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El embrujo de un mar de siete colores y atardeceres sin fin
Mónica Orjuela / Viernes 9 de octubre de 2009
 

El archipiélago de San Andrés y Providencia está constituido por un conjunto de islas, cayos e islotes que hacen parte de una plataforma volcánica del Caribe suroccidental, con una extensión de 250 mil km2. la isla de Providencia tiene una extensión de tierra firme de 17 km2, con un índice poblacional de 4.927 habitantes; mientras que San Andrés cuenta con una extensión de tierra firme de 26 km2 y su índice de población es de 65.627 habitantes [1].

Providencia está conformada por relieves de colinas con elevaciones de hasta 350m, y está junto a la isla de Santa Catalina, de 1 km2 de extensión y con colinas de hasta 133 metros sobre el nivel del mar. Ambas islas están unidas entre sí por el puente de Los Enamorados. Este territorio lleno de historias de piratas, tesoros, conquistas y sirenas, es el segundo arrecife de coral más grande del Caribe. En el año 2000 fue declarado por la Unesco Reserva de Biosfera Seaflower. Concentra el 78% de las arrecifes de coral del país, más de 85 especies de corales, cien especies de esponjas, bosques de manglar donde habitan cangrejos, lagartos, peces y aves; praderas de pastos marinos donde habitan estrellas de mar, erizos, caracoles, tortugas y gran variedad de peces.

El archipiélago tiene en total 70.554 habitantes de la cual el 56% está constituido por el grupo afrodescendiente conocido como comunidad raizal, y el 44% restante de población blanca o mestiza.

Colonización y poblamiento del archipiélago

En el año de 1510 España colonizó estos territorios. En 1538 pasan a ser parte de la provincia de Panamá. En 1544 la colonia española los pasa a manos de la Capitanía de Guatemala y en el año de 1563 nuevamente vuelven a ser parte de la provincia de Panamá. A partir de este momento estas islas empiezan a ser tomadas por ingleses y holandeses. Se trataba de colonos que llegaban a las Bermudas y a Barbados que se asentaron inicialmente en Providencia y Santa Catalina. Según Parsons [2], los primeros habitantes de la isla eran puritanos ingleses que en oposición a la Corona decidieron instalarse en la isla y fundar en Providencia y Santa Catalina una colonia de hacendados blancos. Para el año de 1663 llegaron los primeros esclavos negros que fueron capturados de las expediciones a los españoles y comprados a los holandeses. Esta población fue esclavizada para la agricultura y la construcción de los fuertes militares.

Para 1677 el archipiélago experimenta un periodo de abandono de casi un siglo por parte de ingleses puritanos y españoles, periodo en el cual llegaron jamaicanos, ingleses, africanos, españoles y holandeses que iban a recolectar madera y a pescar. Para 1730 comienzan a llegar al archipiélago habitantes de las islas del Caribe anglófono, Jamaica, Barbados, Trinidad y Tobago, las islas Británicas y África Occidental [3]. Es a partir de esta conformación poblacional que se constituye una cultura propia, con tradiciones, ritos y costumbres particulares, con una lengua denominada el criollo sanandresano, que es una combinación de inglés con lenguas africanas y castellano. La población isleña es diferenciada del resto del país y es denominada comunidad raizal.

Para el año de 1810, y a partir del proceso de independencia de España, las islas pasan a ser parte del Gobierno de la Nueva Granada. Durante el siglo XIX llega al archipiélago un famoso reverendo norteamericano llamado Philip Beekman, quien funda la primera Iglesia Bautista proveniente del protestantismo inglés. Para finales de este siglo casi el 95% de la población practicaba esta religión. La Iglesia Católica comienza su llegada desde 1902, promovida por el Gobierno y el clero, que envía a los primeros misioneros jesuitas con el fin de “civilizar”, catolizar y promover el uso de la lengua española. Hoy en día se practican estas dos religiones y se hablan tres leguas (criollo sanandresano, inglés y español) en todo el archipiélago, siendo la religión un bastión fundamental en la cultura raizal.

Uno de los personajes más relevantes de la historia de estas islas es el pirata Henry Morgan, galés de nacimiento e hijo de un granjero. Fue vendido como esclavo a Barbados, y después de liberarse, comenzó a viajar por el Nuevo Mundo junto a indios y negros, convirtiéndose en capitán de barcos piratas y buscadores de botines. Intentó tomar Portobello, de allí sacó a los curas y monjas y los tomó como escudo. Demandó 150 mil pesos y abandonó la isla. Luego se introdujo a Maracaibo y pidió rescate por la ciudad. Viajó a Yucatán y Veracruz, donde son variadas las historias de sus saqueos. Una de sus hazañas más importantes fue la toma de Panamá en 1671. Morgan y sus piratas dejaron destrozada Panamá y la reacción de Carlos II de Inglaterra fue nombrarlo Teniente de Gobernador de Jamaica.

Morgan tuvo su base de operaciones en el archipiélago de San Andrés. Las leyendas de Morgan en el Caribe son variadas: se dice que guardaba sus tesoros en estas islas, y que aquí se escapaba de sus enemigos y perseguidores. En Santa Catalina hay una roca natural de perfil humano llamada la “Cabeza de Morgan”. La isla está colmada de historias de tesoros que yacen en las profundidades del mar. En este lugar, Morgan y los piratas hacen parte del aire que se respira, inspirado por las aventuras, la libertad y las destrezas de la navegación.

No se puede contar en pocas palabras la enigmáticas historias que guarda el mar Caribe y el archipiélago, pero lo que sí es necesario precisar es que, en esta isla, la gente tiene una esencia inspiradora, el color negro de su piel, el contraste de sus rasgos fisiológicos de ojos rasgados, de color verde o azul, sus altos cuerpos, su lengua nativa, criollo de ingles con africano; su idiosincrasia, el lugar mismo donde habitan, el contraste de las colinas boscosas, la playa y el mar de siete colores, tienen un poder transformador construido en la historia y llevado por generaciones como un tesoro oculto en las profundidades del mar.

Un embrujo de ojos de siete colores

Siempre que escuchamos hablar de las islas paradisíacas del mar Caribe que pertenecen a Colombia, y que son reclamadas por Nicaragua, se escucha nombrar a San Andrés y a Providencia, pero para mí, después de mi experiencia, en orden de importancia en cuanto a conservación y paraíso terrenal, ubico primero a Providencia junto a Santa Catalina, y luego a San Andrés.

El 18 de agosto de 2009 cogí un avión rumbo a San Andrés con la firme intención de llegar un día después a Providencia. A las 10:30 am arribó el avión al aeropuerto de San Andrés. Desde lo alto de las aves mecánicas se siente la emoción de los casi 150 pasajeros, en su mayoría turistas, de llegar a lo que conocemos como un paraíso, lleno de playas hermosas, mujeres negras que hacen trencitas, hoteles “cinco estrellas”, comida de mar, restaurantes temáticos, cerveza importada, licores por doquier, carritos de golf usados para recorrer los 26 kms2 de playas exóticas y casinos, gran variedad de almacenes de perfumería, ropa, electrodomésticos y licores.

El azul del mar, contrastado con los corales que están alrededor de la isla, es una imagen que desde el cielo enmudece, deleita la vista y el espíritu. Sin embargo esta vista no era nada en comparación a lo que más adelante vería en Providencia. Mientras tanto en el aeropuerto me esperaba un gran personaje del archipiélago llamado Jimmy. Él es un nativo de la isla de Providencia, músico de profesión y corazón, y rastafari de la más noble estirpe. Se vino de la isla de Providencia a San Andrés por aquello de las oportunidades, dedicado a la noble labor de enseñar a los niños y jóvenes la música tradicional de la isla (polkas, mentos, calipso, chotís y reggae) que, como sucede con la globalización, la incursión de otras tendencias como el reguetón hace que pierda la práctica de la música tradicional, siendo reemplazada por la música comercial. Pero esto no es tan cierto porque existen en la isla personas como Jimmy y otros músicos y artistas de Providencia que luchan por la mantener estas tradiciones en los niños y jóvenes. Con violines, guitarras y cajas de caballo, canciones autóctonas son interpretadas por los niños de San Andrés y Providencia gracias a estos personajes inspiradores.

Por aquellas cosas del destino, mi intención era ir de “vacaciones y retiro espiritual”, pero terminé conociendo procesos de resistencia desde el arte, desde la lucha por mantener las tradiciones culturales de San Andrés, que cada vez está siendo más devastada por el arrollador y monstruoso capitalismo, avasallada por una sociedad de consumo que no deja nada en el planeta sin ser objeto de explotación.

Es así como Jimmy me llevó por un recorrido sanandresano, a través de los centros culturales donde niños y niñas aprenden las danzas con los acordes de su historia y su presente cultural. Tuve la oportunidad de conversar con un profesor de danza nativo de Providencia, que me contó que a pesar de todos los esfuerzos por mantener esta labor, los centros culturales estaban totalmente abandonados por un estado que se enaltece al hablar de San Andrés y Providencia como un tesorito. Efectivamente, los centros culturales existen, pero sin servicios públicos, la infraestructura totalmente consumida por el comején, no hay salones ni sillas para que los estudiantes puedan practicar y los maestros no reciben los dineros necesarios para continuar con esta importante labor. Sin embargo, este escenario de abandono al arte y a las tradiciones de una cultura entera, contrasta con los grandes hoteles cinco estrellas, los casinos, los miles de turistas que van a comprar a los grandes almacenes de marca que están en un “santuario natural”. Se diría “disfruta del paraíso natural, con el centro comercial al alcance de tu mano o de tu bolsillo”.

San Andrés se ha convertido en un gran puerto comercial. Aquí vienen los barcos de carga de distintas partes de mundo, especialmente de Panamá, y la isla está convertida en un gran centro comercial con playa. Tiene una sobrepoblación de 67.627 habitantes, en su mayoría gente proveniente del continente como dicen los nativos a los demás colombianos: cartageneros, barranquilleros, nunca falta el paisa, entre otros, que han sobrepoblado la isla. Además de las multinacionales hoteleras, que poco a poco han arrinconado a los nativos de las islas a las peores condiciones, empleándolos como servidumbre del siglo XXI en los hoteles para atender a los turistas provenientes del interior del país y de distintas partes de mundo. Pero como siempre, existe la resistencia. La comunidad raizal está organizada, hay organizaciones como el Archipelago Movement for Ethnic Native Self-Determination (AMEN) que defienden los derechos de la comunidad, personas como Jimmy y otros músicos que luchan por mantener sus tradiciones a través del arte. Ellos construyen conciencia y cultura, siendo este uno de los elementos más importantes que tiene este territorio. Desde un punto de vista desmotivador, San Andrés está a punto de convertirse en una Cartagena, linda para los turistas, horripilante para los nativos en estado de vulnerabilidad, sumidos en la miseria y el abandono de los gobiernos de turno. Amanecerá y veremos.

En Providencia

Después de conocer a Jimmy y sus amigos, me embarqué (literalmente) en un barco de carga rumbo a Providencia, llena de expectativas por conocer lo que sin duda no me imaginé que conocería. Partimos a las 10 pm para un viaje de seis horas. Tenía miedo de subirme a un barco en medio del mar Caribe, pero le tenía más miedo a viajar en una avioneta que parece de papel. Allí, alrededor de 30 personas, todos nativos, a excepción de mí, que era la única turista, nos acomodamos para “dormir” todo el camino, el golpe de las olas y el vaivén de la marea producen en el estomago un gran vacío, la brisa del viento sumada a las chispas de agua de mar, producto del golpe del barco con las olas, generan un poco de inquietud para quien no está acostumbrado a estos viajes.

Llegamos a las 4:30 am. Me pidieron los papeles, un permiso de turista que hay que tener para estar en las islas, pues debido a la sobrepoblación y a que el archipiélago está protegido como parque natural, no es permitido si no se es nativo o se tiene la OCRE (una especie de residencia) quedarse más de tres meses en el archipiélago. Piden el permiso de turista, preguntan cuánto tiempo se va a quedar uno y en dónde. Una multitud de gente descargado sus pertenencias, hablando criollo, recogiendo a sus familiares en motos y carros y de repente estaba yo sola en medio de un muelle, sin la menor idea de cómo llegar a la casa donde me iban a hospedar. Todos se fueron y lo único que sabía era que tenía que llegar a la casa de los Escobar en el barrio Agua Mansa. Así son las direcciones en una isla de 17 km2. Finalmente me recogió un motociclista que me llevó justo a una casita de color lila, con balcones, dos perros y un gato.

Ese mismo día, como una buena turista, me fui de paseo en un carrito de golf, me llevaron rumbo a los tres callos en Kayak, y remando con Juliana Escobar, casi nativa de la isla, una paisa, cartagenera-isleña, dedicada a la gestión cultural de la música de la isla. Juliana me contó algunas historias de Morgan y de piratería. Nunca me hubiera imaginado que Morgan, temible pirata, se hubiera convertido en teniente de gobernador en Jamaica. Y así remando y remando se podía ver lo transparente del agua, convertida en verdes y azules. Nos subimos a una colina y desde allí el mar es un espejismo, y justo en frente los tres pequeños cayos, santuario donde nacen las aves de la isla. Esa fue la bienvenida a un lugar enigmático, embrujador, tal como se llama el aeropuerto: El Embrujo.

Por ser de la ciudad, uno siempre tiene la idea de que no hay mucho que conocer y hacer en 17 km2. Gran error: siempre hay cosas que conocer y hacer. En Providencia hay muchas playas, montañas, piedras y corales. Además, la gente isleña es amable, pasional, abierta y tiene el feeling en todo el cuerpo. La isla es una armónica combinación entre verdes colinas boscosas, playa de arena blanca y mar de siete colores, cada uno indescriptible, entre azul y verde de un agua transparente. Y la barrera coralina que alberga una gran diversidad animal. Las colinas tienen rostros, perfil de un gran guardián, y el mar es el espíritu protector. Montaña y mar son uno solo, un deleite de sabor dulce y salado para la vista, para todos los sentidos, el sabor de la comida, el olor del mar y del bosque a fruta tropical, a mango que se cae en los bosques para nutrir el suelo, a yerbas, albahaca, matarratón y agüita e coco para calmar la sed.

Después de ir a tomar ron a la playa de Manzanillo, una playa donde se muestra todos los eternos días el amanecer, y donde se va a anochecer al bar de Rolan, un rasta de la isla que tiene su bar de reggae en la playa y vende empanaditas de cangrejo. Rolan coloca reggae, champeta y calipso. Allí se puede tomar ron y cerveza y bailar al mejor estilo isleño, porque ser isleño significa sabor, calentura, ritmo, gozadera… Por las noches puedes bailar y poner los pies en el mar y bailar, mientras miras las estrellas y hablas de filosofía.

Gran parte de la población, sobre todo los hombres, son pescadores y grandes buzos a pulmón, ya que pueden bajar hasta 30 mts. de profundidad sin tanque de oxigeno. Allí pescan caracoles, langostas, pargos, una gran variedad de peces que son vendidos a la población, a los hoteles y a los restaurantes de la isla. La pesca es una actividad milenaria en la isla y ser buen pescador significa dominar el mar. Los pescadores salen en botes de hierro o de madera con remos, arpones y anzuelos para cazar a sus presas. La agricultura es muy escasa en la isla, debido a la incursión del turismo y al narcotráfico. Sin embargo, hay cultivos de plátano, mata de pan, coco, árboles frutales y huertas caseras donde se cultivan hierbas para preparar el té, limonaria, jengibre, entre otras.

Los isleños hablen tres idiomas. El criollo, que es usado hoy en día sólo entre los isleños, el inglés, sobre todo escrito, y el obligado español, impuesto por el estado central como parte de la estrategia de incorporación de la isla al continente. En las escuelas se les enseña desde chicos el español, pero como la cultura y la resistencia van juntas de la mano, los isleños siguen hablando su legua nativa, la mantienen a pesar de la incursión del español en su cotidianidad.

Al igual que la lengua, la música es un elemento muy importante de la isla. El calipso, mento o chotís tienen vigencia. Los más viejos tocan estos ritmos y se lo transmiten a las generaciones de niños y jóvenes. El reggae y el dancehall también son ritmos tradicionales, dada la cercanía geográfica con la isla de Jamaica. Culturalmente, esta sociedad está muy ligada a esta isla a través de la música y el rastafarismo. La música está muy relacionada con el hábitat. El ritmo de las olas es el ritmo de la cintura, del swing corporal.

Los deportes que se practican son el béisbol y el baloncesto. Tuve la oportunidad de asistir al campeonato de baloncesto local. Se practica también la pelea de gallos, que todos los sábados mueve grandes apuestas, al son de cerveza y música caribeña. En Providencia son famosas las carreras de caballos que se realizan en la playa más grande de la isla, llamada playa del Suroeste. Aquí se encuentran los isleños, y con dos caballos que salen desde un extremo de la isla en marcha a la carrera, se convierte en un gran evento, donde las apuestas se hacen por doquier, transformándose en un lugar de encuentro de la comunidad isleña en general. En su historia, los caballos traídos por los europeos se convirtieron en una gran tradición en la isla, y la carraca de los caballos en uno de los instrumentos típicos de la isla. Las motos son, además de un medio fundamental de transporte, objeto de admiración y de culto.

Pero no todo en la isla es un paraíso. Uno de los problemas que toca en este momento a la isla tiene que ver con el narcotráfico y la juventud, pues en el Caribe se encuentran muchas de las rutas marítimas por donde sale la mercancía hacia los países consumidores. Los comerciantes y transportadores muchas veces pagan a los jóvenes con la droga, lo cual los ha convertido en consumidores. Muchos jóvenes ya no se dedican a cultivar, a pescar, sino a trabajar en el negocio de la droga.

Por otro lado, si bien es importante la actividad del turismo en la isla, poco a poco las multinacionales hoteleras como Decamerón se han ido incorporando a la isla, cobrando grandes cantidades de dinero a los turistas, y poniendo a los isleños como servidumbre en sus hoteles. Sin embargo, la comunidad ha negado la entrada a proyectos de megainfraestructura hotelera, lo cual ha detenido en alguna medida la destrucción de la fauna de la isla. No obstante, este hermoso paraíso está en riesgo de perderse por la incorporación de las multinacionales hoteleras.

A manera de conclusión, no se puede ir a Providencia sin conocer el lugar donde venden las paletas más exquisitas de la isla, llamadas Frechi Paletas; conocer Cayo Cangrejo, un pequeño cayo donde habitan aves y peces; compartir con la gente al son de la música caribeña del Bar o la Discoteca; ir al Pico, la montaña más alta de la isla, de 350 metros; y conocer a los maestros músicos que guardan el legado de la gente con espíritu de montaña y mar.

[2Parsons: 1644-13. En: Etnográfica de un Grupo de Raizales Perteneciente a la Comunidad Académica del Colegio Flowers Hill. Illya de Zubiria Puente, Julie Pira Nuñes. 2009. Universidad Pontificia Javeriana, Facultad de Comunicación y Lenguaje.

[3Ídem.