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¿Diálogos para la paz o para la muerte?
Carta abierta a los negociadores de La Habana desde el Urabá Antioqueño
 

“A la paz perpetua. Esta inscripción satírica que un hostelero holandés había puesto en la muestra de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio, ¿estaba dedicada a todos los «hombres» en general, o especialmente a los gobernantes, nunca hartos de guerra, o bien quizá sólo a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz? Quédese sin respuesta la pregunta…” Inmanuel Kant.

Señor Presidente Juan Manuel Santos Calderón
Señores Delegados de paz

Es difícil describir con palabras el terror, se trata de un sentimiento que para entenderlo hay que sentirlo, como el vacío en las entrañas ante el abandono de la vida, el presentimiento del dolor inminentemente posible y el olor del cuerpo descompuesto, el crujir de dientes ante la vida abruptamente inconclusa, lo que se deja, lo que no se alcanzó a hacer o decir o resolver, el llanto, el temblor y la impotencia ante el cadalso terrible y definitivo, la tristeza infinita al filo del final absoluto de todo.
Es el sentimiento que hoy nos hace temblar ante la posibilidad real de la firma de un acuerdo de paz entre la insurgencia de las Farc-EP y el Gobierno colombiano. El sentimiento optimista de esperanza con que se acoge la noticia de un acuerdo que pondría punto final a la confrontación armada en Colombia, a fuerza de dolores de muerte y persecución ad portas de la firma definitiva, poco a poco se ha convertido en la previsión del exterminio total de la organización social y de la oposición en lo que más parece ahora una macabra estratagema de guerra para la eliminación de los contrarios, la terriblemente conocida estrategia de “pacificación” aplicada por el poder oficial históricamente en la República de Colombia, análoga a la igualmente macabra fórmula de acabar la pobreza matando a todos los pobres.

Los líderes sociales y comunitarios Klaus Zapata, William Castillo Chima, Marisela Tombe, Alexander Oime, Milton Yesid Escobar Rodríguez y Gil de Jesús Salgado, asesinados en las últimas dos semanas, habían sido amenazados de muerte, los paramilitares lo habían anunciado y tragándose el terror con terca nobleza continuaron sus luchas por la reivindicación de sus comunidades, con ese presentimiento del dolor que les sobrevendría, percibiendo de antemano el olor de sus cuerpos descompuestos, quizá en sus soledades lloraron ante la vida que quedaría inconclusa, por lo que no alcanzarían a hacer, decir o resolver, ¿Qué sentimiento de soledad y abandono los embargaría en sus últimos días con la tristeza al filo del final de todo?, quizá confiaron en poder ver su país en paz, no los dejaron, su sueño quedó inconcluso ad portas de la firma definitiva del acuerdo de paz o quizá hoy duermen el sueño eterno de la paz perpetua.

Jesús Arley Cartagena y Laura Rosa Cataño Serna, líderes campesinos de la maltratada población de San José de Apartadó, sobrevivientes de todas las violencias, testigos de la orgía de sangre que acabo con la vida de sus padres, hermanos, amigos y vecinos, resistieron y resisten con coraje y valentía frente a sus verdugos, cien veces y más se les ha anunciado su muerte con horrible detalle, el comandante de la Brigada XVII del Ejército Nacional, coronel Germán Rojas Díaz, los ha acomodado insistentemente en el punto de la diana como blanco de tiro cada vez que públicamente los señala y califica como personas peligrosas. Hoy la sentencia mortal se tuvo que aplazar ante la evidencia en que quedaron los perseguidores, en cambio se les aplica la fórmula de juicio de acallar sus voces campesinas con la tortura del presidio. Los líderes se encuentran parados al filo del final de todo, caminando hacia el cadalso terrible y definitivo, a la escucha del patético ruido metálico que producen sus cadenas que aprietan sus tobillos mientras golpean un suelo ardiente y duro.

Mas de 130 homicidios cometidos contra líderes sociales y comunitarios, defensores de derechos humanos en el último año, montajes judiciales a los largo y ancho del país contra campesinos y lideres sociales, persecución, amenaza y muerte, terror ad portas de la firma final de paz.

¿Para qué inventar lo que ya se ha inventado con mejor talento, para que decir lo ya dicho, predicho y previsto desde los ojos del verdadero profeta? Señor presidente y señores delegados de paz, hoy se hace nuestra la palabra del inmolado y siempre inmortal líder Jorge Eliecer Gaitán y porque son nuestras dispensen que no las entrecomillemos, a ustedes las remitimos con la contundencia, la pertinencia, la previsión y la actualidad que estas contienen, esas palabras son la herencia dejada al pueblo y el pueblo hoy la hace exigible, responded a estas palabras:

Señor Presidente:

Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.

En todo el día de hoy, Excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas las latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.

Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan!

Señor Presidente: Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.

Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.

Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.

Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.

Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!

Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!

Impedid, Señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.

Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!

Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.

 ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia! [1]

¡La paz que queremos, esperamos y exigimos no es la paz del cementerio!
¡Por paz con justicia social, cese al fuego bilateral ya!
¡No más actos de guerra contra la población civil!

[1Este breve discurso conocido como la Oración por la Paz fue entonado por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948 en la Manifestación del Silencio.