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La geopolítica de las bases militares de los Estados Unidos en Colombia
César Jerez / Domingo 1ro de noviembre de 2009
 

Fundador y redactor de la Agencia Prensa Rural. Geólogo de la Academia Estatal Azerbaijana de Petróleos (exURSS). En Bakú obtuvo una maestría en geología industrial de petróleo y gas. Es profesor y traductor de idioma ruso. Realizó estudios de gestión y planificacion del desarrollo urbano y regional en la Escuela Superior de Administración Pública -ESAP de Bogotá. Desde 1998 es miembro de la ACVC. Actualmente coordina el equipo nacional dinamizador de Anzorc. Investiga y escribe para diversos medios de comunicación alternativa.

Sin duda este acuerdo bilateral de cuarto oscuro, firmado a puerta cerrada y de espalda a la opinión pública el pasado fin de semana en Bogotá, entre las administraciones de los EU y Colombia, tiene una enorme significación para el futuro político de nuestro país, para la región y para la geo-política global.

La instalación de las 7 bases de operaciones militares está en sincronía con la nueva doctrina político-militar de los Estados Unidos a través del comando sur y del Departamento de Estado para América Latina. El llamado enfoque inter-agencial plasmado en recientes documentos e impuesto a los países serviles como Colombia se materializa en su fase operativa en la reactivación de la cuarta flota naval de los Estados Unidos, la instalación de más bases y las operaciones contra-insurgentes escondidas bajo el paraguas de los planes nacionales contra el narcotráfico y el terrorismo, tal como lo demuestra la implementación de la segunda fase del Plan Colombia y la introducción del Plan Mérida en México.

La instalación de las bases se da después del fracaso de la intentona de recolonización económica de los Estados Unidos en la región contemplada en el ALCA, en plena crisis del modelo neoliberal y del capitalismo especulativo, en el preciso momento en que se consolidan regímenes socialdemócratas en el sur de América y se radicaliza la posición anti-imperialista de algunos procesos progresistas en países como Venezuela, Bolívia, Nicaragua y Ecuador.

La crisis del capitalismo y la decadencia económica del imperialismo norteamericano coincide a su vez con los prolegómenos de una crisis energética sin precedentes por el agotamiento de los recursos energéticos fósiles y con un catastrófico estado del medio ambiente planetario, que los expertos relacionan directamente con el modo de producción capitalista.

La crisis energética ha disparado una serie de iniciativas políticas y militares por parte de los centros de poder y de economías capitalistas emergentes como las de Rusia y China, para asegurar el aprovisionamiento de fuentes energéticas por un lado y de otro lado para generar una dependencia energética que le permitan alcanzar a países como Rusia un escenario de condicionalidad política frente a occidente.

La disputa por las reservas de petróleo y gas natural, que estarían agotadas en menos de 80 años con los niveles de consumo actual, han significado el aumento de las tensiones en la periferia del poder capitalista en Oriente medio, el Cáucaso, Asia central y Latinoamérica. Lugares donde los Estados Unidos y sus socios hacen ingentes esfuerzos por controlar el suministro de recursos estratégicos, utilizando para ello planes de guerra e intervención, que van desde la ocupación directa, las guerras preventivas y humanitarias, el uso de separatistas mafiosos, de fundamentalistas islámicos y de regímenes corruptos y gansteriles para implementar planes de desestabilización regional, propicios para el posterior establecimiento de economías multinacionales de enclave en los territorios dominados.

América Latina representa para EU una despensa de estos recursos en el piedemonte de los Andes colombo-venezolanos y en las cuencas amazónica y del Orinoco. Pero un mapa político cambiante ha implicado el surgimiento de un bloque regional en el sur donde importantes procesos de integración política, comercial, en temas de defensa, seguridad e incluso de articulación política y solidaria de los movimientos sociales en el marco del ALBA han significado un desafío a los tratados bilaterales de libre comercio, por los que optó Washington después del fracaso del ALCA, así como a la creciente presencia de multinacionales europeas en estos países.

De tal forma Mercosur, UNASUR y el ALBA son manifestaciones del cambio en las relaciones entre EU y América Latina, al pasar de una avasallante relación de dominación a la expresión de liderazgos políticos y económicos regionales que de la mano de Venezuela y Brasil podrían llegar consolidar un polo de respuesta a la intervención de los estados Unidos en la región.

La actuación de los Estados Unidos ha sido previsible, dos golpes de estado, uno en Venezuela y otro más reciente en Honduras, la militarización, la promoción del armamentismo y la permanente creación de tensiones en las fronteras de Colombia con sus vecinos. Las siete bases, por lo tanto, hacen parte de esa receta renovada que busca la regresión a la omnipresencia política y económica de los EU en el sur.

Finalmente, sobre el sofisma que rodea la intervención militar de los EU en el conflicto colombiano y su internacionalización, habría que anotar que las siete bases y los 1.400 militares y mercenarios gringos en Colombia servirán para todo, menos para el propagandizado objetivo de la victoria militar sobre las guerrillas. Basta recordar que las invasiones de los EU no lograron exterminar a las guerrillas en Vietnam, ni en Irak, ni mucho menos en Afganistán. Esto para los que ven demasiada televisión y creen que el problema colombiano se resume en la existencia de dos guerrillas.

Las siete bases tampoco nos llevarán al “anhelado” fin del narcotráfico, basta también recordar que bajo la ocupación de los EU a Afganistán se ha llegado a cifras record de presencia de cultivos de amapola y de exportación de opio desde ese bombardeado país. Y que en nuestro país después de 6 años de Plan Colombia, de miles de muertos y de 6.000 millones de dólares gastados en plomo y veneno, contamos con más de 100.000 hectáreas de cultivos de coca y exportamos, sin mucho problema, 900 toneladas de cocaína al año.