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Debate
La izquierda democrática ante sus responsabilidades históricas
Rehusar hacer todo lo posible para que gane este escenario del mal menor, proponiendo el voto en blanco, la abstención o la libertad de voto, es apostarle indirectamente a la victoria del oscurantismo en una “stratégie du pire” o en una estrategia de la tensión buscando “profundizar las contradicciones”, que históricamente ha fracasado, y tomando el riesgo de mandar en los cementerios, en el exilio o en el silencio temeroso a muchos militantes y activistas progresistas, críticos y de derechos humanos (y sabemos que en Colombia no es una metáfora).
André-Noël Roth / Domingo 1ro de junio de 2014
 

El escenario político planteado por la contienda electoral de la segunda vuelta presidencial del 15 de junio, pone a la izquierda de gobierno (o que aspira a gobernar mediante la representación política electoral) frente a sus responsabilidades históricas. Con un caudal electoral importante, el Polo Democrático se encuentra ante la posibilidad de influir de forma importante sobre la designación del próximo Presidente de la República.

En efecto, en esta oportunidad, lo que está en juego no se limita simplemente a un conflicto o disputa entre dos fracciones de la clase dominante tradicional, como se podría leer desde una perspectiva marxista rudimentaria, que justificaría o permitiría sustentar razonablemente la sensatez del voto en blanco o de la abstención. A mi juicio, lo que está en juego en estas elecciones no se reduce a escoger entre dos versiones de lo mismo, sino entre dos proyectos de sociedad para la próxima década. Efectivamente, más allá de proyectos económicos muy parecidos que nos impone el diseño institucional, existe una real diferencia de filosofía política entre la propuesta representada por Zuluaga y la que busca continuar Santos, inclusive más allá del proceso de paz (dejo este tema a los especialistas de éste). Y en este caso no hay muchas dudas en términos de consecuencias: ya el país tiene la experiencia de los dos proyectos. De un lado, existe la posibilidad de regresar a una visión unanimista, intolerante y moralista de la política, mucho más afirmada y asumida hoy que en el primer gobierno Uribe, en el 2002, en donde cualquier persona que expresa diferencia o desacuerdo con la visión oficial será considerada como un enemigo de Colombia, un amigo del “terrorismo” o un “degenerado”. Representa la visión decimonónica conservadora de una sola nación, un solo pueblo, una sola religión, que hace recordar la situación de la llegada al poder del fascismo europeo de entreguerras, guardando obviamente las proporciones. En esta visión toda disidencia constituye una traición a la patria colombiana, la leal hija de la santa Iglesia Católica defensora de la moral cristiana.

De otro lado, con Santos se puede intuir razonablemente que mantendrá un ideario de liberalismo político, por cierto elitista, pero que permite a todas las expresiones minoritarias -políticas, étnicas, de género y de credo religioso o filosófico- respirar más tranquilamente y guardar las esperanzas de no ser perseguidas jurídica, política, social y/o culturalmente en un nuevo macartismo moralizador1 que ya está en marcha, en forma de piloto, desde la procuraduría de Monseñor Ordoñez. El escenario santista es el “menos peor” posible. Y es con éste que la izquierda democrática tiene posibilidad de seguir trabajando para fortalecerse y eventualmente lograr experimentar políticas territoriales alternativas. Con Santos existe una posibilidad real de alcanzar un acuerdo de dejación de armas y de reconciliación nacional para una convivencia política y social (mucho más) pacífica. Y es en un escenario de paz que será posible vislumbrar y trabajar hacia el fortalecimiento de una alternativa política institucional democrática, progresista y deliberativa para Colombia: ya se ha comprobado el otro escenario desde hace más de cincuenta años! Así mismo, hay que recordar que parte de las élites colombianas le apuesta a la continuación de la guerra como argumento efectivo para aplazar sine die las propuestas de mayor justicia social y tributaria, de mayor igualdad social, que tímidamente expresa el santismo.

Rehusar hacer todo lo posible para que gane este escenario del mal menor, proponiendo el voto en blanco, la abstención o la libertad de voto, es apostarle indirectamente a la victoria del oscurantismo en una “stratégie du pire” o en una estrategia de la tensión buscando “profundizar las contradicciones”, que históricamente ha fracasado, y tomando el riesgo de mandar en los cementerios, en el exilio o en el silencio temeroso a muchos militantes y activistas progresistas, críticos y de derechos humanos (y sabemos que en Colombia no es una metáfora). Hay que recordar, además, que la izquierda no tiene ninguna capacidad de frenar algún proyecto de ley en el Congreso de la República donde la mermelada gobiernista termina por imponerse.

Por lo tanto, existen a mi juicio dos posibles estrategias decentes y responsables para la izquierda democrática y de gobierno:

1) debe afirmar claramente su apoyo crítico a la candidatura de Santos y seguir su trabajo de oposición al gobierno con el compromiso de que siga el proceso de negociación en La Habana con las FARC, y que se abra una puerta de negociación con el ELN.

O, si quiere asumir plenamente sus ganas de poder y mostrar sus capacidades en materia de gestión pública,

2) negociar el apoyo y la participación a la coalición del próximo gobierno Santos con el compromiso de obtener un ministerio importante (por ejemplo salud o educación). De este modo, con una buena gestión en esa tarea importante, desarrollando parte de su programa político, la izquierda podría esperar potenciar una candidatura presidencial creíble para el 2018.

Cualquier otra postura significaría que la izquierda asume el riesgo de seguir viendo a las ciudadanas y ciudadanos de Colombia (y a sus militantes) enfrascados por años en el círculo vicioso de la intolerancia y la violencia. El proyecto político santista, sin ser económica y socialmente adecuado, deja por lo menos una esperanza razonable de poder vivir en un ambiente políticamente más “respirable” que la opción uribista.

Algo más:

Aprovechando la coyuntura electoral, sugiero al rector de la Universidad Nacional de Colombia, el Doctor Ignacio Mantilla, que solicite su ingreso a alguna Dignidad Campesina para obtener un cupo en la mesa de negociación con el gobierno, ya que el desempeño y la competitividad de la Universidad Nacional, en su ambición de ser una “Universidad de clase mundial”, está sujeta a las intemperies y a los impactos del cambio climático. En efecto, ahora, cada vez que me levanto me toca escuchar las previsiones meteorológicas del IDEAM y escrutar el cielo para saber si podré contar o no con un equipo de proyección (video-beam) para orientar mi clase de Teorías de la administración pública. Como para no creer, en pleno siglo XXI, la disponibilidad de estos equipos de apoyo para la docencia en la Universidad Nacional depende de que no esté lloviendo…. (también de que no haya una amenaza de “perturbación del orden público” y tampoco que se le ocurra a algún profesor o directivo de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales organizar al mismo horario alguna conferencia...).

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1Como recordaba el poeta francés Léo Ferré: “el problema con la moral, es que siempre es la moral de los otros…”