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Gabo a vuelo de mariposas amarillas
Nelson Lombana Silva / Domingo 20 de abril de 2014
 

Mi profesor de segundo de primaria, Jesús Antonio Lombana, nos dijo en clase que no se explicaba por qué tanto bombo con Gabriel García Márquez, si era un vulgar escritor costeño que hacía mal uso de las palabras del rico idioma español. “No es un escritor culto – dijo – en su obra se puede leer palabrotas como mierda y culo”.

Tenía para entonces trece años, 1974. Lo que decía el maestro era la última palabra, entre otras cosas, porque la educación era memorística; prácticamente, el educando era amaestrado para repetir maquinalmente, sin la menor posibilidad de la crítica y el análisis interpretativo de cada afirmación.

Por eso, cuando mi hermano Gustavo durante esa semana santa me sugirió que leyera la sexta entrega de la obra “Relato de un náufrago” que venía publicando por entregas la revista Bohemia, me negué inicialmente categóricamente, acudiendo al argumento expuesto por el profesor Lombana. “Cómo se le ocurre – le dije – ese escritor es grosero dijo el profesor Lombana. Además, estamos en días santos”.

Mi argumento no fue tenido en cuenta y casi por la fuerza fui obligado a leer esa entrega. No leía de corrido y tenía poca capacidad de comprensión. Sin embargo, este capítulo me hechizó de principio a fin. No encontré en este acápite esas palabrotas que hablaba el profesor. Creí sentir el drama de Luis Alejandro Velasco al imaginarme la inmensidad del mar rodeado de hambrientos tiburones y de gaviotas tristes. Aquello era para mí inverosímil.

Tan pronto pude conseguir el libro prestado a un compañero de estudio de apellido García, precisamente, devoré su contenido de cabo a rabo, prácticamente de un solo estirón como diría Rafael Pombo, el poeta de los niños.

Me parece aquella obra periodística – literaria una secuencia de imágenes nítidas sobre un acontecimiento histórico que colocó al descubierto la corrupción de la armada nacional al utilizar el destructor Caldas para transportar contrabando procedente de Mobile, Estados Unidos.

El accidente se quiso justificar con una supuesta tormenta en alta mar, pero gracias al coraje del único sobreviviente y la profesionalidad ética de Gabriel García Márquez, la verdad salió a flote y con qué claridad.

Esa verdad le costó la carrera y la gloria a Luis Alejandro Velasco y a Gabo le pudo haber costado la vida. Dice Gabriel García Márquez: “Lo que no sabíamos ni el náufrago ni yo cuando tratábamos de reconstruir minuto a minuto su aventura, era que aquel rastreo agotador había de conducirnos a una nueva aventura que causó un cierto revuelo en el país, que a él le costó su gloria y su carrera y que a mí pudo costarme el pellejo”.

No era para menos. La oligarquía había colocado un militar de presidente de la república: Gustavo Rojas Pinilla, que García Márquez recordaba por dos hechos criminales: Una matanza de estudiantes en el centro de Bogotá y la muerte de una cifra no determinada de taurófilos que se atrevieron a abuchear en la plaza de toros La Santamaría a la hija del dictador María Eugenia Rojas de Moreno.

La prensa estaba censurada. Solo podía circular en las rotativas lo que el gobierno determinara. Claro, que esa práctica no es del pasado. Por el contrario, es de ayer, de hoy y de mañana mientras Colombia esté bajo la dictadura del capitalismo. Gabo se sobrepuso a esa realidad y publicó en entregas este testimonio en El Espectador con rotundo éxito, bajo la dirección de Guillermo Cano; José Salgar, jefe de redacción y Gabriel García Márquez, reportero de planta.

Relata Gabo: “La historia, dividida en episodios, se publicó en catorce días consecutivos. El propio gobierno celebró al principio la consagración literaria de su héroe. Luego, cuando se publicó la verdad, habría sido una trastada política impedir que se continuara la serie: La circulación del periódico estaba casi doblada, y había frente al edificio una rebatiña de lectores que compraban los números atrasados para conservar la colección completa. La dictadura, de acuerdo con una tradición muy propia de los gobiernos colombianos, se conformó con remendar la verdad con la retórica: Desmintió en un comunicado solemne que el destructor llevara mercancía de contrabando”.

Esta pequeña pero gigante obra me abrió la puerta a su mundo surrealista y mágico. Comencé a leer sus obras no tanto por obligación en el colegio sino por convicción.

No hay duda: Gabo es un gigante de las letras. Pero también, un hombre de izquierda, un hombre comprometido con su clase social que le dio brillo al país internacionalmente. Se persiste en dividir al hijo del telegrafista como lo intentó el periódico El Tiempo. De un lado el eximio escritor y al otro lado el Comunista que hay que ignorar, desconocer e incluso, tergiversar. Gabo es uno sólo, único e indivisible, como él mismo le dijo en su momento al dirigirse al terrorista presidente Julio Cesar Turbay Ayala y su criminal ministro de defensa, Luis Carlos Camacho Leiva. Gabo vive, porque vive el surrealismo mágico inventado por él.