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Relato de un explosivista
Yezid Arteta Dávila / Jueves 10 de septiembre de 2015
 

El reverendo echó una mirada de reojo a mi cuaderno de apuntes y luego levantó la mirada hacia mis ojos como intentando penetrar mi alma pecadora. Yezid, dijo con la serenidad de un gato, estamos en una época de testimonios, no de discursos. Cerré el cuaderno y contemplé por unos instantes la blancura de su alzacuello. Dos días después un piloto abatido y contrariado consigo mismo y el resto de la humanidad estrelló un avión contra los Alpes franceses. Sólo a un loco se le ocurre cambiar al destino.

Tratando de reencontrarme con esta época testimonial me topé por estos días con dos narrativos que caben en esta categoría. Uno del escritor Héctor Abad Faciolince y otro del guerrillero Héctor Pérez. Antioqueños los dos. El primero nació y creció en la ciudad, el segundo, en el monte. Héctor es el nombre de pila del escritor nacido en Medellín. Héctor es el seudónimo del guerrillero nacido por los lados de Campamento.

Escuché a Héctor Abad en la Casa América-Catalunya y luego leí La Oculta, su reciente novela testimonial que describe el hondo significado de la tierra en la cultura paisa. Buen libro, para mi gusto. Leí el testimonio de Héctor Pérez en https://www.pazfarc-ep.org, uno de los portales creados por la delegación de la guerrilla en La Habana y en los que cuelgan los acuerdos conseguidos con el Gobierno, amén de testimonios de su gente y otras cosas relacionadas con su ideología. Voy al testimonio del guerrillero porque me parece adecuado para el momento que vive Colombia y lo que se viene si las partes firman un acuerdo de paz definitivo.

El testimonio, escrito en primera persona, se titula Relato de Héctor, el explosivista de las FARC-EP en El Orejón. Vaya que se lee de un solo mamonazo porque desde el arranque Héctor te mete en su vida. Quieres entonces saber cómo un chico del campo terminó sembrando minas y luego retirándolas junto a un grupo de soldados que hasta entonces eran sus potenciales víctimas. A veces no hay que ir a la universidad o ir a talleres de escritura para emborronar cuartillas con singular talento. Un relato “sin ripios”, como recomendaba el paraguayo Horacio Quiroga en el Decálogo del perfecto cuentista.

Narra el explosivista: “Quedaron muy impresionados por el hecho de que yo hubiera encontrado la bomba sin conocer exactamente el sitio donde se hallaba, y porque la saqué sin que estallara. Yo la saqué así no más, sin aparatos ni tecnología alguna, lo cual les pareció increíble… las relaciones con el sargento fueron buenas… él me contaba historias y yo le contaba a él… me contó una historia según la cual casi lo mata una bomba por allá en sur del país… tiene el cuerpo lleno de esquirlas… yo conté de la herida sufrida en la cadera un día que salí a minar un sitio estratégico para el Ejército.” Prosa escueta y franca. Sin atajos.

El domingo pasado una amiga que ha perdido a su novio por la clásica disputa en las que está de por medio un reclamo material me invitó a cine. Él, dice mi amiga, pide que estabilice mi vida económica para que podamos juntarnos. ¿Y en qué quedaron? le pregunté. En nada, me respondió alterada, tengo una carrera y un máster y nadie me ofrece trabajo en este país. Vimos Un día Perfecto, de Fernando León de Aranoa e interpretada por Vinicio del Toro. Un drama sazonado con una dosis de comedia adrede a fin de atemperar el desastre de la guerra y la cierta estupidez de quienes tratan de implementar un acuerdo de paz desde la rigidez de sus textos.

“¿No creen ustedes que los mismos que están vendiendo el agua son los que tiraron el cadáver al pozo para infectarlo?” dice un niño del lugar a los miembros de una oenegé que observan desconcertados cómo tres hombres malencarados llenan los baldes de las mujeres con una manguera conectada a un carrotanque. El antagonismo entre las buenas intenciones y la realidad. La oposición entre los que vienen de afuera y los que han vivido dentro. La contrariedad entre los que se han comido toda la mierda de la guerra y los que creen tener la varita mágica de la paz.

Colombia promete cambios. Así lo han dicho los portavoces del gobierno y la guerrilla desde La Habana ¡Alerta, pues! Si el pastor se descuida, los lobos se comen las ovejas. Eso lo tenía bastante asimilado Lorne Malvo, el personaje de la serie Fargo, cuando le recuerda al creyente Stavros que los fundadores de Roma, el mayor imperio de la historia, fueron criados por lobos; los lobos cazan, matan, y por esa razón –sentencia el asesino– cazaron y mataron a Jesucristo, el cordero de Dios.