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Atentados en Ankara: el Estado Profundo en acción
José Antonio Gutiérrez Dantón / Lunes 12 de octubre de 2015
 

El sábado 10 de octubre, en Ankara, capital del Estado turco, una movilización por la paz y contra la guerra adelantada por el Estado turco en contra del movimiento rebelde kurdo PKK, terminó en una de las peores atrocidades de ese país. La manifestación, convocada por sindicatos de izquierda de larga trayectoria en el Estado turco, como KESK y DISK, así como por organizaciones de izquierda como el partido pro-kurdo HDP, fue agredida cobardemente por dos explosiones detonadas por atacantes suicidas. El número de muertos ha alcanzado a los 130, lo que la convierte en la peor atrocidad en este país, dirigida específicamente contra miles de personas que se concentraron a manifestarse por la vida y contra la muerte. Para echar sal a la herida, el acceso de ambulancias fue obstruido por la policía, en un acto deliberado cuyo único objetivo era agravar el dolor y aumentar el número de muertos.

El Estado Profundo en acción

Este atentado se suma a los atentados de Amed (Diyarbakır), el 5 de junio, con un saldo de 4 muertos, y al de Pirsûs (Suruç), el 20 de julio, con un saldo de 33 muertos. Ambos atentados dejaron cientos de heridos. Ambos atentados fueron dirigidos en contra del movimiento por la liberación kurdo en Bakur (Kurdistán en el Estado turco). Ambos atentados fueron realizados por fuerzas fundamentalistas, con plena complicidad de las fuerzas represivas del Estado. Ambos atentados han servido para que el partido AKP, que gobierna el Estado turco desde hace más de una década, saque provecho político y busque reforzar sus posiciones cada vez más desgastadas. El atentado del 5 de Junio ocurrió en medio de una manifestación a favor del HDP apenas a unas semanas de las elecciones generales. El atentado del 20 de julio ocurrió en medio de una manifestación a favor del proceso libertario que se desarrolla en la región de Rojava (el Kurdistán en Siria). Ambos atentados llevan la marca del “Estado Profundo”, (Derin Devlet), esos tentáculos del poder que estructuran el aparato institucional del Estado turco debajo de su fachada democrática. Ese “Estado Profundo”, ingeniado con el sello de la Operación Gladio de la OTAN, ha alimentado desde los ‘60 a pandillas fascistas como Bozkurtlar (Lobos Grises) para contrarrestar a la izquierda revolucionaria turca; ha formado a grupos islamistas fundamentalistas como el movimiento Hizbullah (no confundir con el movimiento del mismo nombre en el Líbano), para ser usados como fuerza paramilitar contra la guerrilla kurda del PKK en los ‘80 y ‘90; y ahora, ha comenzado a utilizar al Estado Islámico en Siria como barrera de contención en contra del movimiento de liberación kurdo a ambos lados de la frontera turca-siria. Numerosa evidencia del movimiento kurdo demuestra la complicidad abierta de las fuerzas represivas del Estado turco con estas fuerzas obscuras.

El atentado del sábado en Ankara lleva el sello de todos estos atentados, así como del “Estado Profundo”. Este atentado, ocurre en medio de una ofensiva contrainsurgente que no se había visto en años, a la vez que ocurre a unas semanas de las nuevas elecciones generales del 1º de noviembre, convocadas ante la incapacidad del AKP de formar un gobierno, luego de su desgaste electoral en las elecciones pasadas. En ellas, el partido pro-kurdo de izquierda HDP, mediante ciertas alianzas con sectores de la izquierda turca, lograron un 13% de la votación, arrebatando la mayoría absoluta de la que el AKP gozaba hasta ese momento. Estas elecciones ocurren en un contexto de desgaste generalizado del régimen, en medio de un despertar del movimiento popular turco tras décadas de reflujo y de intensificación y cualificación de la lucha por la liberación kurda. Nuevamente, el movimiento popular turco y kurdo, entran a una espiral ascendente. Es esta dinámica la cual el bloque en el poder busca aplastar mediante la utilización del terror, mediante los ataques desde las sombras, mediante la calumnia y la propaganda negra. Estos atentados demuestran que, bajo el discurso neoliberal religioso del AKP, lo mismo que bajo las dictaduras militares y bajo el dominio de la facción secular-militarista del bloque dominante turco en décadas pasadas (representadas por el partido CHP), el Estado Profundo goza de buena salud. También demuestran que el bloque dominante, pese a sus contradicciones internas, recurrirán a él para oponerse a cualquier avance del movimiento popular en cualquier escenario. Esto es particularmente cierto cuando se trata del movimiento pro-kurdo, pues perciben la importancia que tiene un avance de este sector en desmantelar el Estado autoritario, unitario y centralista impuesto por Mustafa Kemal sobre las cenizas del Califato Turco-Otomano en la década del ’20, que tantos beneficios ha dado a esos sectores dominantes.

El victimario en víctima, la víctima en victimario (Déjà vu 1984)

En una estrategia propia del famoso libro de Orwell “1984”, el victimario se escuda a sí mismo en el lenguaje de las víctimas. Lo mismo tras los atentados de Amed (Diyarbakır) y Pirsûs (Suruç), ahora el Estado se presenta a sí mismo como víctima: “Esto es un ataque en contra de toda la nación, de todos los turcos”, vocifera el primer ministro Ahmet Davutoğlu. No: las víctimas de todos estos atentados han sido personas que ondeaban banderas por la liberación del Kurdistán, que murieron con las banderas del HDP y de sindicatos y organizaciones de la izquierda turca y kurda, así como de los movimientos guerrilleros PKK e YPG. Es extraordinariamente claro cuál es el sector de la población a la que se dirigen estos atentados, a quiénes se pretende amedrentar y silenciar mediante ese terror que nadie sabe de dónde viene, cuando en realidad todos los saben. “Esto es un ataque de los que quieren destruir la paz, la unidad y la democracia”, vocifera el presidente Recep Tayyip Erdoğan, mientras él mismo atenta contra la paz, la unidad y la democracia con sus operativos militares, con su obsesión por aferrarse al poder a sangre y fuego, por su política represiva, por obstinarse en contra de una solución política a la cuestión kurda que el PKK le viene ofreciendo hace casi dos décadas. Con meridiana claridad, el dirigente del HDP Selahattin Demirtaş expresó que “este no es un atentado en contra del Estado o de la unidad nacional, sino un atentado perpetrado por el Estado en contra del pueblo”. Pero Merkel, Obama y Putin llamaron a Erdoğan… ¡para darle las condolencias! Como si la muerte de kurdos y revolucionarios turcos le doliera en lo más mínimo. Mientras tanto, la policía apalea y echa gases lacrimógenos a quienes tratan de poner flores rojas en el lugar del crimen.

En medio de este travestismo político, Davutoğlu recurre a la práctica de amalgamar a diferentes actores y confundir a la opinión pública para obtener luz verde para reprimir indiscriminadamente a quienes consideran elementos molestos. Davutoğlu culpa del atentado a dos fuerzas antagónicas, como son el Estado Islámico y/o los rebeldes kurdos. Esto lo hace para reforzar su política guerrerista, amparándola en las premisas de la mal llamada “Guerra contra el Terrorismo” y justificar una reacción agresiva en contra de los kurdos, quienes son víctimas de este atentado, pero que buscan mediante la propaganda oficial presentar como victimarios. Otro ministro, Veysel Eroğlu, señaló a los organizadores de la manifestación por la paz como provocadores y terroristas que buscan disturbar la “armonía social” –o sea, que hasta merecido lo tenían. Erdoğan en un exabrupto compara este cobarde atentado en contra de civiles desarmados en una manifestación por la paz, a los ataques de la insurgencia kurda en contra de fuerzas militares, armadas hasta los dientes, mientras conducen operaciones contra-insurgentes. Todo esto busca generar una predisposición para nuevas acciones en contra de la insurgencia kurda, de la misma manera que George W. Bush utilizó los atentados del 11 de Septiembre del 2001 en Nueva York como una excusa para invadir Irak y tumbar a Saddam Hussein.

Mientras el victimario se hace la víctima (maña practicada por los Estados autoritarios y terroristas, desde Turquía a Colombia), mientras confunde y enmaraña las cosas para que las víctimas aparezcan como los victimarios, aprovecha para afilar sus machetes a la sombra de la pila de cadáveres dejada por este atentado terrorista. El atentado de Pirsûs (Suruç) se utilizó por parte del Estado turco como excusa para bombardear extensivamente posiciones del PKK en Başûr (nombre del Kurdistan del norte de Irak), con el beneplácito de la OTAN, argumentando, falsamente, que era un operativo también dirigido en contra del Estado Islámico, al cual ellos mismos habían tolerado, apoyado y armado. Dentro de esta estrategia contrainsurgente, se llevaron a cabo atroces operativos en contra de comunidades kurdas en el Estado turco, dejando cientos de muertos civiles en agresiones a Silvan, Gimgim (Varto), Silopiya (Silopi) entre muchas otras - una treintena de civiles fueron asesinados en septiembre solamente en Cizîr (Cizre). Ahora también, los llamados a la unidad, a la determinación, a responder enérgicamente, presagian una nueva ofensiva militar en contra del movimiento kurdo y una brutal represión en contra de los enemigos del partido gobernante y del Estado autoritario que capitanea. Pese a que el PKK decretó un cese al fuego unilateral como gesto para no obstruir las elecciones, la misma noche del sábado el Estado turco, con la misma prepotencia del Estado colombiano, respondió con bombardeos a campamentos del PKK y con redadas en la provincia de Amed (Diyarbakır), que según la propaganda oficial, se cobraron la vida de medio centenar de guerrilleros. El Estado ya ha impuesto una férrea censura a los medios y a las redes sociales, el periodista Bülent Keneş ya había sido arrestado el día viernes por “insultar al presidente”, y decenas de protestas espontáneas fueron ahogadas con garrote y gases en todo el país.

El tiro por la culata: la indignación se convierte en lucha por la liberación

Nuestra solidaridad debe expresarse hoy en un rechazo categórico en contra de toda aventura militar del Estado turco, en contra de toda forma de represión en contra del pueblo y a favor de la demanda más revolucionaria de todas: la verdad. Erdoğan tiene sus manos manchadas de sangre y cientos de miles de manifestantes en todo el Estado turco lo han condenado con enérgicas protestas en que lo llaman a renunciar. La historia no tardará en condenar a los responsables de esta carnicería, que no son otros que los que quieren reforzar el Estado autoritario y que, con ese fin, no dudan en recurrir a los tentáculos del terror puestos a su disposición por el Estado profundo. No son otros que los nostálgicos del Califato, que buscan ganar, al alero de la OTAN, una posición hegemónica en la región haciendo ganancia de pescadores a río revuelto –en un río que están revolviendo ellos mismos. No son otros que los que, después de salir de sus bastiones entre los empresarios emergentes de Anatolia criticando durante años al autoritarismo secular kemalista y sus gobiernos militares o paramilitares, hoy agitan esas mismas banderas al grito de una nación, una lengua, una bandera. No son otros que los que acarician la guerra por mero instinto de supervivencia política. Son fieras heridas y como tales, amenazan con morder todo lo que tengan alrededor.

La ola de indignación que recorre al Estado turco es heredera de las luchas iniciadas por la juventud turca indignada en el Parque Gezi a finales de mayo del 2013, así como del Serhildan (lucha popular callejera) liderada en los territorios kurdos en octubre del 2014 en contra de las políticas turcas que boicoteaban abiertamente la lucha del pueblo de Rojava contra el Estado Islámico. Erdoğan ha ido demasiado lejos y jugando con candela puede salir muy quemado. La lucha por la liberación kurda es hoy, más que nunca, una lucha por la liberación de todos los pueblos en el Medio Oriente y en el Estado turco. La alternativa ofrecida hoy por los partidarios del régimen de Ankara, no es otra cosa que una distopía orwelliana fundada en el terror, que significa, hacia el exterior, la guerra abierta y hacia el interior, una dictadura velada por formalismos democráticos vaciados de contenido.