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Peregrinación a Urabá. Porque jamás la vida se declara vencida
Milton Fuentes / Martes 7 de octubre de 2014
 

“Mi piel no reclama venganza, busca la esperanza de hallar hermandad.
Y entonces pondré en mi bandera la paz, que es tan bella, después de Urabá”
Banano de Urabá (Fragmento canción)
Yuri Buenaventura

“Si nadie resiste no hay dignidad ni decoro. Sin dignidad la vida no merece llamarse tal. Sin memoria histórica no hay esperanza de un futuro digno”.
Nestor Kohan

Cuando observé detenidamente aquella cabalgata, que hacia las seis de la tarde galopaba por una de las calles principales que rodean el parque donde cientos de personas se congregaron a caminar la memoria, inevitablemente pensé en la afrenta que estos dos actos simbólicos disputaron por unos instantes. Inmediatamente comenté a la persona que estaba conmigo que ese preciso instante sería el punto de partida para hablar de un conflicto que no se pactará en ninguna mesa, aun cuando en La Habana se llegue a un acuerdo.

Hace una semana exactamente emprendimos un viaje hacia la región del Urabá, acompañando la peregrinación que, por unos días, retornaba a la tierra y el territorio que les fue despojado a la fuerza sin mayor pretexto. Acompañar este grupo de personas implica, de por sí, un reto ante la tenacidad que representa el hecho de retornar en un acto de valentía hacia un lugar que en algún momento se dejó atrás a partir de la imposición de la voluntad ajena.

Este acto de valentía se concretó en el esfuerzo que hizo cada una de las personas que partió con miles de recuerdos al hombro hacia ese lugar que volverían a ver, sabiendo incluso que, en algún momento, por aquel conflicto que este año cumple medio siglo, dejaron atrás con la incertidumbre de si algún día volverían a ver.

Cada momento del viaje, incluso desde el momento de la partida, pienso que generó de alguna manera la expectativa de llegar a un lugar que iba a resultar desconocido. La ruptura en la cotidianidad que generó en cualquier persona que en los municipios por donde pasábamos miraba la caravana de buses, daba indicios de la grandeza que en sí representa este retorno colectivo. Incluso para quienes presenciaron la llegada de los buses a los municipios donde se detuvo la caravana a almorzar, o a los lugares por los que “X” o “Y” motivo se hizo necesario hacer un alto en el camino, fue evidente la esencia del viaje que se atravesaba en ese momento por su camino.

Hay que caminar lo sucedido décadas atrás para poder crear un nuevo futuro. Existió un momento en el cual esta región era posible considerarla como un bastión de la movilización y organización popular a partir de los sindicatos de las empresas bananeras. A través del paso del tiempo la violencia política fue en aumento como respuesta de los grandes empresarios y sus estructuras armadas ante la organización popular, además del accionar militar represivo abanderado bajo la lucha contrainsurgente que se desató en los años 80 en el país.

Durante los años 90, con la consolidación de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), se presenta una arremetida contra la población civil en las poblaciones de la región, lo que deja como saldo una gran cantidad de desaparecidos, desplazados, despojo de tierras y masacres, todo dentro de un escenario de violencia política exacerbada.

Hablar de “peregrinación al Urabá”, de “memoria viva”, de “paz” y “reconciliación” necesariamente implica leer el momento en el cual todas estas cosas se conjugan para hacer posible un viaje de retorno a un lugar de donde en algún momento miles de personas fueron sacadas a la fuerza. Hoy, el tema de las víctimas del conflicto armado está en boca de todos los medios de comunicación, y ello implica tener un conocimiento mínimo del asunto. Personas de todos los lugares del país han levantado su voz reclamando justicia y verdad tras años de impunidad y silencio tras los actos cometidos por paramilitares y militares presentes, incluso hoy en día, en sus regiones.

En el momento del arribo, la energía colectiva trascendía el coliseo donde nos íbamos a instalar, aun cuando gran parte de las personas tuviera acumulado el cansancio generado por más de 20 horas de viaje. El reencuentro de personas que en algún momento se conocieron, el encuentro de nuevos seres que emprendieron un viaje para acompañar un momento tan emotivo, la ansiedad por recorrer cada uno de los espacios de aquel lugar y un sin fin de recuerdos a cuestas, de manera inevitable, transformaron la melancolía en alegría rebelde, aquella que se necesita para vencer el miedo y seguir adelante incluso retornando años después hacia un punto de partida inicial en condiciones distintas.

La madrugada nos esperaba con su frescura en un clima tan cálido. En ella realizaríamos una caminata llena de alegría por las calles de Apartadó dando a conocer nuestra llegada indetenible. Los rostros de felicidad y contento fueron evidentes en aquellos que, tras muchos años, no ponían un solo pie en Apartadó. Una mujer que conozco de antes, sobreviviente del exterminio a la Unión Patriótica, me comentaba con una sonrisa dónde quedaba su hogar antes de que fuera despojada de su territorio.

Noté en ese momento que aquella marcha hacía real y tangible la voluntad de muchas personas desplazadas, despojadas de su territorio y víctimas de la violencia, de volver a sus lugares de origen, aun cuando el tiempo, irremediablemente, hubiese transcurrido, y con él, los cambios que este genera.

El arduo trabajo nos esperaba hacia entrada la mañana. Las presentaciones culturales, los actos conmemorativos y la presentación del monumento a las víctimas como manifestación de la memoria histórica y colectiva de todas las personas que asistían al evento enmarcaron el punto central de la peregrinación. Cada puesta en escena que se hizo, desde los bailes culturales hasta las canciones de rap, estaba íntimamente ligada con la resistencia y la lucha de estas personas por el derecho a la vida, a la tierra, el territorio y la paz.

Haber estado allí para transmitir esto a personas que, a cientos de kilómetros, presenciaban lo que allí sucedía, más allá de hacer parte de mi trabajo en las regiones, significó el acercamiento a uno de los episodios mas íntimos de todos ellos, un acercamiento a aquel lugar donde se guardan desde los recuerdos más preciados hasta los sucesos más fatídicos posibles, la memoria.

Aun cuando se piense de manera predispuesta que este tipo de actos conmemorativos conlleven una melancolía infinita y una tristeza irremediable, la alegría y la felicidad que se reflejó en los rostros de las personas que conocí en este viaje me dieron a entender que la esperanza, como en aquella historia de la caja de Pandora, es ese último bien que se pierde. El reencuentro entre estos hombres y mujeres con su territorio, generó la chispa necesaria para que en un nosotros surgiera el menester de ver una Colombia en paz, justa y solidaria, libre y soberana.

Es así como recuerdo las palabras de una de las mujeres presentes cuando le comenté acerca de la alegría que vi en su sonrisa cada vez que me la encontraba: “¡No lo podía evitar!”. Y sí… Nadie podrá evitar que la alegría de estas personas y de las miles que han sido golpeadas por la guerra sucia del Estado, venza irrebatiblemente el galopeo de los gamonales y el egoísmo de la oligarquía, pues en esta alegría, como bien lo dice Gioconda Belli, se abandona el yo y se abraza el nosotros.