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Aída Avella, mujer de sol y de luna
Luz Marina López Espinosa / Lunes 10 de marzo de 2014
 

La bizarra izquierda colombiana, bien caracterizada hoy en la heroica Unión Patriótica, tiene candidata de excelencia para la justa electoral que se avecina. Y no quiere decir que no lo hayan sido los anteriores. Sólo que en éste -ya veremos que es ésta-, convergen méritos y valores especiales que no necesariamente tienen que haberse dado en aquellos. Es que la historia hace sus fintas y a veces es ella la que se encarga por un darse de circunstancias y un permitir de incidencias, generar la coyuntura excepcional que obligue a una protagonista a proyectarse mostrando la fuerza de su espíritu, el talante de sus convicciones.

Es precisamente la situación de la Unión Patriótica con Aída Yolanda Avella Esquivel, a quien un imprevisto como apoteósico V Congreso aclamó como su candidata presidencial sin que ella se lo imaginara y menos lo buscara, sí sólo había venido a Colombia casi subrepticiamente para participar en ese inopinado Congreso al que había obligado la sorpresiva restitución de personería jurídica al extinto movimiento. Porque sus planes eran retornar de inmediato a su ya, parecía, definitivo exilio.

Porque fueron esos gambitos de la historia, crueles e impiadosos en este caso, los que se plantaron frente a la protagonista que ante lo exigente del reto, mostró finura como se dice en Antioquia. Entonces, aquello de la fuerza del espíritu y el talante de las convicciones, para frente a un Estado que con el aplastante poderío de su fuerza militar eliminaba al naciente movimiento asesinando en ciudades y villorrios a sus militantes, alzarse la pequeña figura de Aída, asumir la presidencia de la UP y con ella la defensa de sus militantes denunciando al Estado criminal.

En tanto -eran los afanes del día-, escoltaba a sus compañeros al camposanto teniéndolo claro, había tomado el testigo y ocupaba el primer lugar en la carrera de relevos de la muerte al que el odio de clases del enemigo había dado la largada.

Así, después de miles de compañeros muertos, maestros, senadores, estudiantes, mujeres, concejales, campesinos, alcaldes, obreros bananeros e intelectuales porque el asesino no distinguía calidades, Aída esperó hasta cuando el bazucazo dirigido contra ella, no dio con su humanidad por otra finta de la Historia. Ahí, ante la certidumbre de que frente al argumento de la muerte prohijado desde la más alta cumbre del Estado no hay razones, emigró al exilio.

Así, durante 17 años fue embajadora plenipotenciaria en Suiza, pero no se lo crean, de ninguna cancillería, que esos honores no se le dispensan al enemigo, sí como trabajadora en una chocolatería de Ginebra. Orgullosa representante diplomática del pueblo colombiano, más exactamente de la naciente y honrosa categoría de luchadores sociales víctimas del terrorismo de Estado.

Tal vez por aquello de su gentilicio sogamoseño, es que Aída es mujer de sol y de acero, brillo y temple que demanda la situación nacional de una su primera magistrada, si es que se ha de superar este penoso estado de postración en que la sempiterna clase dominante ha sumido a la patria. Pero no olvidemos que esa ciudad nativa de nuestra camarada también tiene sus tratos con la luna. Porque para una causa como la que asumió Aída desde muy joven, la de la revolución, la reivindicación de los pobres y los excluidos que como dijera el Che es ante todo un acto de amor, hay que tener la influencia de ese satélite que no en vano se lo identifica con estas cosas del corazón.