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Los peces del Sinú ya no pueden reproducirse de forma natural desde cuando en el 1992 decidieron ponerle “el tapón” al río y a sus afluentes, dañando de forma definitiva su ciclo de vida.

Hubo un tiempo en el cual los peces, desde las ciénagas de Lorica y Betancí, subían hacia la parte alta del Nudo del Paramillo recorriendo el río Sinú y los afluentes Verde, Esmeralda y Tigre. Allí las hembras desovaban, los machos fecundaban y los huevos se convertían en larvas. A merced de las corrientes estas nuevas criaturas se dejaban transportar por las frescas aguas del río cambiando de forma y creciendo en tamaño.

Después de nueve días terminaban su recorrido inicial en las ciénagas de Lorica o Betancí, donde encontraban un lugar agradable para convertirse en alevines, peces más grandes. De noviembre hasta mayo, bancos de bocachicos, charubas, rubios y lisetas volvían a subir para regresar a su lugar de nacimiento donde poder dar vida a otro ciclo de reproducción.

Los ríos eran llenos de vida, las aguas eran nutrientes y las tierras que bañaban eran fértiles y ricas de oro. Los colonos y las comunidades indígenas embera katío que llegaron a estos lugares en los años 50 huyendo de la violencia y de las persecuciones del Estado, encontraron un espacio donde poder nuevamente levantar sus casas, cultivar la tierra, aprovechar de la riqueza de los ríos y organizar su vida comunitaria.

Los pobladores cultivaban pancoger de forma orgánica y con propia semilla natural; había ganadería y se producía mucho cerdo; el 20% de la población vivía de la economía del pescado, otros de la madera y hasta se encontraba oro en la playa. Cuando el río bajaba, hombres y mujeres se acercaban a la orilla con batea y matraca y, con métodos artesanales, buscaban el precioso material y lograban sacar en el trascurso del día hasta un castellano. No se usaba mercurio para limpiar el oro sino baba de guásimo.

El hombre vivía en armonía con la naturaleza, respetaba y cuidaba los ríos y aprovechaba de su corriente para el transporte fluvial. Se construían balsas de 10 metros por 4 metros de ancho, localmente llamadas planchón de balsa. Se cargaba el maíz, la yuca, el plátano, el pescado o los marranos, listo para que dos personas con dos remos se dejaran empujar por el río hasta llegar a Montería después de tres días de navegación. En la Plaza de Tierralta más de cien personas llegaban cada día para vender sus productos. De ahí los vendedores regresaban en carro hasta Tierralta y una carretera conectaba Puerto Frasquillo con Crucito, donde las bestias los esperaban para llevarlos a sus hogares.

El Parque Natural Nudo del Paramillo es uno de los parques más grandes del planeta, tiene 460 mil hectáreas y es caracterizado por su biodiversidad de flora y fauna. El presidente de la asociación campesina Asodecas nos explica que “a nivel mundial es uno de los mejores parques: hace dos años se ganó el premio de conservación. Hacemos parte del segundo pulmón del mundo y de la secunda potencia en riqueza hídrica”. El río Sinú nace en la parte alta del Parque y desemboca en el Mar Caribe y, según el medioambientalista Paul Sanchis, “es el único río del mundo que une a cuatro de los ecosistemas más importantes: páramo, selva húmeda ecuatorial, humedales y manglares”.

La economía de subsistencia de las poblaciones del Alto Sinú y la conservación de las biodiversidades del Parque Natural Nudo del Paramillo empiezan a sufrir un fuerte cambio cuando, en el 1992, se aprueba el proyecto de la represa Hidroeléctrica Urrá 1. A pesar de las fuertes protestas de las comunidades locales, en el 1993 empieza la construcción del proyecto financiado por el Estado colombiano y multinacionales extranjeras; en el 1999 se llena el embalse.

El agua de los ríos Manzo, Tigre, Esmeralda, Verde y Sinú, encarcelada por una barrera de hierro, avanza inundando todo lo que encuentra en su innatural y devastador crecimiento: las tierras planas, fértiles y ricas se ahogan; se tumban y se pudren cantidades enormes de árboles; se desplazan poblaciones; se hunden las carreteras y las trochas que unían veredas y comunidades indígenas; las especies animales –caimanes, jaguares, mariposas, insectos– que vivían alrededor de los ríos escapan o mueren ahogadas, algunas se extinguen; los peces que poco antes, en su descenso por el río Esmeralda y el río Verde, se encontraban con sus similares del río Sinú y compartían la fresca agua hasta el desemboque del mar Caribe; ahora se encuentran encarcelados en un enorme acuario de agua caliente que pronto se convertirá en su cementerio.

De las 460 mil hectáreas del Parque Natural Nudo del Paramillo 7.400 quedaron abajo de esta agua estancada.

“La gente que vivía en la zona donde se hundió la reubicaron, mucha gente no tenía una casa de material y eso fue lo que a la gente le llenó el ojo”, cuenta un campesino local. “Le decían que le iban a dar una casa de material, le mostraban dibujos, videos, le enseñaban las casas como se la iban a hacer. Le prometieron cuatro hectáreas de cultivo y que se la iban a entregar mientras estaba produciendo. Además en la parcela le iban a pagar el trabajo a la gente, si él trabajaba se ganaba el día, y si no trabajaba también se ganaba el día. La gente se emocionó, todos se sentían contentos”.

Todos entregaron el territorio, abandonaron sus casas y se desplazaron en la zona no afectada por la represa, hasta finalmente encontrarse con una realidad totalmente diferente: “Había algunos que no tenían techo; a otros los colocaron en una parcela, un pedrero que no daba nada; y a la gente ni le pagaron día ni le dieron la cosecha grande como le dijeron. Tenían que sembrarla ellos. Mucha gente de esa que metieron por allá, hoy en día está andando. Vendieron la casita por lo que le dieran, vendieron la parcela a la misma gente de Urrá y se volvió potrero para la ganadería. Y a los campesinos nunca”.

También muchos de los que vivían en la parte alta fueron obligados a vender propia parcela por poco dinero y a dejar propio trabajo. “El campesino salió y cuando alguien se opuso hubo una remetida paramilitar. Y asesinaron a un poco”.

El cementerio de agua empezó a alojar en su fondo también a las víctimas de las masacres del paramilitarismo. “Hubo varias masacres en el territorio”, dice un líder local. “En el año 1998, en Naím, una vereda de la zona, un día hubo una masacre que hicieron los paramilitares y mataron a 24 personas”. Crímenes que se quedan en la impunidad, que se ocultan; cuerpos echados al río y que el río desaparece, pero que el recuerdo de la gente local lleva en la memoria, una memoria que necesita ser visibilizada: “En una regioncita de Crucito que llaman Florida, en el 1996, también nos hicieron una masacre de campesinos. Entraron y mataron a nueve personas”.

La represa hidroeléctrica de Urra 1 produce energía eléctrica que no beneficia a la población local, que no se queda en tierra nacional sino que en su mayoría sirve para exportarla en otra parte lejana del mundo y generar riquezas individuales; al mismo tiempo produce víctimas, víctimas que se quedan en el recuerdo colectivo de las comunidades, de los amigos y de los familiares que no quieren dejar a su tierra querida.

Después del desastre social y ambiental a los habitantes del Alto Sinú no les queda otra economía que la del cultivo de hoja de coca. Muchos pobladores del Alto Sinú se ven obligados a entrar en la ilegalidad para poder garantizar sus necesidades básicas. Varias propuesta los campesinos hicieron al Estado a nivel nacional para erradicar los cultivos de uso ilícito, propuestas que fueron siempre rechazadas. A la gente que vive esta tierra se le está dando una única elección, la de la ilegalidad; única elección que se le deja y se le prohíbe a lo mismo tiempo.

Escuela de DDHH “Kimy Pernía Domicó”

Puerto Frasquillo es controlado por el ejército. Armados y con su uniforme los militares marcan la distancia con la sencilla y sonriente gente que vende o compra productos en las tiendas y en la plaza de mercado. Aquí termina la carretera, la única manera para entrar en las veredas y comunidades indígenas de la región es el “Johnson”, una larga canoa a motor que sustituye los antiguos buses y las bestias.

Los militares revisan los pasajeros que se embarcan en la represa. En el 2009 empezó la restricción de combustible y se intensificó la restricción de los alimentos y medicinales. “Cada persona no puede transportar más de 250 mil pesos de alimentación, esculcan la comida a la gente”, explica un campesino que vive más allá del embalse. “Cuando se carga alimentación hay que facturar y presentar la cédula. Han limitado ciertas cantidades de alimentación. Esto ocurre a las personas que sobrepasan el tapón”. La tapa o el tapón es como la gente local llama a la represa Urrá 1.

Bajo la mirada no muy amigable del ejército nos embarcamos con los amables campesinos e indígenas locales. Hasta la comunidad indígena de Beguidó el viaje se demora casi dos horas; de la superficie del agua todavía sobresalen arboles podridos que no se han tumbado. Llegamos en el punto donde hace tiempo el río Esmeralda se echaba en el río Sinú; termina el embalse y proseguimos por el Esmeralda. Finalmente la corriente del río nos muestra su vitalidad, pocos minutos y llegamos a la comunidad embera de Beguidó.

Descubrimos que aquí es donde el líder Embera Kimy Pernía Domicó nació y desarrolló su lucha para la defensa de la vida y de la tierra. Él creía en los procesos comunitarios y organizativos, fundó la organización del pueblo embera katío y en el 1999 encabezó una marcha de 170 indígenas desde Tierralta hasta Bogotá. Fue asesinado por el paramilitarismo en el 2001, lo secuestra y lo desaparece, por luchar pacíficamente contra a la construcción de la represa. El resguardo indígena del Alto Sinú tiene 120 mil hectáreas, de las cuales 7.400 fueron inundadas por la represa Urrá 1.

A la Primera Escuela de DDHH en el Alto Sinú se le da el nombre de este grande luchador. Siguiendo la propuesta educativa y organizativa de la “Escuela Nacional Florestán Fernandez” del MST de Brasil, el día 29 de julio comienza la escuela convocada por la Asociación Campesina para el Desarrollo del Alto Sinú (Asodecas). Los muchos participantes se dividen en núcleos de base y empiezan las actividades que se prolongarán durante cuatro días.

Se habla de DDHH, DIH, mecanismos de protección. Hay mucha participación, los campesinos e indígenas del Alto Sinú están conscientes de que sólo uniéndose, autoorganizándose y a través de procesos de autogestión comunitarios, pueden proteger un territorio bajo constante amenaza. Todavía existe la intención de construir Urrá 2, la continuación de Urrá 1, que inundaría más de 60 mil hectáreas.

La comunidad de Beguidó es un lugar agradable, con sus casas de madera y sus techos de palma maga, rodeada de bosques y bañada por el río Esmeralda. La comunidad de Beguidó es un lugar acogedor, poblada de gente humilde, de personas que han sabido conservar su sana ingenuidad a pesar de todo lo que han sufrido.

Hay momentos de conmoción en la escuela cuando se habla de víctimas, cuando el importante proceso de memoria saca lágrimas o largos silencios que truenan. Hay muchas sonrisas durante la mística, donde la creatividad explota en la creación de grupo. Hay mucha alegría en los momentos de juego y en los espacios de integración. Después de cuatro días intensos, las palabras que más recorren en este espacio de participación son “paz”, “justicia”, “educación” y “vida”. Palabras que se inciden en una piedra y, en un acto de memoria y de esperanza, se entregan simbólicamente a la fogata que cierra la primera Escuela de DDHH “Kimy Pernía Domicó”.