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Promesas y evidencias
Gustavo Duch Guillot / Domingo 12 de abril de 2009
 

Si alguna investigación puede presumir de fracasos, ésa es la ingeniería genética vegetal. Desde hace 25 años se ha invertido mucho tiempo, mentes y dinero en la investigación de las semillas transgénicas con la promesa de construir la planta perfecta, que crezca en cualquier condición, que produzca sin parar y resuelva -dicen- el hambre del mundo.

Pero hasta la fecha lo poco que se ha conseguido han sido dos avances científicos: el 90% de los cultivos transgénicos sembrados en el mundo tienen tolerancia a una herbicida para poder fumigarlos más y/o producen una toxina para matar a un tipo de insectos; en su aplicación se ha concretado en tan sólo cuatro cultivos que nada tienen que ver con la lucha contra el hambre: algodón, que no se come, y soja, colza y maíz, pensados para alimentación de animales o fabricación de agrocombustibles. A medida que pasan los años, el engaño queda al descubierto: los transgénicos no benefician al pequeño campesinado, no hay unanimidad respecto al aumento de productividad y hay una clara pérdida de la biodiversidad.

En estos 25 años hay otra evidencia incontestable. Quien se beneficia -en sus cuentas de resultados- son las tres o cuatro empresas que se han apropiado del mercado de las semillas. En medio de la crisis alimentaria, con mil millones de personas muriéndose de hambre, son ellas quienes han logrado un incremento de beneficios de hasta un 300% en los últimos tres años, como ha recogido la organización GRAIN.

Contra esa agricultura de negocios, el próximo 18 nos manifestaremos en Zaragoza.