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Colombia está de moda: la desdemonización de la paz
En Colombia hay poderes que carecen de autonomía y sólo reaccionan cuando Washington lo hace
Yezid Arteta Dávila / Sábado 7 de marzo de 2015
 

La coherencia política se ha vuelto una rareza en estos tiempos en los que poseer un carné de partido es como tener una entrada a cine. El portero la toma y la rompe en dos pedazos ante tu cara de tonto. Un pedazo del boleto lo tira al cesto de la basura y el otro te lo devuelve. Tomas el pedazo de papel y lo guardas sin convicción en tu billetera. Los hinchas de fútbol, en cambio, se mantienen fieles a sus clubes. Son coherentes hasta la muerte.

El proceso de paz urgía un toque de coherencia. Cuando se haga el recuento del 2015, el primer trimestre pasará como el período en que los poderes fácticos de Colombia empezaron a cohesionarse alrededor de un propósito nacional: librarse de la maldita guerra. La lista más o menos es esta: empresarios nacionales y extranjeros, el gobierno de los Estados Unidos, La Unión Europea, Unasur, la CELAC, los grandes medios de comunicación, los militares, los partidos que sostienen el esfuerzo del presidente Santos, la guerrilla, las organizaciones sociales que mueven gente.

Hasta hace muy poco tiempo había en Colombia y otros lugares de la bola terrestre muchos que se tapaban los oídos para no oír a los que proponían una negociación con la guerrilla. Creían que la realidad era lo que les contaba la propaganda o lo que veían a corta distancia. No todo lo que se dice y se observa a simple vista es la realidad. El maquillaje distorsiona.

Los vacilantes ante el proceso de paz se decidieron a apoyar la negociación con las FARC cuando vieron que la cosa iba en serio y llegaron a la conclusión de que, ante un asunto tan grave como la guerra, el arte de deshojar margaritas era una cabronada.

Los que nunca dudaron de la negociación con la guerrilla siguen allí, devotos, pero se vuelven cada vez más quisquillosos y nerviosos porque ven en el horizonte el fin del conflicto armado y temen a lo desconocido. No han visto otra cosa en su vida y no se imaginan a un país sin la sombra de la destrucción.

En los escenarios internacionales el tema de Colombia dejó de estar asociado al narcotráfico. El proceso de paz y la posibilidad, cada vez más cierta, de la firma de un acuerdo final se ha vuelto un asunto de moda. Por intereses, claro. El rey de España, Felipe VI, por ejemplo, hace pocos días en su breve discurso oficial ante la totalidad del cuerpo diplomático de los países acreditados en Madrid se refirió dos veces a las negociaciones de paz en Colombia.

De otra parte, la administración Obama movió ficha de cara al tablero de la negociación. Un movimiento estratégico y complementario al restablecimiento de la relaciones con Cuba. Un gran impulso, no cabe duda, porque en Colombia hay poderes que carecen de autonomía y sólo reaccionan cuando Washington lo hace.

El grupo Prisa y sus satélites en Colombia, luego de demonizar por espacio de años a los guerrilleros a través de sus micrófonos locales, vieron la necesidad de desdemonizar a sus blancos predilectos. La tropa de Caracol radio fue hasta La Habana y pudo comprobar que los plenipotenciarios de las FARC eran tan o más humanos que ellos. La revista SEMANA no se quedó atrás y llevó a los suyos no para regañar a los voceros rebeldes sino para confrontarlos desde la esencia misma de la política y la ideología. Una acción de los medios oportuna y necesaria para facilitar la normalización de la actividad de la guerrilla ante un eventual acuerdo final.

Pero, lo más importante: las negociaciones en La Habana mandaron a los infiernos la agenda bipolar que prevaleció en el país por espacio de una década: terrorismo y derechos humanos. Si hoy se habla de tierra, ecología, territorio, garantías políticas, memoria, sustitución de cultivos, víctimas, retorno, exilio, reparación, justicia, etcétera, es gracias a la generosa primavera política nacida del dialogo que el gobierno de Santos emprendió con la guerrilla de las FARC e intenta con el ELN.

Algo más. El país va ganando en la civilización de la política. La semana pasada hubo en Barcelona un encuentro internacional de exiliados y migrantes con asistencia de más de un centenar de colombianos provenientes del espacio europeo y Norteamérica. El Gobierno asistió. Las FARC y el ELN enviaron sus propuestas. Las víctimas hablaron. Las nuevas generaciones oyeron y dejaron oír su voz. Hubo diferencias y enfoques diversos sobre un mismo tema. Todo esto en un ambiente de tolerancia y respeto, dos valores que lentamente vuelven a llenarse de contenido en país que hace un esfuerzo por salir del abismo.