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Nocturno del toreo
Es hora de que en Colombia terminen el crimen y la corrupción, con las masacres de los animales, disimuladas como el toreo y otras múltiples formas, si se quiere construir una cultura de paz.
Armando Orozco Tovar / Jueves 9 de febrero de 2017
 
Ilustración de Armando Orozco Tovar.

En el horror también hay belleza. Esto se sabe desde Las flores del mal, de los anales de Baudelaire. Recuerdo cuando de niño mi padre me llevaba al “Circo de Toros”, como se decía a la Plaza de Toros de Santa María. Un lugar de tortura con el nombre de la madre de Jesús. Alguna vez me equivoqué escribiéndole poemas al Cordobés. Con Ernest Hemingway en su obra Muerte en la tarde, me enteré de algunos de los secretos de esto que llaman arte.

Hoy para la modernidad ya es tarde la cultura de la muerte. Y más en un país como Locombia, por siglos adiestrado en la matanza. No dan abasto en el país el hallazgo de fosas como La Escombrera de la Comuna 13 de Medellín, de la que no se volvió a hablar.

Alguna vez el safari estuvo de moda, impuesto desde las páginas abrillantadas de la revista Life. El narrador y cazador gringo Hemingway no dejaba con cabeza pinta de animal: tigres, leones, gacelas, elefantes, para adornar las paredes de su finca Vigía en La Habana, junto a sus innumerables libros, distribuidos en los estantes de sus bibliotecas. Aquel tiempo de exterminio animal no ha terminado, porque en África y otras regiones del mundo los cazadores furtivos siguen haciendo de las suyas. Hoy los pescadores costarricenses matan a los tiburones cercanos a sus costas del Pacífico, utilizando a gatos vivos, apresados en costales, porque dizque las aletas de los escualos son pagadas sobremanera por los ricos impotentes del mundo.

Se debe poner fin a la pelea de gallos, los perros en casas clandestinas. Y de todo tipo de violencia en contra de especies vivas, de la cual somos parte, engañados con el cuento de que somos los únicos reyes de la naturaleza.

Cuenta Luis Cardoza y Aragón, el inmenso poeta guatemalteco, consignado en sus memorias, como demostrativo de la barbarie en que fue educado el pueblo colombiano desde las altas esferas del poder, que días antes del Bogotazo:

“La furia estaba presente en el ámbito colombiano… En mi primera estancia en 1947, capté al país bajo una delgadísima ficción de tranquilidad. Poco antes de que comenzara la Novena Conferencia Panamericana, en la Plaza de Toros de Santa María de Bogotá, la multitud bajó las gradas y mil pirañas lincharon a un toro manso, que ya había recibido varios pinchazos del chambón matador. Las quejas del animal herido con puñales, navajas y puntapiés repercutieron en el espacio hasta que rindió el último aliento. Le sacaron los ojos, le cortaron los cojones, la cola, las orejas. Una gran mancha de sangre quedó bajo el torito en el ruedo… Por instante imaginé que el pueblo castigábase a sí mismo en la bestia que despedazaba”.

Es hora de que en Colombia terminen el crimen y la corrupción, con las masacres de los animales, disimuladas como el toreo y otras múltiples formas, si se quiere construir una cultura de paz.