo no convencional. No puede encontrase el arte con una norma que lo detenga, un estilo que le produzca gases, ni un conjunto de premios que lo hagan olvidar su propio yo, “humanidad diferente –dice Rosa Luxemburg-, pero igualdad social”. El pensador es el creador de su propia realidad, el innovador, el de las hazañas y los inventos. La pintura imagina lo significativo del arte no socialmente aceptado por la aristocracia; dibuja a su antojo y encanta a los futuros observadores.

La pintura deslumbra más por su frialdad en un mundo de colores. Por su antagonismo con el conservador: el poeta es un pensador, repleto de libros y consumiéndose hasta saciar su propia lógica, sus palabras y su lenguaje como potencia. Esto revela otra verdad, la cultura y los saberes más significativos se han construido desde las bases. La burguesía es solo conservadora, archivadora, privatizadora y monopolizadora. El pensador elabora la trova del futuro teatro, el canto de las óperas, los himnos de las naciones, las teorías del desarrollo; pero son ellas, las que se enriquecen con la multitud de conocimientos que deja a trasluz el pensador.
En Pablo Neruda encontramos un ejemplo virulento: odiado como comunista y luchador popular, aceptado como poeta y escritor. La burguesía organizadora de la educación ha olvidado parte de su vida y obra para incluirlo en la formación institucional. Un poeta pobre, consumido por la pasión del viajero y la llama del luchador, que no ha pasado desapercibido, su poesía es canto de cisne y oración en círculo de lectores. Por ello la burguesía se ve obligada a utilizarlo en la educación convencional, pero renegando del creador, del luchador, del hombre nuevo.

Ay hijo, sabes, ¿sabes

de dónde vienes?

De un lago con gaviotas

blancas y hambrientas.

Junto al agua de invierno

ella y yo levantamos

una fogata roja

gastándonos los labios

de besarnos el alma,

echando al fuego todo,

quemándonos la vida.

Así llegaste al mundo.

De los Versos del Capitán, poema El Hijo. Una expresión universal encuentra expresión en la elaboración poética. La penumbra de la construcción de frases y el sufrimiento espiritual y material en vísperas de una gran idea. Todo, para ser monopolizado por los enemigos de la emancipación. En el siglo XXl, con la dictadura del chisme y la comunicación sensacionalista, se ha asentado otro duro golpe a la educación, al libro y el pensador. A la burguesía no le interesa el poeta-pensador, por eso no debe importarle a él/ella quedar bien. Su lucha ha de ser enconada contra el olvido, porque el conservadurismo de la burguesía se traduce en conservar lo que se traduce en lucro, no en un entusiasmo de guardián de la cultura construido por poetas pobres.

“El libro gobierna a los hombres y es el maestro del porvenir” Poincaré. A pesar de los esfuerzos por la monopolización de las ideas: privatización de la educación, adecuación técnica de los planes educativos, controles virtuales a la descarga de libros y ediciones costosas, seguirá existiendo el dominio de la verdad escrita u oral, y por tanto, no habrá de durar mucho los obstáculos.