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Toledo (Antioquia): Manos sin tierra y recuerdos de violencia
La vereda La Cascarela es la más cercana a Hidroituango, y donde más sufren los impactos de su construcción
Bibiana Ramírez / Viernes 12 de agosto de 2016
 
Vereda La Cascarela. Foto Bibiana Ramírez – APR.

Subir a Toledo y sus veredas es casi como estar en el palco de la Cordillera Occidental. Se puede divisar el cañón del Cauca y el inicio del Nudo del Paramillo. Desde Toledo, norte de Antioquia, se ven Briceño, Ituango, Sabanalarga y Peque. Es un lugar privilegiado para contemplar un espectáculo natural.

Toledo ha sido un municipio agrícola. El río Cauca ha sido otra alternativa de sustento para los campesinos y la arriería es una de las principales actividades económicas.

La vereda La Cascarela es la más cercana a la represa Hidroituango, y donde más sufren los impactos sociales y ambientales de su construcción. Los campesinos y barequeros se sienten en un callejón sin salida, pues sus oficios están siendo limitados.

Esta vereda es como el balcón de Toledo. Desde muy temprano es posible ver cómo las nubes bajan al río a alimentarse del bosque seco tropical y esparcen su manto por todo el cañón. En los patios de las fincas las cosechas de fríjol y maíz reciben el sol para su mejor conservación. Cultivos de café, plátano, yuca y frutales adornan pequeñas parcelas que luego alimentarán grandes familias.

Sin tierra y con hambre

La Cascarela pertenecía a Genaro Arango, terrateniente de Toledo. Hace más de 50 años unas 20 familias han estado cultivando la finca Tacuí. Sin embargo los herederos la vendieron a EPM para el proyecto hidroeléctrico, quedándose la mayoría de campesinos sin dónde trabajar.

“Los dueños de esas tierras se las daban a los abuelos de nosotros para que las trabajaran a un porcentaje, es decir que lo que sacaban de ahí le daban a ellos una parte. De ahí siguió la tradición del trabajo, las generaciones iban recibiendo esa herencia, ya los padres llevaban a los hijos y así nos sosteníamos todo el tiempo. Se sacaban tres cosechas al año de fríjol y maíz. Aquí nunca hemos sido dueños de tierras”, dice Hernán Zapata, a quien le preocupa el futuro de sus hijos.

Sólo seis familias se han arriesgado a seguir trabajando esas tierras. Rodrigo Espinosa, un campesino de la vereda, fue demandado por EPM por ocupar predios privados. Han recibido amenazas. “Nos ponen pasquines. En todo trabajadero que hemos estado nos han puesto por ahí diez o doce pasquines, pegados a los árboles. Que si seguimos trabajando nos van a llevar para la cárcel, que nos van a echar grupos armados. Nosotros les hemos dicho que ellos sabrán si nos llevan pero estamos peleando por los derechos de nosotros, no les estamos quitando nada a ellos”, dice.

Lo que todas las familias piden es que sean indemnizados justamente. Ni EPM ni los dueños de las tierras hicieron un censo para verificar la situación de los habitantes. EPM les responde que eso es culpa de la familia Arango porque no dijeron nada y que ellos son los que deben responder, sin embargo los Arango tampoco dan solución.

“Al mayordomo de esa finca lo liquidaron y a nosotros, que ayudamos a administrar esa finca toda la vida, nada. Nos toca meternos todos a trabajar ahí. No podemos desocuparle esas tierras de ninguna manera, porque no tenemos otro lugar a donde ir”, dice Andrés Barrera, quien desde los doce años está trabajando en la finca.

Entre todos, en una cosecha podían sacarse tres mil kilos de maíz o mil kilos de fríjol. Una parte se repartía para el consumo de los hogares, y la otra para vender en el pueblo y comprar el resto de comida, mandar los niños a la escuela o tener algún ahorro para una eventualidad.

“No hay jornal. Estamos acorralados, los hombres no tienen dónde trabajar, no tienen dónde echar una mata de fríjol, una mata de maíz. Con quitarnos el trabajo que hemos hecho toda la vida, nos están poniendo a sufrir”, dice Amparo López, nativa de La Cascarela.

Otra de las preocupaciones que tienen los campesinos en la vereda es que por allí van a pasar los cables con la energía que saldrá de la represa. Se preguntan si eso causará problemas en la salud, ya EPM les dijo que no, pero ellos no creen porque les han contado de otras experiencias de afectaciones a largo plazo.

La gran mayoría iba al río Cauca a barequiar, otra alternativa para sobrevivir cuando las cosechas se demoraban o no eran pagadas justamente. “La minería en el Cauca ha sido un patrimonio de nosotros, los abuelos y los papás. Algo ayudaba para el sustento, pero ahora con el proyecto de hidroeléctrica ya nos dejaron sin ese trabajo y sin jornal. Vinieron a censar a los mineros y nos dijeron que no éramos mineros fijos, entonces no nos dieron nada”, dice Esperanza Zapata.

La violencia

A pesar de que Toledo ha sido un municipio tranquilo, sin muchos rezagos de la guerra, ha tenido algunos episodios violentos.

En 1999 un grupo de las AUC asesinó a cinco personas en la vereda Helechales. “Los paras revisaron las viviendas del caserío y asesinaron a los pobladores luego de sacarlos de sus casas”.

En el 2002, en La Cascarela hubo enfrentamientos entre los paramilitares y la guerrilla. “Andaban los paramilitares por Pescadero y la guerrilla los siguió. Y se iban a enfrentar en una finca, pero como estaba muy nublado, se acercaron más a esta. Esa noche estuvo todo prendido, de aquí tiraban y de allá también. Hasta en la casa quedaron huecos de las balas. Todos encerrados y bajo las camas, con mucho miedo”, dice Rosmira Correa, a quien se le inundan los ojos al recordar a su hijo asesinado por los paramilitares en ese mismo enfrentamiento.

La vereda quedó desocupada. Rosmira se fue al pueblo con su familia. “En el pueblo aguantamos mucha hambre, yo estaba viuda. Pensaba irme para Medellín con los 16 hijos, pero los amigos me aconsejaron que no me fuera, que la ciudad era muy dura, que los niños se volvían ladrones, unos gamines. Duramos dos meses en Toledo y nos vinimos para aquí otra vez”.

Erminia fue la única que se quedó, vio cómo salió toda la gente. “Eso fue muy maluco y miedoso. Pasaba la candela por este bordo de este zinc, para allá, y volvía y repetía para acá, y nosotros aquí, escondidos. Gracias a Dios no nos pasó nada y no nos desplazamos porque no tuvimos por dónde, para acá abajo rodeados, para arriba también, entonces nosotros tuvimos que quedarnos aquí”.

En el 2011, cuando iniciaron las obras de Hidroituango, en esa zona fue hallada una fosa común con diez cadáveres, que según la Fiscalía pertenecían a miembros del Bloque Mineros de las AUC.

Ya inició la tala del bosque seco tropical en todo el cañón del río Cauca para la reconstrucción de la represa. El instituto Humbolt dice que “originalmente este ecosistema cubría más de nueve millones de hectáreas, de las cuales queda en la actualidad apenas un 8%, por lo cual es uno de los ecosistemas más amenazados en el país. Lo más preocupante es que tan sólo el 5% de lo que queda, es decir el 0,4% de lo que había, está presente en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. De ahí que el Ministerio del Medio Ambiente lo haya declarado como un ecosistema estratégico para la conservación”.