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“La vida precoz y breve de Sabina Rivas”
Ilka Oliva-Corado / Lunes 12 de octubre de 2015
 

“Me llaman calle/ pisando baldosa/ la revoltosa y tan perdida/me llaman calle, calle de noche, calle de día/me llaman calle, hoy tan cansada, hoy tan vacía/como maquinita por la gran ciudad.”

Cuando era adolescente y escuchaba la canción “La Jaula de Oro”, de mis adorados Los Tigres del Norte, me preguntaba si era cierto lo que decía la letra. Pues la gente que regresa del “norte” de visita a sus países cuenta otra cosa, y todo hace creer que lo de la fábula del sueño americano sí existe. A muchos de mis amigos del alma se los llevó el norte y nunca más volvimos a saber de ellos, tengo la certeza que muchos ni siquiera llegaron a vivir la crudeza de la jaula de oro, y que se quedaron en el camino, como tantos miles de cuerpos desperdigados en el olvido de las migraciones forzadas.

Ahora que estoy en el norte, esa canción que de por sí me erizó la piel en mi adolescencia y me hizo llorar la nostalgia de los que se fueron y no regresaron, la vivo todos días junto a los millones de indocumentados, es tan real que la pura crudeza hiela la sangre. Otra historia es cruzar la frontera, un drama aparte, propio e imborrable de la memoria de quienes lo padecen.

La película “El Norte”, lo retrata muy bien. La película “La Jaula de Oro” lo logra sacar de la pantalla, tomarnos por el cuello y estrangularnos con la realidad que no queremos ver. La película “Espiral” plasma en una obra de arte extraordinaria lo que viven las mujeres en los pueblos cuando todos los hombres se van. De cómo ellas trabajan la siembra, la cosecha, de cómo los hijos crecen con los padres lejos, al otro lado de la frontera, de cómo ellos también se van yendo para el norte siguiendo lo que por tradición el sistema los obliga a hacer. Curte, entristece ese otro rostro de las migraciones forzadas.

Contadas películas que tratan el tema de la migración indocumentada de centroamericanos hacia Estados Unidos, visibilizan la violencia hacia la mujer. El documental de la cineasta salvadoreña Marcela Zamora Chamorro, llamado “María en tierra de nadie”, retrata muy bien el drama. Será porque es mujer. Muy pocos hombres cineastas, escritores de guiones, mismos escritores de relatos, poetas, gente que está dentro del mundo del arte y la denuncia se detiene a pensar y apuesta por exponer la violencia de género que se vive en la tragedia migratoria. Porque la violencia de género siempre es invisible en cualquier lugar de la sociedad. Esto nos compete a todos sin distinción de ningún tipo. Contra la violencia de género tenemos que luchar todos.

La semana pasada vi la película “La vida precoz y breve de Sabina Rivas.” Es una de esas películas que como distracción para buscar relajarse es mejor descartarla, el arte es político y esa cinta desde el inicio hasta el final encara y evidencia la realidad despiadada del tráfico de niñas, adolescentes y mujeres centroamericanas indocumentadas, que en su búsqueda para llegar a Estados Unidos son secuestradas, ultrajadas, asesinadas y desparecidas por las redes para explotación sexual que muy bien tienen en contubernio autoridades estadounidenses, mexicanas y centroamericanas. El crimen organizado bien sabemos que comienza en el gobierno y se expande en los brazos de la autoridades policiales y migratorias.

Sabina Rivas, una muchachita de 16 años hondureña que sueña con llegar a Estados Unidos y sacar de la pobreza a los suyos, es raptada y termina en un bar como trabajadora sexual en la frontera entre México y Guatemala del lado de Guatemala, pero sus sueños están en Estados Unidos y busca cruzar la frontera por el río Suchiate, ya del otro lado se encuentra con la violencia de los grupos delictivos particulares y policiales uniformados. Es golpeada y violada es más de una ocasión.

Papel importante juegan los cónsules, autoridades migratorias y personajes estadounidenses, que a cambio de sexo le ofrecen tramitarle visas para su tránsito hacia Estados Unidos, por supuesto que solo la utilizan para el placer. La niña entonces pasa por bares fronterizos, casas de citas, fiestas privadas y todo tipo de bacanal que organizan encopetados de saco y corbata, donde la obligan a drogarse y a todo tipo de vejaciones. Siempre termina regresando al bar del lado de Guatemala cuando logra escapar de la violencia en México. Lejos, cada vez más lejos va quedando Estados Unidos y su sueño de ayudar a los suyos. Sabina también viene de uno de esos hogares disfuncionales, sufre de abusos sexuales y golpes, y el norte es el escape. Siempre, el norte parece ser la puerta de salida, cuando en realidad es la entrada a otros avernos.

La película aunque lleva el nombre de esta niña, abarca el tema de la migración forzada de centroamericanos hacia Estados Unidos, lo expuesto que están a la violencia que ejerce el gobierno mexicano y los grupos criminales que cuentan con estadounidenses y mexicanos vestidos de civil bajo órdenes de sus gobiernos. Los asaltos, el secuestro, las violaciones sexuales, las torturas y los asesinatos. El tráfico de personas con fines de explotación laboral, sexual y tráfico de órganos. El tráfico de drogas custodiado por autoridades policiales y migratorias de los países involucrados.

Esa tragedia, ese genocidio que como sociedad no queremos ver. Esas violaciones innumerables que hacen a nuestras niñas, niños, adolescentes y mujeres. Todo sucede frente a nuestras narices, pero es cómodo no ver lo que nos cuestiona, lo que nos encara, lo que expone nuestro egoísmo. Nunca pretendamos generalizar la tragedia migratoria, porque dentro de esa violencia que viven nuestros hermanos, está muy enraizada la violencia de género; no seamos cobardes, no solapemos, nos permitamos con nuestro silencio que siga sucediendo, seamos parte del cambio, involucrémonos.

Esta película es la adaptación de la novela “La Mara” del escritor Rafael Ramírez Heredia. Y debería ser vista en escuelas, en universidades, y también en cualquier lugar donde exista un ser humano que descalifique, que estigmatice con prejuicios y estereotipe a los migrantes indocumentados que atraviesan territorio centroamericano y mexicano para llegar a Estados Unidos.

El tipo de personas que se dan tres golpes de pecho con la crisis de refugiados en Europa pero que escupen el rostro de sus propios hermanos latinoamericanos que por indocumentados tienen mínimas posibilidades de sobrevivencia ante el crimen y el silencio de la complicidad de los que solapan con su indiferencia.

Todos conocimos, conocemos o conoceremos a alguna Sabina, por ellas el cambio es hoy, ¿qué estamos esperando?

“Me llaman siempre, y a cualquier hora/me llaman guapa siempre a deshora/me llaman puta, también princesa/me llaman calle, es mi nobleza/ me llaman calle, calle sufrida, calle perdida de tanto amar.” –Me llaman calle. Manu Chao.

Audio.