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Entre la legalidad y la ilegalidad económica
Freddy Ordóñez / Jueves 4 de septiembre de 2008
 

Bajaba por la calle 11, desde la avenida séptima hacia la avenida cero, buscando un lugar para refugiarme del inclemente sol –que hoy afortunadamente parecía mas benévolo con quienes habitamos estas tierras– y poder tomar un café, acompañado del diario local La Opinión.

Sin encontrar aún mi pequeño refugio en la San José de Guasimales, de Carlos Perozzo, me hallé en la avenida tercera con calle 12, donde se ubica un diminuto sector de compraventa de textos escolares y libros de segunda, formado por una pequeña cantidad de locales y de vendedores ambulantes, frente al tradicional Parque Colón, el mismo en el que cucuteños y foráneos, año tras año, en el mes de diciembre, se toman fotos frente a las más atípicas y exóticas luces navideñas que haya podido observar. Eso sí, a pesar de extravagantes, estas luces son famosas en esta frontera. Guacamayas, flamingos, y un pavo real, adornados de bombillas multicolores, forman parte del decorado “tradicional” navideño del portón de la frontera, y año tras año, en el mes 12, estos particulares pajarracos se roban el show.

Entré –sin suerte– a un local a preguntar un libro que tiempo atrás había visto en uno de los estantes, se trataba de “Ciudad de Sombras” el último texto de poemas publicado por Tirso Vélez, cuyo magnicidio, a manos de las AUC, ocurrió el 4 de junio de 2003. Aún recuerdo la desgarradora noticia: “Mataron a Tirso”.

Continué caminando, en medio de locales comerciales y vendedores informales, cuando una joven vendedora estacionaria me ofreció textos de literatura universal a muy bajos precios, lo que llamó mi atención. Le pregunté sobre el volumen adquisitivo de libros por parte de los cucuteños, a lo cual respondió que era significativo, que en general se vende una buena cantidad de libros, “suficientes como para llevar el diario a la casa… pero los jueves, debido al “pico y placa”, toca trabajar disimulado y no dejarse ver de la policía... ese día a duras penas se hace lo del bus”.

A los pobres les prohíben trabajar… Pico y placa a la marginalidad

Como si no fuera suficiente no tener un empleo estable y en condiciones dignas, por disposición de la Alcaldía los 1.500 vendedores ambulantes, estacionarios e informales de Cúcuta se someten desde el pasado 5 de junio a un “pico y placa”, que consiste en no laborar el día jueves de cada semana, hasta el 27 de noviembre.

La resolución de la Alcaldía (tal vez la única medida en su tipo que rija en nuestro país) trae incorporada una sanción monetaria de $380.000 para aquellos vendedores que no acaten la norma. Esta cifra es menor en 20 mil pesos a la cantidad que en promedio rasguñan al mes los ambulantes. La Policía se encarga de hacer cumplir la ley. Al parecer la finalidad de tan absurda decisión es descongestionar las aceras y permitir la libre movilidad del peatón. Como para ser tratado en una clase de Derecho Laboral, pensé.

Pregunté a la vendedora si en la medida de la Alcaldía se incluía algún tipo de apoyo o prestación económica por el día “no laborable”, respondiéndome “No. Al parecer la alcaldesa piensa que los jueves en las casas no comemos”.

Sumando los ingresos de los jueves que se han visto obligados a no trabajar cada vendedor ambulante ha dejado de percibir aproximadamente $336.000. Cuando termine la medida tendrán un déficit de $624.000 en sus entradas.

En lugar de garantizar el derecho al trabajo, a los pobres nos prohíben trabajar , fueron las palabras finales de la joven quien se apuró a mostrarle a una señora unos textos de lenguaje para grado séptimo.

La ilegal e informal economía cucuteña…

Cúcuta, por su situación de frontera, ha estado estrechamente vinculada con la República Bolivariana de Venezuela, dependiendo la economía local, básicamente de la relación con el hermano país. Según el DANE, 567.664 personas viven en Cúcuta, 758.312 en su área metropolitana, que incluye a El Zulia, San Cayetano, Los Patios y Villa del Rosario. En la ciudad se dio, desde mediados del siglo pasado, una economía de enclave comercial, dependiente exclusivamente del bolívar, configurándose la ciudad como el centro de la actividad socioeconómica departamental. Así esta ciudad llegó a ser considerada como el principal puerto terrestre de Suramérica, gracias a que el 80% del comercio entre Colombia y Venezuela se desplazaba a través de ella. A comienzos de la década de los 90, otro enclave económico se empezó a gestar: el enclave económico de la coca. Enclave que ha generado una alta circulación de dinero y consumo, pero no una economía formal, y por ende la posibilidad regional de salir de la situación de pobreza.

Hoy en día a esta ciudad la continúa sosteniendo el comercio (legal e ilegal), con una prominente presencia de la informalidad, y con considerables pérdidas debido a la eterna crisis económica de nuestro país. Tal tipo de economía fue reseñada recientemente por Salomón Kalmanovitz: “La ilegalidad y la informalidad caracterizan entonces el grueso de las actividades: los pimpineros que traen la gasolina que al otro lado cuesta menos que el agua embotellada, los bienes de primera necesidad que consumen los pobres fronterizos, los cambistas que capturan la diferencia entre el bolívar anclado y su valor de mercado y los venezolanos que vienen a comprar a las grandes superficies de Cúcuta lo que el desabastecimiento interno les niega. […] Norte de Santander es uno de los departamentos más pobres del país. Su ingreso por habitante es un tercio del de un bogotano” (Las finanzas de San José de Cúcuta, El Espectador, 1 de junio de 2008).

Mientras a los vendedores ambulantes se les prohíbe trabajar los jueves, los nuevos megacentros comerciales tienen las puertas abiertas los siete días de la semana, de ocho a ocho. Sus pasillos y almacenes aíslan y ocultan a la otra Cúcuta, la que permanece afuera, la marginada, la de a pie, la de las megainvasiones, la de los 110 mil desplazados, las de quienes sobreviven con el subsidio de familias en acción y del rebusque. En las cavernas de Saramago, ubicadas en San José de Cúcuta, se atrae al comprador venezolano, y se vende café a un precio diez veces mayor que al que se consigue en las calles. Los megacentros también perciben recursos de dudoso origen y posibilitan el lavado de activos procedentes de las economías ilícitas. Mientras recorro uno de ellos en medio del consumismo, los lujos y necesidades construidas por el capital, veo a través de las paredes de cristal a un anciano indigente, bañándose desnudo en una fuente, justo al frente del centro comercial, como si la vida una vez más le mostrara el culo a la sociedad capitalista.