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La reforma política
Carlos A. Lozano Guillén / Miércoles 10 de junio de 2009
 

La “reforma política” que la aplanadora uribista aprobará en los próximos días en el Senado de la República, aunque en el fondo busca reforzar el unanimismo totalitario del actual régimen de la “seguridad democrática”, apenas toca de manera superficial temas propios de una reforma electoral, de los partidos y del Congreso. No es ninguna reforma política como de manera pomposa la califican el Gobierno y su bancada robótica.

Si de verdad el uribismo quisiera una verdadera reforma política, empezaría por modificar el régimen excluyente y antidemocrático que se ha impuesto en Colombia. Antes de la Constitución de 1991, el estado de sitio le permitía al presidente de turno acudir al régimen de excepción para que el Ejecutivo pudiera legislar por decreto. Lo hacía sin dolor, pero el presidente podía hasta suspender las garantías y los derechos fundamentales.

Después, con la Constitución de 1991, las mayorías se sustentan sobre la imposición del Ejecutivo, la compraventa de votos (como en el caso de la “yidispolítica”) y sobre la conformación de una maquinaria que se soporta en el gobierno arrogante y totalitario sin respeto por los contradictores y la oposición democrática.

Una verdadera reforma política tiene que eliminar los vestigios del régimen bipartidista, adoptar un estatuto de la oposición con suficientes garantías y normas claras democráticas que garanticen el derecho a la controversia y a la discusión profunda de los temas sometidos a debate en el Congreso de la República. Amén de normas precisas que establezcan severos castigos para congresistas y sus partidos que se apoyen en el ventajismo político, en fuerzas irregulares (“parapolítica”) y en la corrupción.

Una real reforma política tiene que producir cambios estructurales en el funcionamiento de los tres poderes, para hacerlos accesibles a todos los partidos y, sobre todo, asegurar su funcionamiento bajo un sistema de pesos y contrapesos e independencia de cada uno de ellos, aunque de colaboración eficaz en el funcionamiento del Estado. Colombia requiere de un sistema pluralista y democrático.

Lo de ahora es una caricatura de reforma. Lo que se pretende es blindar a los corruptos partidos uribistas, hundidos en el fango de la “parapolítica” y del aprovechamiento indebido de los recursos del Estado. El ejemplo de Tom y Jerry es lo peor que puede pasar, en las condiciones de la más completa y cínica impunidad, en un país que se autocalifica de democrático. Una verdadera reforma política debe eliminar la “seguridad democrática” uribista, instrumento despótico de guerra y represión, con todo lo que atrae a Gustavo Petro en el afán de pescar votos de la derecha.

Es parte del debate en la izquierda, que no puede estar bajo la presión de la “gran prensa”, sino sobre la exclusiva decisión del Polo de su perspectiva democrática.