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Lavoe y la cheveridad
Arturo Guerrero / Sábado 23 de mayo de 2015
 

Tenía que ser Héctor Lavoe -¡Yo soy el cantante!- quien lo enunciara.

Él, porque fue el más grande, el inconfundible, el cantante de los cantantes. Él, porque encarnó como nadie ese talante intraducible de los latinoamericanos: la cheveridad.

Ser chévere vale por ser amigo entre amigos, sintonizar en la onda colectiva de mamagallismo y risa, tender brazos a la fiesta, repartir incluso lo que no se tiene, empujar al combo hacia un más arriba compartido. Alguien chévere se presenta desarmado pero blande la finura de la picardía. En una palabra, el chévere es el cómplice.

¿Qué enunció Lavoe? Forjó una frase de culebra que se muerde la cola, apoyándose en dos palabras: ¨Es chévere ser grande, pero es más grande ser chévere¨.

Con filosofía de la escuela presocrática Sóngoro cosongo, superior a la de Pambelé, el cantante boricua ubicó en justo sitio dos comportamientos que hoy encarnizan a los colombianos.

Si cualquiera sale a la calle a averiguar sobre las aspiraciones vitales de los transeúntes, encontrará que la mayoría quiere ser grande. También comprobará que la cheveridad es apenas deseo para vacaciones, puro regodeo de tiempos libres, un hobby.

La grandeza elegida, eso sí, no guardará relación con términos como magnanimidad, dignidad ni nobleza, todos juzgados achacosos. Lo anhelado no es este perfil de grandeza. Al contrario, querer ser grande es soñar con éxito, billete rápido, influencia, lamborghinis, pase-goles en Europa, bebés mediáticos para prolongar la dinastía.

Es chévere este éxito, declaró el tenor de timbre nasal, quien lo tuvo y lo malbarató incluso hasta la adicción y la muerte. A sus 16 años voló a Nueva York a perseguirlo, durante 30 fue consentido por orquestas All stars, sus admiradores llegaron a llamarlo ´el hombre que respira bajo el agua´.

Triturado de huesos luego de defenestraciones memorables, arrinconado por enfermedades innombrables, consumido por drogas y rehabilitaciones, murió de infarto baladí a los 46 años en cama de hospital. Fue Ícaro, tocó la luz en su calle luna, calle sol, se derrumbó hacia forma peculiar de gloria.

Entrevió aquella verdad, ¨es más grande ser chévere¨, nos la arrojó a los colombianos de hoy y así evitó ser periódico de ayer.

La grandeza, entonces, está en la cheveridad. Para que la grandeza sea grande ha de ser colectiva. Porque la grandeza que se va en acumulación individual, se vuelve contra sí misma y se destruye. El buen destino de todos es la genuina celebridad. Nadie brilla cuando los demás se opacan.

Juanito Alimaña, primo de Pedro Navajas, es más chévere que grande. O es grande porque es chévere. Merced a su grandeza le componen canciones, como a ningún rico se las han compuesto. Alimaña y Navajas son pobres y maleantes porque han sufrido éxitos esquivos. Los salvó del olvido la cheveridad.

* Tomado de El Espectador