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Intoxicación informativa
México: Las FARC y la peligrosa ignorancia de la revista Proceso
¿En qué momento la revista Proceso se convirtió en vocera de planes contrainsurgentes?
Alberto Buitre / Domingo 17 de mayo de 2015
 

Leí con preocupación uno de los últimos reportajes de la revista Proceso: “Las FARC entrenan a jefes del Cártel de Jalisco Nueva Generación”, a cargo del periodista J. Jesús Esquivel, quien se acredita como corresponsal de este medio en Washington, capital de Estados Unidos.

En su texto, la revista dice que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) adiestraron a sicarios del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) durante viajes que habrían hecho los narcos mexicanos a Colombia. Que tales visitas han durado semanas, y que ahí aprovecharían para comprar cocaína al grupo guerrillero y ser entrenados “a fin de repeler los ataques de las fuerzas armadas”.

Supongo que el reportaje intenta explicar cómo fue que el CJNG a principios de mayo tomó por asalto la ciudad de Guadalajara en defensa de uno de sus capos, en una operación armada que logró derribar un helicóptero de las fuerzas especiales del Ejército. El caso conmocionó a la prensa mexicana.

¿En qué se basa Proceso para decir esto?

Bueno, la revista cita a “un alto funcionario de una de las agencias estadounidenses de inteligencia”, quien “aceptó hablar a condición de no revelar su identidad ni la de la dependencia federal para la cual trabaja”...

Es necesario hacer un paréntesis en esto.

Hacer periodismo desde Washington no es un trabajo para un reportero osado. Todo te lo ofrece el medio. Vas de lobby en lobby recabando información, parando por un latte, disfrutando de wifi permanente. Respiras política, haces política, lees, conoces, saludas, vas a convenciones, bebes algo de vino con tus fuentes y cerrando la computadora, te queda disfrutar de un buen filete dentro de una ciudad maravillosa. Cualquier periodista que labore desde la capital de Estados Unidos puede sentirse afortunado.

Pero se corre el riesgo de alienarse a la institucionalidad local. Toda la política que se consume ahí está matizada con los tonos del Departamento de Estado y el Capitolio. Es fácil perder la perspectiva, y alejarse con ello de la realidad, la de abajo, que no conoce de las comodidades que ofrece D.C. Se necesita estar fuerte de cabeza para no doblegarse ante las tentaciones del medio y no comenzar de pronto a observarlo todo desde la visión tergiversada del centrismo estadounidense.

Pero no es culpa de los periodistas. El poder de las estructuras ideológicas es muy fuerte. Poco a poco va cooptando la inteligencia y es común escuchar a varios colegas hispanoamericanos negar que han sido influenciados. Ellos se indignan con razón; pero mi respuesta siempre ha sido la misma: Relájate, no es que esté mal, tampoco está bien. Simplemente es algo que sucede.

Cierro el paréntesis para decir que citar fuentes de dudosa procedencia ya va siendo una pésima costumbre de Proceso. Uno de sus fundadores, Miguel Ángel Granados Chapa, fue mi padrino. No sé qué pensaría él de esta clase de trabajo.

Al menos puedo practicar algo que él decía y era que se deben considerar los fenómenos en toda su anchura. En ese sentido me cuesta trabajo suponer, siquiera, que Proceso y su reportero tengan pleno conocimiento de lo que son las FARC-EP. Lo evidencia su consideración de ese cuento viejo que asocia a la insurgencia colombiana con el narcotráfico. Una historia escrita desde las agencias estadounidenses: La CIA, la DEA, la Usaid, el Departamento de Estado, el Capitolio… vamos, los mismos que consideraron terrorista a Nelson Mandela hasta 1998 y han jurado y perjurado que Fidel Castro es el diablo con barba.

Claro que yo no soy nadie para pedirle seriedad a este medio. ¿Qué es este humilde bloguero al lado de Proceso, la casa de gran Julio Scherer y del maestro Vicente Leñero? Pero lo que han hecho en esta edición es peligroso. Olvidémonos de su argumento fársico y las notas estudiantiles del trabajo; lo que está haciendo la revista es poner en la mirilla de los aparatos de Estado a muchos líderes sociales que simpatizan con la insurgencia colombiana.

Y no es la primera vez.

En el año 2008, sectores de la prensa mexicana siguieron los dichos del ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez contra los estudiantes mexicanos Juan González del Castillo, Soren Avilés Ángeles, Fernanda Franco Delgado y Verónica Velázquez Ramírez, quienes fueron asesinados ese año en un bombardeo -ordenado por el propio ex presidente Uribe- contra un campamento de paz de las FARC-EP en la región de Sucumbíos (Ecuador).

La única sobreviviente, Lucía Morett, tuvo que salir contra los cuestionamientos del periodista de Televisa, Joaquín López-Dóriga, sobre si era narcotraficante, terrorista, secuestradora, guerrillera….

Poco después Uribe se reunió con el presidente Vicente Fox y le dijo que en México operaban las FARC y organizaciones afines al Partido Acción Nacional (PAN) acusaron a dirigentes políticos de ser el brazo de la guerrilla colombiana en el país. Sendo acto de estupidez, paranoia e ignorancia simplemente pasó de largo, pero sirvió para criminalizar a las organizaciones anticapitalistas.

En 2012 pregunté a las FARC-EP qué pensaban sobre que se les tachara de narcotraficantes. Viajé a La Habana (Cuba) a pocas semanas de iniciarse los diálogos de paz entre la insurgencia y el Gobierno de Juan Manuel Santos. Me reuní con el comandante Marco León Calarcá y esto me respondió:

“Es la utilización de ese fenómeno (narcotráfico) como pretexto para combatir a los pueblos del mundo. En 1989 invadieron Panamá con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y después de más de veinte años, cualquiera puede darse cuenta que esa invasión no tiene nada qué ver con el narcotráfico. En el caso nuestro, en el 2000 aprobaron el Plan Colombia, fue la base para la reingeniería de las Fuerzas Militares y el punto de partida para que se desmoronaran los diálogos del Caguán. Y nosotros lo denunciamos”.

“Y nosotros decíamos: ‘Eso es un plan contrainsurgente, no tiene nada qué ver con la lucha contra el narcotráfico’. Mentira. Ese gran negocio (el narcotráfico) no lo han combatido. Siempre dijeron que ‘no’. Y hace pocos años quedó aprobado como plan contrainsurgente; que (el Plan Colombia) se extendía al combate contra la insurgencia. La práctica nos ha dado la razón”.

Es cierto que las FARC-EP han derribado aeronaves del Ejército colombiano. Lo han hecho en el contexto de una guerra contrainsurgente, donde desde al aire se ha asesinado a guerrilleros. ¿Será ese el argumento que esgrime la supuesta fuente de inteligencia estadounidense que cita Proceso para asociarla al CJNG y a los hechos de hace unas semanas en Jalisco? ¿En serio?

No me sorprende que la “inteligencia” estadounidense diga tales cosas. Claro, en caso de que esa fuente exista. Me sorprende el quehacer de la revista Proceso y hasta donde estaría llegando por disfrazar de periodismo de investigación a sus relaciones públicas. Pienso en uno de mis maestros periodistas que, siendo yo estudiante, me dijo: “No hay periodismo bueno o malo; hay periodistas buenos y hay periodistas malos. Los últimos son los peligrosos”.

Deberían, si quieren, Proceso y sus corresponsales investigar más las FARC-EP y su contexto. Podrían enterarse, por ejemplo, que hay una realidad más allá de los informes del espionaje gringo. A qué se debe y por qué se les asocia al narcotráfico, así como por qué se les acusa de terroristas. Se darían cuenta que existe un margen amplísimo de diferencia entre un Partido Comunista en armas y un cártel de la droga en México. Se podría hablar de ello en estas líneas. Pero el deber de un periodista no es andar haciéndoles el trabajo a los demás. Y si fuera el caso que esta revista no publicó lo que publicó por ignorancia sino por alevosía, valdría la pena que explicara a sus lectores quién les mueve la edición.