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San Vicente del Caguán, entre el escepticismo y la ilusión de acabar la guerra
Como en otras zonas del país, la polarización frente al proceso de paz es marcada en este municipio del Caquetá, donde las FARC han tenido presencia histórica y ha sido fuerte la confrontación armada.
Yhoban Camilo Hernández Cifuentes / Martes 20 de septiembre de 2016
 

Viajar de Bogotá a San Vicente del Caguán, en el departamento del Caquetá, me tomó 16 horas por vía terrestre. Hasta Florencia la carretera está en óptimas condiciones. De ahí en adelante empieza a desmejorar progresivamente y también, de manera progresiva, aumenta la presencia del Ejército; en un tramo de casi tres horas conté tres batallones y siete puestos de control, algunos de ellos con tanques e improvisadas trincheras construidas con bultos de arena.

En el trayecto, varios lugares guardan la memoria de cinco décadas de conflicto; el sector donde secuestraron a la excandidata presidencial, Ingrid Betancur, comenta la gente; el sitio donde hubo un enfrentamiento con el Ejército; el lugar donde explotó una bomba; o el pueblo que se tomó algún día, o en muchas ocasiones, la guerrilla. Municipios como Puerto Rico, El Doncello o Paujil, traen a mi mente titulares de prensa sobre emboscadas, operativos militares o crímenes de guerra cometidos en medio del conflicto.

Al pasar por una guarnición militar, un señor que viaja en el asiento trasero del bus le pregunta a su compañera: ¿Qué irá a pasar con estos batallones?” A lo que ella responde con otro cuestionamiento: “¿Qué va a pasar de qué?” Pues, indaga el señor, “¿Los irán a quitar por lo del proceso de paz?” La mujer finaliza el diálogo con otro interrogante, esta vez dejando una preocupación en el aire: “¿Pero de qué paz hablan? Si ya han dicho que los otros –los paramilitares- están entrando a las zonas que las FARC están dejando.

Es claro que en esta región, como en otros territorios de Colombia, hay una fuerte incertidumbre entre los habitantes, quienes día a día se preguntan cómo será la vida luego de que las FARC dejen las armas. No es para menos, este grupo insurgente, el más grande y antiguo del país, ha sostenido 52 años de lucha armada con el Estado, que han marcado a tres generaciones de colombianos y han tenido efectos en la vida social, política y económica de centenares de poblaciones.

Tal vez en San Vicente esos efectos han sido más fuertes que en otros lugares del país, pues este territorio ha sido zona de retaguardia de las FARC. Aquí, en límites con La Macarena, departamento del Meta, el grupo insurgente ha resistido los más duros embates de la guerra. “Este siempre ha sido un asentamiento histórico de nuestros máximos jefes –dijo el comandante Joaquín Gómez, durante la Décima Conferencia Guerrillera que se desarrolla en los Llanos del Yarí-. Aquí se presentaron combates supremamente fuertes entre los paramilitares y nosotros, y los sacamos. A pesar del Plan Patriota –estrategia militar desplegada por el Estado colombiano-, nosotros continuamos aquí. Y aún estamos aquí”.

Decir sí cuando algunos insisten en dudar

San Vicente tiene una extensión de 28.300 kilómetros cuadrados, en los que viven 67.994 habitantes según cifras del DANE proyectadas a 2015. La población, en su mayoría rural, se dedica principalmente a la ganadería a pequeña y mediana escala, convirtiendo el paisaje en una mixtura de colinas pastosas cercadas por árboles, bejucos y altas palmeras.

En el amplio parque, con grandes árboles en el centro y una iglesia modesta para el tamaño del lugar, proliferan los establecimientos comerciales, entre restaurantes, discotecas y misceláneas, y en las calles aledañas abundan las ferreterías, graneros y tiendas agrícolas. En una esquina de la plaza está la Alcaldía y en frente una garita de la policía donde permanecen varios uniformados. A lo lejos, alzando la mirada, el paisaje está marcado al costado izquierdo por la cordillera Los Picachos, que hace parte de la cordillera Oriental, y al otro extremo por una base del Ejército ubicada sobre una montaña.

Cuando me bajo del bus tomo a un mototaxi para dirigirme al hotel. Durante el recorrido el hombre empieza a hablar del proceso de paz y específicamente de la votación del plebiscito, por medio del cual los ciudadanos dirán si refrendan o no los acuerdos entre el Gobierno y las FARC, alcanzados en la mesa de negociaciones de La Habana.

“Yo creo que los del NO le vamos a dar una sorpresa a este pueblo. No estoy seguro de que vamos a ganar, pero de pronto les damos un susto”, dice el hombre quien aún no ha leído los acuerdos. Él manifiesta que no confía en la guerrilla y agrega que el grupo insurgente “no va a dejar las armas ni mucho menos el negocio de las vacunas. Aquí siguen extorsionando –asegura-, y la gente les tiene que seguir pagando”.

Cuando le pregunto al mototaxista si a él o a sus compañeros los extorsionan, me responde que no, y sostiene que ellos nunca se han dejado extorsionar. “Pero a los ganaderos los siguen vacunando –insiste-, les cobran 20 mil pesos por cabeza de ganado. Entonces esto no va a cambiar”, concluye el hombre al dejarme en la puerta del hotel.

Escuchando al mototaxista corroboro que el tema de la paz está en boca de todos en la región y me doy cuenta de que existe mucho desconocimiento en torno a los acuerdos y al proceso de negociación. También identifico esa aversión, casi radical, que generan las FARC en algunos sectores de la población.

Sin embargo, para otras personas de la región, respaldar el acuerdo de paz con las FARC representa una oportunidad histórica de cambio. Eso piensa Jair[*], un habitante del municipio, quien está de acuerdo con de proceso de paz y con votar sí al plebiscito.

“Es que anteriormente aquí había muchos muertos, heridos y bombas. Vivía uno con mucha sicosis, pasaba una moto y uno pensaba que era una motobomba. Ahorita gracias a dios no pasa eso”, argumenta.

Con tristeza, Jair recuerda varios episodios del conflicto. “Aquí en la cancha del camping mataron a una niña en un enfrentamiento que hubo entre el Ejército y la guerrilla. Uno no ha sufrido en carne propia pero ha visto sufrir mucho. En el parque hubo una bomba en la que mataron a cinco personas, entre ellas una señora que vendía pollo, otra que vendía ropa de segunda, y hubo otros heridos, un muchacho de 17 años que lo había mandado la mamá a comparar unas bolsas y ahí cayó. Yo me acuerdo que ese día estaba en la casa cuando se escuchó ese estruendo tan tremendo”.

De los 30 años que lleva viviendo en San Vicente, los últimos cuatro años han sido de mucha tranquilidad, asegura Jair, lo que demuestra que el desescalamiento del conflicto entre el Estado y las FARC ha cambiado las condiciones de vida de la población.

En vísperas de la paz hay un ambiente enrarecido

Deambulando por las calles de San Vicente llego hasta el cementerio local. Queda en la parte alta de una colina. En el centro tiene una pequeña iglesia pintada de azul celeste a cuyo alrededor se extienden las lápidas, casi todas deterioradas, algunas con basura y con cruces sin marcar. Pero lo que llama mi atención es que una de las paredes externas está marcada con la sigla paramilitar AUC.

En días recientes, han aparecido algunas pintas de este tipo en el municipio, explica Domingo Emilio Pérez Cuellar, líder de la asociación Caguán Vive, organización de la sociedad civil que surgió en el año 2007, justamente para denunciar los efectos del conflicto que configuraban una grave crisis humanitaria en la región. El primer director fue Joel Pérez, el hermano de Domingo, pero a él lo asesinaron en el año 2008.

Además de los grafitis, el día de mi llegada a San Vicente “se conoció que los concejales del Centro Democrático recibieron un panfleto en el cual los amenazan. También a la vicepresidenta de Caguán Vive la habían llamado días atrás para insultarla”, revela Domingo.

Sin embargo, hasta ahora no han ocurrido ataques a líderes o defensores de derechos humanos, expresa el director de Caguán Vive, aunque sí se han registrado homicidios selectivos de comerciantes.

Conocedor del contexto de la región, Domingo, quien fue alcalde de San Vicente en el periodo 2012-2015, anota que cuando se acerca la firma final del acuerdo de paz, y con ello la salida de los insurgentes de los territorios, “hay en sectores campesinos una noción de indefensión, porque mal que bien las FARC han impedido la entrada de la criminalidad”.

Lo que está claro para Domingo, es que ahora será la sociedad civil la que tendrá el desafío de empoderarse en el territorio, pues está seguro de que el acuerdo de paz cambiará el contexto político y al mismo tiempo las dinámicas sociales y de seguridad, principalmente en las zonas priorizadas.

Y eso pone a las comunidades a asumir otros roles, por ejemplo, “ya las FARC han dicho que no están resolviendo problemas de la gente -que acudía a ellos para resolver líos entre vecinos-, y lo que están haciendo es direccionando a las personas para que vayan a las juntas o a los comités de conciliación”, que están integrados por líderes de la misma comunidad e implementan mecanismos de resolución pacífica de conflictos.

De regreso en el parque, mientras tomo un café y miro al mercado campesino que se instaló frente a la iglesia, pienso que las dinámicas están cambiando, no solo en San Vicente sino en general en Colombia. El ambiente se está transformando. Hay inquietudes, temores y malos recuerdos de otras negociaciones, pero también hay ilusión, esperanza y sobre todo una oportunidad de cambiar la cotidianidad de la guerra que está enquistada en la historia de los colombianos.

[*] Nombre cambiado por solicitud de la fuente.