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La cárcel no corrige a nadie
Amnistiados en Dabeiba (Antioquia) cuentan cómo fue su estadía en la cárcel y cuáles son sus proyectos en libertad.
Agencia Prensa Rural, Bibiana Ramírez / Jueves 27 de julio de 2017
 
Tejedor. Foto: Bibiana Ramírez - APR.

Caminando por la vereda Llanogrande, en Dabeiba, donde está una de las zonas veredales, alguien me muestra la casa donde están los primeros amnistiados que llegan allí. Está en el centro de la vereda y sólo se ve el techo. Me causa mucha curiosidad ese lugar, pero me dicen que allá no es permitido que entre nadie. “¿No es permitido por quién?”, pregunto. “Por la ONU y el Gobierno”, me responden.

Al día siguiente decido ir a la casa. Nadie me lo prohíbe, por el contrario hay buen recibimiento. Encuentro un hombre andando con una carreta llena de tierra, otro con una pala sacando tierra de un barranco, otro sentado en un muro. Los tres muy serios. Saludan, me presento y paran sus labores. Me invitan a entrar a la casa y me hacen un tour por ella. “Aquí estamos seis que salimos de la cárcel, estamos poniendo bonita nuestra casa”. Es una casa vieja que están reformando. Dicen que le van a hacer un corredor grande. Desde ahí se puede divisar la zona veredal.

Hay una sola mujer que está preparando el almuerzo al lado de un joven. “Hoy no me toca la rancha a mí, pero me gusta ayudarles a ellos, sobre todo cuando están enfermos”, dice ella. Y el otro está sentado en una silla con un perro en las piernas y teje con una aguja de croché una cachucha que dice FARC-EP.

“Es para el camarada Trujillo, un regalo que le quiero hacer, pero toca agrandarla más porque no le sirvió”. Este tejedor viene de la cárcel de Chiquinquirá. Estuvo allí 18 meses. Dice que el trato con los presos en ese lugar es diferente, pues el espacio lo dejaron solo para ellos.

El que tenía la pala es el más atento y el que más desea desahogar esos 17 meses que vivió en Bellavista, Medellín, como un infierno. Los otros escuchan con atención, alguno hace cualquier acotación, pero es este hombre el que lleva la línea de conversación.

La mujer cuenta que en esta nueva casa viven con la misma disciplina como si aún estuvieran en un campamento. Las responsabilidades con el lugar son distribuidas equitativamente. Ella lleva 32 años en las FARC y 26 de ellos ha sido enfermera. Desde que entró ha estado al lado de Isaías Trujillo, comandante bloque Efraín Guzmán.

Bellavista

“Queda uno destruido. Es un lugar donde la violencia es el pan de cada día, tanto de los presos como de los guardias. Le hacen daño a mi familia y a mí. Allí nadie se corrige ni arrepiente, por el contrario se crece el odio y la venganza”, dice con tristeza el de la pala. Cuando lo arrestaron tenía una infección en los pulmones. Pasó más de un año enfermo y con dolor de cabeza. La atención médica fue escasa.

Cuenta que la guardia hacía requisas todos los días, desordenaban todas las celdas. Al principio los paramilitares se enfrentaban con los presos políticos, pero después estos últimos terminaban controlando los espacios, incluso los llamaban de otros patios para que dieran un poco de orden. Es el resultado de la disciplina en guerra.

“Habían atracos, puñaladas, torturas. La gente buena nos ponía quejas y tocaba acudir y ayudar a solucionar. En diciembre se iban a prender por las requisas. Todos estaban armados con machetes y palos. La meta era no dejarse provocar”.

También cuenta este hombre que el Inpec no brindaba respeto ni colaboración con el proceso de paz, por el contrario provocaban choques, hostigaban. “Por fortuna nosotros nos uníamos más”.

Sin embargo recuerda a algunos guardias que vivían contentos porque hacían bien el trabajo, se sabían relacionar y preguntaban por el proceso, no había ataques ni provocaciones, “pero eran unos cuantos nada más”.

Cuando le pregunto por lo que aprendió en la cárcel o el oficio que desarrolló, con tristeza dice que no hizo nada. “En la cárcel no había garantías para estudiar ni hacer trabajos. No había tranquilidad, tocaba estar con el machete en la mano, a la defensiva”.

¿Libertad?

De esos seis que están en Dabeiba, dos estuvieron cuatro años en la cárcel y los otros entre 17 y 32 meses. Ahora hay incertidumbre porque saben que ya van seis amnistiados asesinados en todo el país. “Me dan la libertad pero me siento en la cárcel. Es la paz del Gobierno, no de nosotros, ni la de los campesinos”, dice el de la pala.

Lo primero que empezaron a hacer desde que están libres es validar la primaria y el bachillerato. Uno me muestra con orgullo sus notas sobresalientes, cursa séptimo grado.

Ya estando fuera de la cárcel se pueden mover para donde quieran, el problema es la amenaza paramilitar. La tarea es integrarse al trabajo en la comunidad, en el trabajo de pedagogía de los acuerdos y asesorías. Hacer un diagnóstico de la vereda, hacer un proyecto de mejoramiento y construcción de vivienda. “La comunidad es receptiva, buscan la asesoría, la piden para determinada acción”.

Centro de Llanogrande. Foto: Bibiana Ramírez - APR.