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Riosucio: Rasgos de un pueblo marginal
Bibiana Ramírez / Domingo 25 de mayo de 2014
 

Riosucio es uno de los pueblos más importantes del Urabá chocoano. Está a casi cinco horas de Mutatá. El río Atrato pasa por el lado y es la fuente principal de agua. Las casas están levantadas en palafitos porque llueve casi todo el año y es zona de inundación, por eso es difícil cultivar allí. Abundan los zancudos. La lluvia es fuerte. El invierno se apodera del pueblo e inmoviliza a toda la gente. Duros truenos hacen la tierra temblar.

Todos nos miran con curiosidad. Nosotros los observamos con las cámaras. Música por todos lados. Nos advierten que allí hay “rumba brava” todos los días. Ya el sol está bajando y la tarde es fresca. Niños y adultos se lanzan en clavados al río y hacen piruetas en el aire. Son peces con posibilidad de ser humanos cuando quieren y lo necesitan. Unos cuantos rostros indígenas se pasean por ahí con trajes muy coloridos y con la selva en sus ojos. Es 1 de mayo y celebran el día festivo pero no el día del trabajo.

Hay dos puertos en Riosucio. Uno pequeño donde llegan las pangas, la gente se baña, lava sus ropas y sus platos. En el otro llegan embarcaciones más grandes. Hay una zona inundada donde se bañan los niños y las mujeres, cargan el agua para sus casas y lavan sus cosas. El agua es estancada. Ellos dicen que hay días en que huele mal, sobre todo cuando no ha llovido y a los niños más pequeños les dan brotes en todo el cuerpo. El Chocó es uno de los lugares de mayor pluviosidad del planeta. Más de 150 afluentes contribuyen a ese florecimiento hídrico.

Hablan duro y se hacen sentir. Las mujeres llevan hermosos peinados que las hacen ver muy elegantes y exclusivas. Sus casas tienen un diseño bien pensado y trabajan la madera artesanalmente dándole un aire acogedor. Todos se van en manada a vernos bañar en el agua estancada, les sorprende bastante ver tantos cuerpos tan blancos bañarse en sus aguas, se burlan de nosotros. Se ríen a carcajadas. Algo distinto está pasando en el pueblo cuando están acostumbrados a la rutina del televisor, la lluvia y sus pieles negras. Las mujeres son las que más interactúan con nosotros. Algunas tienen buen humor y siempre están sonriendo, burlándose, diciendo, festejando. Otras son muy tímidas y se esconden para que no las veamos.

Cuando llueve, el río se crece inmediatamente. La gente sabe que se puede meter al pueblo como ya lo ha hecho tantas veces. Siempre están preparados, y hay veces que ni la preparación funciona. La mayoría de casas tienen varias huellas en la madera de aguas que ya se han entrado y que sobrepasan la mitad. Les toca salir para lugares secos mientras vuelve a bajar el río. Casi no hay perros porque se ahogan en las inundaciones. Gatos sí hay porque tienen la ventaja de poder trepar a los techos. Hay inundaciones que pueden durar meses.

Ese trayecto de Mutatá a Riosucio tiene sus variaciones. Hay partes donde la selva está frondosa, pero otras ya son tomadas por la ganadería y convertidas en potreros. De pronto árboles gigantes y luego desiertos. Muchas aves se pasean por ahí, buscando alimento.

Viven de la pesca, la madera, el cuidado del ganado, el trabajo en el monte, es decir, cultivando en tierras ajenas. Otros viven de la minería y la coca. El río ya baja muy contaminado con la minería que cada vez crece más. Entran grandes mineros a invertir allí para sacar el oro pero no para ayudar a las comunidades. Los pescadores coinciden en que últimamente la subienda no es lo que era en años anteriores. La gente lo atribuye a efectos de la minería y a cambios en el clima. La violencia y el desplazamiento son los temas que más conocen los chocoanos.

“A los chocoanos nos gusta ayudar y servir a la gente”. Disponen de lo poco que tienen para que estemos bien y siempre hay una sonrisa o piden una foto para luego festejar. Creí que me iba a encontrar con muchos tambores y su música del Pacífico, pero todo ha cambiado. Ahora es el reggaetón el que se apodera de todos los espacios y las mentes. También escuchan champeta, que los identifica más. Mueven sus cuerpos como hábiles serpientes, como ríos caudalosos. Llevan en la sangre ese danzar africano que los caracteriza.

“Cuando será que llega dinero, es que esta crisis está muy dura”, dice un hombre mientras conversa con su amigo y mira a un punto fijo sin parpadear.

Los niños

Estos grandes seres son los que más padecen esa desigualdad que se vive en el Chocó. Ninguno de ellos entiende sus condiciones de vida y nadie les explica la situación de sus territorios. Es una herencia que tienen que recibir desde remotos tiempos. Sus madres los tratan bruscamente, los empujan, les pegan y casi nunca les regalan un poquito de afecto. Todo eso lo reflejan cuando se ven con otros niños, cuando tienen que resolver situaciones con ellos. Existe la violencia intrafamiliar, donde les toca ver a los hombres pegarles a sus madres y al mismo tiempo maltratarlos a ellos.

Los niños nos saludan de mano y nos preguntan qué hacemos allí. A la madrugada salen los estudiantes que se encargan de poblar las calles mojadas por la lluvia de la noche anterior. Se les nota la necesidad de proyectos que vayan dirigidos a ellos, de personas que puedan aportarles a su crecimiento, que jueguen con ellos. Nunca tienen actividades que los ayuden a distraer del hambre y la pobreza, y no todos van a la escuela.

Muchos de los niños que se nos acercaron no habían probado bocado al medio día. De pronto algún plátano había caído a sus barriguitas. Algunos contaban que tenían seis o siete hermanos y que la madre estaba embarazada y todos de padres diferentes. Padres que los han abandonado y madres que, por no estar solas, les buscan reemplazo y traen más hermanitos.

Los días que estuvimos allí ellos pasaron el tiempo con nosotros, nos abrazaban, querían ver y saberlo todo. Nos hacían preguntas de todo tipo y nos contaban secretos de sus familias. Excelentes jugadores de fútbol, veloces, estratégicos, fuertes, danzarines.

Los indígenas

El Urabá es un territorio donde la población indígena es grande. Los Embera (gente) son los que se han resistido a dejar las tierras que sus ancestros les entregaron. Sin embargo, también les ha tocado desplazarse a las ciudades y pueblos a salvar sus vidas del fuego cruzado, pero a sufrir allí la miseria y el desamparo. A pedir para un bocado de comida.

La pobreza a la que han sido sometidos los Embera es una de las mayores causas del deterioro de la etnia. Les ha tocado cambiar de costumbres. Por ejemplo el cultivo de pan coger ya no es tan importante, porque les han impuesto otras modalidades de vida. Cambiaron el maíz, el frijol, el plátano, la pesca, la caza, por la recolección de hoja de coca, la madera y la minería. Lo que sembraban era robado o destruido. Sus aguas todas fueron contaminadas. Los católicos han querido darles religión y han satanizado a los Jaibanás.

En Riosucio hay un grupo de mujeres indígenas que se han organizado (Asociación de mujeres Wirana Quincha, pensamiento de mujer indígena), primero porque casi todas son madres cabeza de familia (sus esposos han sido asesinados o reclutados para la guerra), y segundo para tratar de defender un poco su integridad, conservar su cultura y reclamar la tierra que les pertenece. Una de ellas, Alba, que es líder, se está formando en la universidad porque siente la necesidad de que su comunidad entienda cómo se mueve el país y qué papel juegan ellas en la sociedad, ya que de algún modo fueron insertadas en ese mundo y les toca vivir la misma situación de violencia y miseria que los negros y los campesinos.

“Nosotras hacemos artesanías y las vendemos para tener un poco de recursos. Nos gustaría estar en el campo, pero nos han obligado a salir y por eso debemos buscar cómo sobrevivir. Nuestra relación con los negros es pacífica, sin embargo es otro límite para nosotros porque las costumbres son totalmente distintas, extremas. Mientras nosotras somos calmadas, ellos se hacen sentir muy fuerte con su música, sus gritos. Nos compran poco de lo que hacemos, de pronto cuando vienen los turistas nos va mejor”, relata Alba con la esperanza de que algo pueda surgir para que se mejore su situación y puedan acceder a proyectos productivos.

Y continúa: “Las mujeres indígenas antes estaban dormidas, ciegas, y hoy están más despiertas. Aquí llega mucha gente, pero nunca nos dan cosa buena, no nos explican los derechos, por eso estoy estudiando para mi gente. El gobierno nos da en un sentido de engaño. Cuando enviamos documentos a Bogotá se pierden y nadie da razón”.

El conflicto sigue vigente

El Chocó es una tierra rica en recursos, por eso está en la mira de los grandes empresarios, de las multinacionales. Ya muchos territorios han sido tomados por los explotadores. Masacres se han desatado allí y gran cantidad de desplazados habitan hoy los municipios cercanos y las ciudades.

El empresario de palma Danilo José Pacheco de la Hoz tendrá que pagar siete años de prisión por el desplazamiento forzado (en alianza con grupos paramilitares) de afrodescendientes de las cuencas de los ríos Curvaradó y Jiguamiandó, en Riosucio, ocurrido entre 1997 y 2001. La Corte Suprema de Justicia ratificó la condena proferida en su contra por los delitos de concierto para delinquir agravado, desplazamiento forzado e invasión de área de especial importancia ecológica.

“(…) la compraventa de predios cuyo número de hectáreas se incrementó notoriamente mediante la figura de la accesión, la relacionadas con terrenos de restringida enajenación a precios irrisorios soportadas en documentos falsos, ora suscripciones de compraventas de usufructos, mejoras, posesiones y la compra de posesiones de personas fallecidas años anteriores, operaciones que además sirvieron para respaldar créditos bancarios y obtener incentivos estatales, por considerables sumas de dinero”, señala el expediente.

A principios de mayo la comunidad de la cuenca del río Cacarica, que pertenece a Riosucio, hizo una alerta por la incursión de grupos paramilitares en la zona, y temen a un desplazamiento, como sucedió en 1997 donde dejaron 80 personas muertas y más de diez mil desplazados. La comunidad dice que este tipo de amenazas ya las han llevado a la acción, y temen que se vuelvan a repetir.

Voces de resistencia

En el marco de la constituyente subregional en Riosucio, estas fueron las voces que mostraron la realidad en que viven en el Chocó, mientras en las mesas de trabajo cada uno contaba cómo vivía en la región, que es casi igual en todos lados.

“El desplazamiento ha hecho que nosotros perdamos. El campesino puede vivir de lo que cultiva, pero si no nos dejan, es imposible. Ahora hay que pedir permiso para todo. No nos están dejando proveer de alimentos, que no podemos cargar tantas libras de arroz, cuando eso es ridículo, porque si hacemos un viaje al pueblo, que es muy costoso, debemos llevar la mayor cantidad posible de provisiones para varios días.

Falta unidad entre los procesos y las comunidades. Las personas más adineradas, los estudiantes, no saben de pobreza. En el Chocó está una de las tierras más productivas de Colombia. El gobierno empieza a matarnos y se aprovecha de los recursos. Toda la zona del Darién está abandonada.

Estos procesos tienen que crecer. Cantidad de tierras que querían arrebatarnos a los Consejos Comunitarios, pero como nos estamos organizando ya es más difícil. Fue el mismo estado disfrazado y de frente, que sacó a los campesinos. El gobierno habla de retorno, pero es una zozobra total porque no hay garantías, no se puede decir nada, la gente tiene miedo a morir.

Nos aplican la pena de muerte hoy, fácil, por reclamar lo que nos pertenece. Hasta la fecha no ha habido ninguna clase de reparación. En todo el bajo Atrato nos reunimos cuatro mil personas y entre todos defendimos el territorio, sin embargo nos mataron a algunos compañeros. El que reclama el derecho a la vida es víctima de la muerte y el que echa mentiras, reina.

El día que yo traicione a mi pueblo, traiciono a mis hijos. Esta lucha no es juego, hay que ganarla. Nosotros buscamos el culpable y ese está aquí mismo, entre nosotros, infiltrado, porque así actúa el gobierno. Los paras viven en los pueblos, con la gente, creando un ambiente de terror. No podemos seguir andando con ese temor, con ese trauma del desplazamiento”.