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Opinión
Razones íntimas para decirle sí a una nueva patria
Liliany Obando / Sábado 1ro de octubre de 2016
 

“…Soy una mala mujer
Porque no nací sumisa,
Callada, quieta y frágil
Sino soberbia, entrona y estridente…”

Soy una mujer de esta patria que nació en un país en guerra. Desde niña como muchas y muchos, conocí de la precariedad y la falta de oportunidades. Siendo aún muy joven me embaracé y tuve que asumir el difícil papel de ser madre soltera en un país que no ofrece un trato diferencial a las mujeres. Me arriesgué entonces a enfrentar mi futuro por cuenta propia, al fin y al cabo cabeza no me había faltado para sacar mis estudios adelante. No contaba con que tener un título era insuficiente en un país que subvalora y discrimina a sus mujeres.

En el intento fui lanzada de varios puestos de trabajo una y otra vez cuando los patronos, ellos o ellas, se daban cuenta de mi estado de gravidez. Cuando finalmente logré permanecer en un trabajo “pese a mi embarazo”, mi derecho a la licencia de maternidad me fue negado, era la "contraprestación" por haberme permitido laborar en tal estado. La misma historia se repetiría absurdamente años más tarde. Parí en soledad en un hospital de caridad, pero esa pequeña luz me llenó de motivos adicionales para continuar la brega.

Entendí después de lidiar infructuosamente y por años con una demanda legal por alimentos en favor de mi pequeño, que el Estado y la ley son más indulgentes con quienes les niegan los derechos a sus hijas e hijos; en cambio, le cobran con especial dureza a una mujer que para solventar sola las necesidades de su prole o por su estado de pobreza, o porque decidió rebelarse de forma consciente contra lo injusto, trasgredió esa ley, esa que no la ha protegido ni a su descendencia.

He vivido en carne propia la violencia física y sicológica, la exclusión y la discriminación. Esas otras violencias en razón de nuestro ser femenino, que también han alimentado la guerra. Violencias que han venido de cualquier lado, porque esta cultura patriarcal nos atraviesa como sociedad toda. Por eso sé, a ciencia cierta, que es más dolorosa aquella violencia que viene de tu propia orilla.

Conozco del dolor que te desgarra por dentro cuando en lugar de tenderte una mano solidaria porque te atreviste a denunciar a tus agresores, en cambio, recibes la estigmatización, quizá fuiste tú la culpable… Un motivo más para querer darle vuelco a esta patria. Por eso terca me mantengo incólume en mi compromiso, porque estoy convencida que si quiero un país distinto y de no más violencias contra las mujeres, debo primero combatir los demonios desde bien adentro.

Viviendo mi propia historia, pero también aprendiendo del sufrimiento y la tenacidad de otras mujeres y hombres, me fui enamorando de mi pueblo. Pensar críticamente y actuar en consecuencia ha sido mi lucha. Y en esa apuesta fui hecha presa por un Estado que persigue a quien disiente. Y viví y sufrí junto muchas y muchos otros el dantesco mundo de la prisión y sus carceleros despiadados, ellos y ellas. Quizá la viví con especial rigor porque en mí no encontraron claudicación, al contrario, junto a otras y otros de mis compañeros, crecimos en rebeldía y convicción con cada vulneración a nuestros más fundamentales derechos.

Y también viví el inenarrable dolor, junto a otras mujeres, al tener que separarnos forzosamente y dejar a la deriva a nuestros(as) hijos(as) mientras estábamos entre rejas. Sin duda el más alto costo que puede cobrarse a una mujer en su búsqueda de justicia y dignidad.

He visto en este caminar, la muerte, el exilio, el destierro, la mutilación, la cárcel y un gran etcétera, de muchos y muchas de mis compañeras y compañeros. Y todas y todos han dejado una indeleble huella para que no haya olvido.

He vivido y no me arrepiento de nada porque sé que en esas vivencias he crecido como mujer y como ser humano. En este tránsito he conocido personas invaluables que me han enseñado que a pesar de la adversidad el futuro puede ser nuestro, que la felicidad y un nuevo país son posibles, que para vivir con dignidad hay que luchar y que para ser hombres y mujeres nuevos hay que amar profundamente a la humanidad.

Hoy que nuestro país después de una centuria de cruentas guerras acaricia la posibilidad de la construcción de la Paz con Justicia Social, sé que no podremos avanzar si no despojamos de odio nuestros corazones y si no nos damos la oportunidad de hermanarnos como pueblo.

Hoy le digo SI a la construcción de la Paz con Justicia Social porque no quiero ser responsable de dejar la nefasta herencia de la guerra a nuevas generaciones de nuestras niñas y niños, porque no quiero más rejas para quienes piensen diferente; porque sueño con una Colombia al fin incluyente para nuestras Mujeres.

No es un llamado al olvido, no. Es un llamado a la reconciliación sobre nuevas reglas de juego. La memoria ha de ser parte importante de esa construcción de la Paz duradera. Para no repetir lo ya vivido.

Colombia, Octubre 1 de 2016