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Debate
¿Son los abstencionistas y los partidarios del voto en blanco simplemente superficiales, dogmáticos y egoístas?
Los abstencionistas no son simples borregos resignados a su suerte. Muchos de ellos y ellas actúan en función de una memoria derivada de la experiencia, transmitida a veces de generación en generación, y en virtud de la cual las elecciones, con contadas excepciones, son una práctica de las élites intelectuales o burocráticas, de derecha, centro o izquierda, que buscan el voto de los electores para ejercer el poder en su beneficio propio.
Leopoldo Múnera / Miércoles 28 de mayo de 2014
 

Andrés Felipe Parra publica en las páginas de Palabras al Margen (publicado en Prensa Rural) un artículo titulado: “¿Debe la izquierda colombiana votar por Juan Manuel Santos?” que contiene una argumentación sólida y convincente contra el voto en blanco o la abstención en la segunda vuelta. Además, sintetiza el sentimiento de muchas personas que no apoyaron al candidato-presidente en la primera vuelta, pero piensan hacerlo en la segunda, o que van a hacerlo en ambas, a pesar de no compartir partes esenciales de su programa para la Presidencia de la República.

El texto de Andrés Felipe comienza con una hipótesis clara: los uribistas no son una banda de sectarios que siguen ciegamente a su líder, sino sujetos racionales que piensan que “la amenaza terrorista es una situación en donde no pueden establecerse las distinciones éticas entre bueno y malo ni las legales entre legal e ilegal.” Sin duda, un grupo de uribistas comparte este argumento, pero a partir de una, dos o varias personas no es posible sostener que así sucede con todos y todas. Basta relacionarnos con nuestro entorno más cercano para saber que existen uribistas que también sienten una devoción irracional por el caudillo, otros que han sido convencidos por años de propaganda e información redundante y muchos que tienen una confianza ciega en el expresidente y consideran a sus críticos como enemigos acérrimos. La política colombiana no se reduce a los sujetos racionales. La campaña de Zuluaga así lo comprendió. Por eso destinó millones de pesos para promover una publicidad fugaz, mediante la cual intentó desvirtuar con patrañas la autenticidad del video sobre el hacker.

La racionalidad que Andrés Felipe les reconoce a los uribistas en su texto, se las niega a los abstencionistas y a los partidarios del voto en blanco. En el artículo, y en los comentarios que inspira, esta última opción parece ser una alternativa superficial, dogmática o egoísta, frente a la única decisión racional de votar por Santos para salvar a una generación de la “victoria definitiva de la derecha”. Superficialidad, dogmatismo y egoísmo puede haber en cualquier posición política e incluso, con frecuencia, podemos caer en los tres errores al tiempo cuando reflexionamos sobre la política; pero descalificar con tales adjetivos a quienes en la izquierda no quieren votar por Santos, contradice la afirmación que se hace sobre el uribismo y desconoce la posibilidad de que detrás de la opción abstencionista o del voto en blanco exista una mezcla de sentimientos, memoria común y razón que tiene fundamentos en la historia política colombiana.

Los abstencionistas no son simples borregos resignados a su suerte. Muchos de ellos y ellas actúan en función de una memoria derivada de la experiencia, transmitida a veces de generación en generación, y en virtud de la cual las elecciones, con contadas excepciones, son una práctica de las élites intelectuales o burocráticas, de derecha, centro o izquierda, que buscan el voto de los electores para ejercer el poder en su beneficio propio. Son muy pocos los ejemplos recientes que desmienten esa memoria, sobre la cual se fundamenta una racionalidad práctica con la que podemos no estar de acuerdo, pero no ignorarla o menospreciarla.

Los partidarios del voto en blanco tampoco son meros sujetos irracionales sumidos en sus creencias dogmáticas: ligeras y vanidosas. No es la primera vez en la historia del país que la izquierda se ve obligada a tomar una decisión pragmática. En el pasado los argumentos han sido algo más que irracionales. Andrés Felipe sostiene que apoyar a Santos no significa votar por la paz santista, sino por un escenario donde están en juego diferentes concepciones sobre la paz o al menos una de derecha y otra de izquierda. Estoy de acuerdo con él. En estos momentos estamos frente a la disyuntiva entre un escenario de paz y uno de guerra. No obstante, la opción que tomemos pasa por la elección de un Presidente que puede ayudar a mantener abierto ese escenario o cerrarlo definitivamente, como sería el caso de Zuluaga. ¿Santos es realmente el candidato que puede mantener el escenario abierto, incluso ante una oposición uribista agresiva en el Senado de la República? ¿La historia personal de Santos y de sus compañeros políticos permite inferir que no va terminar cediendo a las pretensiones de Uribe y condenándonos por los menos a ocho años más de derecha guerrerista? ¿Cuál sería la suerte de una izquierda que vote por Santos cuando se diga de cara al país que el Presidente lo intentó todo, que incluso se jugó su capital político por la paz y que otros, desde luego con la complicidad de los movimientos legales, echaron al traste esa oportunidad única e histórica? ¿No fue lo que sucedió con Pastrana a quién después sucedió Uribe? ¿Con la reelección Santos no quedan legitimados, él y sus copartidarios, para imponer su concepción sobre la paz? También podríamos profundizar las críticas que en este mismo medio se han expresado en contra de las propuestas sociales y económicas de su campaña. ¿Estos interrogantes y dudas, u otros similares, son irracionales o no tienen fundamento en nuestra historia reciente y en la más lejana? ¿El voto por Santos no podría significar también la “victoria definitiva de la derecha”, con la anuencia de la izquierda?

Pero la otra alternativa es Zuluaga. Existen mínimas posibilidades de que el voto en blanco gane o que hubiera ganado en la primer vuelta. Todavía no parecen dadas las condiciones para que la mayoría de los electores se manifiesten en esa dirección. La opción uribista, como lo dice Andrés Felipe y como lo sostuvimos en un texto anterior, implica la extensión de la guerra sucia a todas las esferas de la vida social. Dentro de ella, la izquierda y el movimiento popular están condenados a resistir y sobrevivir. En tal medida, el voto por Santos, en contra de lo que dice Andrés Felipe, sería por un mal menor que permitiría al menos tener la esperanza de mantener abierto en el país un escenario de paz. Además, recogiendo los argumentos de un profesor de la Universidad Nacional, el liberalismo político santista favorece otro escenario, también vinculado con la paz, donde las discriminaciones de todo tipo pueden ser controvertidas y contrarrestadas. Bajo su mandato no quedamos condenados a vivir sometidos a las creencias ultramontanas que han orientado la última Procuraduría y que tienen tantas afinidades ideológicas con el uribismo puro. La elección de Santos no le garantiza nada a la izquierda e implica la continuidad de la política económica y social que está devastando al país. La de Zuluaga le garantiza cuatro años en la misma tónica y con todos los horrores de la seguridad democrática. No es fácil votar con asco, como dice el poeta, pero va a tocar hacerlo.

Los argumentos de Andrés Felipe Parra -dejando a un lado sus descalificaciones-, las conversaciones de estos días y el sentimiento de muchas personas cercanas, quienes no quieren que se muera la posibilidad de construir una paz con justicia social en el país, sin que hagamos un último intento por salvarla, me llevan a replantear mi posición de votar en blanco y a acoger la propuesta de Andrés Felipe. Desde luego, sigo abierto a escuchar y leer en estas tres semanas otros argumentos y a tener otras sensaciones para tomar mi decisión final. No obstante, coincido con el comentario de Anónima, el voto de la izquierda no es suficiente para evitar el retorno del uribismo puro a la Presidencia de la República. Son necesarios los votos de los abstencionistas, de quienes sufragaron en blanco en la primera vuelta, de los verdes y los conservadores antibelicistas. Lograr que las personas renuentes a apoyar a Santos cambien su decisión implica comprender las razones, sentimientos, memorias y temores que le impiden hacerlo. Bajo el supuesto de que muchas de ellos y ellas no quieren que continúe la guerra degradada que hemos estado viviendo en Colombia, muy poco sirve estigmatizarlos desde una supuesta racionalidad política verdadera. Quizás esta pretensión a la verdad definitiva e invariable en materia política es un rezago que nos impide pensar libremente y que, colectivamente y mediante el diálogo, debemos superar de una vez por todas en Colombia.