Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño
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En Remedios, Nordeste Antioqueño
Secuelas del bombardeo en Mina Nueva
Retrato de Mina Nueva, un caserío que se ve obligado a estar en medio de los bombardeos que el Ejército descarga “buscando un objetivo”. El miedo y la angustia son las sensaciones que dominan por estos días el Nordeste Antioqueño. El oro es la única posibilidad de supervivencia.
Bibiana Ramírez / Jueves 11 de junio de 2015
 

Al entrar al caserío la primera imagen que se observa es una bandera blanca elevada y ondeada por el viento. Eran las 12 de la media noche del 22 de mayo. Todos en Mina Nueva ya estaban en sus casas, algunos durmiendo, otros preparándose para dormir. “En la casa sentimos pasar un avión de esos que va muy rápido y luego se vino una descarga tremenda. Las balas se veían pasar como carbones encendidos por el aire”, dice Héctor y se asombra un poco cuando recuerda aquella noche. La tranquilidad se perdió y fue el desespero la reacción de muchos.

“La primera acción fue agruparnos afuera de las casas, nadie quería estar solo”. El caserío está a unos 700 metros de distancia en línea recta de donde fueron los bombardeos. Debido a lo cerca, muchos buscaron refugio, personas que se escondieron dentro los socavones, debajo de las casas, detrás de los colchones, casi todos protegiendo los niños.

“Cuando la primera detonación, fue algo espantoso, mucha gente pensó que la mina se había derrumbado, pero luego siguieron otras bombas, fue un caos total. La gente no sabía qué hacer. Una señora que estaba más cerca al bombardeo, del susto se metió en la mina con una bebé de 18 meses, al otro día casi no la sacan de allí. Esa noche nadie durmió, eran sobrevuelos constantes, tiraban luces de bengala encima del caserío”, relata Hernán, que también estaba allí esa noche.

“Cada bombazo que tiraban hacía estremecer la tierra. Aquí estamos acostumbrados es a trabajar, no a escuchar violencia. Fueron muy cerca de algunas parcelas. Por eso muchos se fueron, los animales aguantando hambre, es que los afectados somos la gente humilde”, comenta un aserrador y asegura que tiene miedo de salir a trabajar.

Es un cuadro angustiante el que tuvo que vivir la comunidad de Mina Nueva. Al amanecer todos se reunieron y llegaron al acuerdo de encargarse de la verificación de los hechos ocurridos esa noche y los que posiblemente vendrían. Se creó una comisión de unas cien personas y fueron los que anduvieron por las veredas tranquilizando la comunidad, fueron al sitio de los bombardeos porque al tiempo iban buscando dos compañeros que no aparecían en el caserío. Después supieron que éstos habían salido del susto.

“Cuando estábamos llegando empezaron a sobrevolar helicópteros encima de nosotros, estaban un poquito más arriba de los palos, tenían cámaras grandes, fue un momento muy tensionante. Cuando levantamos la bandera blanca, siguieron dando vueltas una media hora y luego se retiraron. Pero inmediatamente llegó el Ejército. Algunos soldados tenían cámaras en los cascos y a todos nos grabaron. A uno de los muchachos lo requisaron”, cuenta uno de los testigos que hizo parte de la comisión.

Otro de ellos hace la acotación de que cuando pidieron identificación del capitán, éste les dio un apellido y en la insignia decía otro muy diferente. Estaban acompañados de policía judicial. “En ningún momento el Ejército se ha acercado a la comunidad a dar una explicación, ni a darnos tranquilidad, al contrario sentimos que se ocultan por ahí”.

La casa de Ana fue el refugio más importante esa noche, allí hay lámpara en la calle, y es una casa acogedora. “Tocó hacer agua con sal para calmar los nervios de la gente, y hablar con ellos para bajar la tensión. Algunas señoras estaban entrando en crisis nerviosa”.

Cerca a Mina Nueva hay otra mina, San Pacho, donde una de las bombas cayó a pocos metros del caserío. “Al día siguiente por la tarde llegó el Ejército por todas las direcciones, con armas, siempre ellos andan como de mal genio, no sé por qué. Preguntaron por la guerrilla, a los más jóvenes les pidieron las cédulas, nos requisaron los ranchos, de algunas casas se llevaron fotografías. La mayoría no está preparada para esto, y eso baja mucho la moral a la gente, algunos prefieren irse para no correr peligro”.

En total cayeron cuatro bombas y mataron a nueve guerrilleros. El suelo se veía agujereado con las ráfagas. Los huecos dejados por las bombas son impactantes, los árboles cortados y quemados. Nos encontramos con algunas partes de las bombas y una de ellas nos mostraba que era para usar en MK82, una bomba que pesa unos 227 Kg, y es una de las armas aéreas más comunes. La imagen que más impactó a la comunidad fue cuando el último helicóptero se levantó, a los dos días, con una bolsa negra colgada. “Ahí van los muertos”, decían.

Quince días después del impacto, la gente sigue muy temerosa. “Esta situación ha afectado bastante. Por aquí se le teme mucho al Ejército, se le tiene pavor por las secuelas que han dejado en un pasado y las siguen dejando, por ese método de violencia que tienen con los rafagueos, los bombardeos. En lo ambiental, la naturaleza es destrozada, los animales, los árboles, el suelo, aparte de la gente que muere”, dice Hernán cuando mira los desastres a su alrededor.

Los medios de comunicación, en los siguientes días, lo único que mostraron fue la información que el Ejército les entregó, desde una sola versión y muy alejada de la realidad. Mintiendo y especulando, aseguraban que era en Segovia, cuando la vereda Panamá Nueve hace parte de Remedios, además hablaban de la existencia de cultivos de coca, cuando allí viven netamente de la minería, la cual el Estado también está persiguiendo y es otra de las razones para bombardear. Mientras estuvimos allí no vimos ni una planta de coca y la gente también dice que ese no es su negocio.

El otro lado de la historia

Lo contradictorio de la guerra es esa falta de humanismo con que se desarrolla. Esta vez ya todo estaba dispuesto para coger a los guerrilleros desprevenidos y sin posibilidad de defenderse. Cuentan los vecinos que vieron pasar a algunos heridos, corriendo y casi sin ropa.

“No debieron haber bombardeado a esta gente así, muy triste como murieron. El Gobierno dice que va a haber paz, pero sigue bombardeando. Estuvieron tirando unos volantes desde los helicópteros, pero eso de qué nos sirve”, cuenta María agachando la mirada. Uno de los volantes pide a la mujer guerrillera que se entregue y el otro tiene cinco rostros de “cabecillas” e indica cómo desmovilizarse.

Y es que no es un misterio que entre la comunidad y la guerrilla se conozcan. Conviven en los mismos espacios, pero cada uno sabe de su rol en la sociedad. La gente habla del respeto hacia ellos, y también se disgustan cuando sus acciones van en contra de la vida.

Cuando la comisión salió a verificar los hechos, al día siguiente, al encontrarse con el Ejército, lo primero que les dijeron fue que “si hay algún guerrillero aquí entre los que vienen, que se desmovilice de una vez”. Esto indignó un poco a los que allí iban, porque para el Estado todo el que se rebela es guerrillero, cuando el campesino dice estar en desacuerdo con las armas y el uso de la violencia.

El sustento para la guerrilla en esta región es el impuesto que cobran a la mina, a la madera y al ganado. Lo que no es saludable es que tengan los campamentos cerca a los caseríos porque este tipo de situaciones puede comprometer más la vida de los civiles. El Estado no va a parar de un momento a otro estas acciones, por el contrario pueden aumentar.

Cuando entramos al campamento destruido, el olor a sangre se sentía por todos lados. Los objetos personales de los guerrilleros estaban por ahí revolcados con el pantano. Se nota que la presencia de la mujer era muy importante allí y que había bastantes. Rastros de tejidos, artesanías, cuadernos con poemas, ropa, pintauñas. Este es uno de los poemas encontrados: “De dónde nace el amor, El amor nace de una mirada, se alimenta de caricias y besos y muere por una traición”.

“Para que haya paz tiene que el Estado poner parte suya, vemos esos bombardeos y estamos pidiendo un cese bilateral al fuego, pero cómo lo vamos a lograr si el Gobierno hace este tipo de cosas, llaman terrorismo a muchas cosas y eso también es terrorismo hacia la comunidad, hacia los seres humanos, de donde sean”, reflexiona Hernán.

El rompimiento del cese al fuego es uno de los peores males que le pueden suceder a las comunidades mineras y campesinas en general. Todo el tiempo se ven inmersos en situaciones que lo único que les dejan es miedo, pérdida de seres queridos y hasta desplazamientos internos. “No queremos más guerra, muertos de ninguna índole, no queremos más secuelas físicas ni sicológicas en nuestras regiones, en todo el país. La educación, la salud aquí es precaria y el pronunciamiento del Gobierno es con las bombas”, dice Ana, quien es líder en la comunidad.

La comunidad de algún modo siente dolor por estas muertes, porque saben que son colombianos y que están entregando su vida por una causa. “Deberían tomar otras medidas sin amedrentar la comunidad, será que lo hacen para que uno les coja miedo. La paz unas veces la vemos muy cerca y otras muy retirada, no pierdo las esperanzas. Los que han muerto también quisieron ver su tierra en paz”, termina diciendo Héctor, otro minero de la zona.

Mina Nueva

El oro está marcado en la piel y en el corazón de estos mineros que están en el nordeste de Antioquia. Ya no saben hacer otra cosa más que vivir en la mina y de la mina. Son pocos los cultivos de pancoger que se ven a los alrededores. Unas cuantas plantas de yuca, plátano y maíz, el resto es potrero y selva. Los que no se pudieron adaptar a la mina son aserradores y muy pocos arrieros y cazadores.

Mina Nueva es el caserío más lejano del Nordeste, en poco tiempo se conecta con el Bajo Cauca. Hace parte de la vereda Panamá Nueve, en Remedios. Hay unas 500 personas habitando encima del oro y bajo el sol. Los foráneos que hace años estuvieron allí, hoy se sorprenden de la rápida manera de crecer, de la multiplicación de humanos. Hay muchos niños corriendo, saltando, con la fuerza y valentía que heredan de sus jóvenes padres.

Pieles quemadas por el sol y marcadas por la oscuridad de la mina. Miradas profundas y desconfiadas pero llenas de sinceridad. No hay agua sino la que cae del cielo o la que se bombea de las profundidades de la tierra. El hecho de que llueva trae sus ventajas en la supervivencia, pero sus desventajas en el trabajo y en el desplazamiento de un lugar a otro. “Con esta lluvia es mejor internarse en la vereda, no hay cómo salir y es peligroso, los carros se quedan atascados y se voltean”, comenta alguien al ver llegar el invierno.

En las casas que son de madera vive la gente que se ha radicado allí, que han visto a Mina Nueva como la oportunidad de arraigarse a un territorio y poder defenderlo. Las casas que están cubiertas con polisombra verde pertenecen a los mineros ambulantes, a los que saben que en cualquier momento se irán, a los que son nómadas.

En las profundidades de la mina

Antes de llegar a explotar las cavidades de la tierra, la gente llegaba a la región a colonizar y cultivar, en su mayoría desplazados por la violencia paramilitar que se acrecentaba en la zona y que la dominaba. No había carretera, había que caminar largas jornadas. Luego llegó la explotación del oro e inmediatamente casi todos vieron ahí una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida.

Pero eso era una utopía, lo que no sabían era que esto iba a causar más problemas. El principal es el desarraigo y detrás viene el acelerado consumo, el licor, la contaminación, el desamor, la dureza de corazón y la persecución. Y los mineros no son culpables, es el arrinconamiento y la deshumanización con que el Estado y la violencia los ha tratado. Con que el capitalismo absorbe la sustancia humana y la convierte en dinero.

Entrada a la mina.

Empezamos a descender por unas escaleras pequeñas, muy empinadas, mojadas y oscuras. A ratos debíamos tirarnos a un costado para que algún catanguero (el que carga las piedras) subiera con un bulto de piedras al hombro, con unas cuatro arrobas de peso. Es una construcción bien pensada, los mineros bajan corriendo para que les rinda el trabajo, “hasta ahora no ha habido ninguna emergencia” dice Ricardo, quien presta seguridad y al tiempo es nuestro guía.

Bajamos unos 350 metros en espiral cerrada. El guía nos iba mostrando cómo el oro está formado por vetas. El agua brota por todas las paredes, en unas partes más que en otras, y para que no haya inundación, ésta es bombeada con motor y una manguera gruesa y llevada a la superficie para luego ser consumida por la misma población. También hay un sistema de aire acondicionado que permite la respiración dentro de la mina y así poder trabajar.

“Cada quien muele su mina. El 40% de lo que cada uno saca es para sí mismo y el 60% es para cubrir gastos de la mina. Esta mina tiene siete socios. La gente aquí es independiente, se quedan si les gusta y si no pues se van a otras minas. Hay veces que trabaja mucha gente y en otros momentos disminuye. Los más estables son las personas que viven aquí en el caserío”, explica Ricardo, mientras alumbra con su linterna la profundidad del socavón. Por estos días el castellano lo están pagando a 230 mil pesos y para lograr uno, debe bajar y subir por lo menos seis veces al día o la noche.

“No es fácil entrar a un socavón de esos, a sacar mina, a sacar tierra, las chatarreras con un martillo, con una almadana rompiendo roca para sacar oro para el sustento tanto de ellas como de su familia. Todos vivimos en zozobra, nos denominan de mineros ilegales, nos sueltan bombas”, comenta un minero cuando le pregunto por su trabajo.

De esta mina viven todas las personas. Es una sociedad. La mina hizo la carretera, da luz al caserío, lleva agua, presta algunos servicios. Las chatarreras son las mujeres que trituran las piedras que ya son desechadas y de ahí siguen sacando oro. Ellas también están organizadas en una sociedad, donde coordinan el trabajo. Hasta ahora esta mina es artesanal y no usa químicos para extraer el oro.

Desde el 30 de mayo en Mina Nueva se instaló un tribunal permanente por la vida y la paz. Diferentes organizaciones sociales, defensoras de derechos humanos, tanto de la región como de las ciudades estuvieron allí verificando, con la comunidad, lo sucedido, tomando las denuncias y acompañando esos momentos de angustia. “El tribunal permanente se trazó unas líneas de trabajo, las cuáles están enfocadas en el fortalecimiento y cualificación de las capacidades para defender los derechos humanos. Se harán unos espacios asamblearios con otras veredas y así realizar unas acciones concretas en la lucha y defensa por el territorio”, dice Ángela Castellanos, presidenta de Cahucopana.