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Cantagallo: el primer pueblo que se vació por las lluvias
Sus habitantes se fueron a vivir al cementerio. Hay más de 10 mil damnificados
Manuel Navarro / Viernes 29 de abril de 2011
 

No hay una calle seca por donde caminar en esta región del Sur de Bolívar por los desbordamientos de los ríos Magdalena y Cimitarra.

Guillermo Ramírez Acevedo no encontró otro lugar donde ponerse a salvo de la creciente del río, junto a su esposa y a su hija menor, que allí, en la entrada del cementerio de Cantagallo; sin embargo, con todo el dolor del alma tuvo que dejar entre el agua el destartalado carro con el que se gana la vida como taxista "pirata".

Y es que esta municipalidad, una de las más ricas en petróleo del departamento de Bolívar, en pleno Magdalena Medio, hace más de una semana está bajo el agua, debido a que los caudales de los ríos Magdalena y Cimitarra rompieron los diques que protegían al pueblo.

"Los ríos taparon hasta los palo’e mango, lo único que hay pa’ comé", dice Guillermo, arrastrando las palabras con algo de sabor costeño, como se habla por acá en la ribera del Magdalena, donde la piel arde al golpe del sol.

"Homb’e, por supuesto que me dan nervios vivir al lado de trescientos cadáveres, pero peor sería morir ahogado", explica. Guillermo, de 58 años, llegó a estas tierras hace 37, huyéndole a la pobreza en la que vivía en La Victoria, en el Valle del Cauca, y atraído por el sueño de colonizar un pedazo de tierra.

Ese sueño se le convirtió en pesadilla el miércoles santo pasado, cuando, a las dos de la madrugada, despertó para vigilar que el río no se le metiera a la casa, una casa que viene construyendo hace más de 10 años, pegando ladrillo a ladrillo "con el sudor de mi frente". Aquella madrugada que nunca olvidará, al intentar levantarse de la cama sintió el frío de la muerte en los talones: "¡Qué vaina!, ya tenía el río al lado de mi cama. Me dieron ganas de irme para siempre de Cantagallo; eso yo nunca lo había pensado".

Durante un largo rato se quedó anclado a la cama, como atrapado entre el río y su esposa, Carmen, que dormía a su lado. Le dio rabia al suponer lo que era apenas lógico: que, en el garaje, el ’petardo’, un Renault 18 modelo 81 -al que le suena hasta la pintura, según le bromean sus amigos-estaría a esa hora con grave peligro de dañarse, de llegar a entrarle agua al motor, lo más probable, puesto que, efectivamente, aquella madrugada el río lo tapó hasta las llantas.

Al amanecer, la Alcaldía dio la orden de evacuar, puesto que la emergencia era total.

Bajo el agua

El vía crucis se adelantó para aquel miércoles. El día despuntó con un éxodo de cantagallenses descomunal, angustioso y desesperado. El agua tapaba hasta los tejados a más de 500 casas, casi la totalidad del edificio del hospital, las subestaciones de la energía eléctrica y del acueducto.

Para completar, el sistema de aguas negras colapsó y la gente ha tenido que soportar malos olores y moverse entre los detritus.
Así como Guillermo, transportador informal que, además, cuando hay trabajo, se emplea como albañil y/o mecánico de carros, prácticamente todo el pueblo había amanecido sumido en una profunda consternación. Era imposible caminar por las espaciosas calles del pueblo.

Medio centenar de vehículos, camionetas, motocicletas y hasta volquetas quedaron bajo el agua. Los más prevenidos alcanzaron a armar zarzos, a por lo menos dos metros de altura, para salvar los muebles y los electrodomésticos.

"Yo me confié, porque en la inundación de noviembre pasado el agua llegó hasta la esquina de la manzana de mi barrio", recuerda Guillermo.

Hasta esa esquina -donde una valla del Ejército ofrece una exorbitante suma millonaria por información que conduzca a la captura del guerrillero de las Farc Pastor Alape- llegó el Magdalena, y siguió de largo hasta su casa.

Aunque en Cantagallo se acabaron las guerrillas y las autodefensas, aún entre la gente, especialmente en los hombres, se percibe un recelo hacia el extraño, como en las épocas cuando aquí estaba viva la guerra y todo foráneo era visto con extremada desconfianza.

Por las calles se veían caravanas de botes cargadas de gente, gallinas, cerdos, colchones, camas, televisores, pájaros, todo el mundo moviéndose presuroso, como si ya fuera a zarpar el Arca de Noé. Algunos no lo pensaron dos veces y se dirigieron al muelle fluvial para buscar destino en otras poblaciones; otros, pa’l cementerio’, la parte más alta del pueblo, a tratar de sobrevivir entre los muertos.

La Alcaldía dispuso lanchas de motor para que en ellas salieran los que quisieran: la verdad, no menos de 10 mil personas, casi todo el pueblo. Las embarcaciones fueron insuficientes y hubo que llenarse de paciencia y esperar el día que se pudiera. Incluso, una chalupa con unas 16 personas a bordo zozobró en plenas aguas del Magdalena. "Gracias a Dios todos se salvaron. Los chalecos flotadores los ayudaron a encontrar un playón, de donde después los rescataron", se comenta en el pueblo.

Guillermo esperó hasta el mediodía de aquel miércoles para decidir su rumbo, hasta que se la jugó: "Mija, ya conseguí unos plásticos, nos vamos pa’l cementerio". Así fue y allí armaron el cambuche, a la entrada del campo santo. Alcanzaron a sacar la cama grande, ropa, ollas y cocina.

Las pérdidas

Mientras el alcalde, Ramiro Escobar Arroyo, estima en 40 mil millones de pesos las pérdidas parciales por el invierno en Cantagallo, representadas en destrucción de cultivos, animales muertos, muebles y enseres dañados, Guillermo se lamenta de que el municipio tenga una suma equivalente de regalías petroleras que no puede usar, pues el Departamento Nacional de Planeación ha restringido su uso tras comprobar irregularidades en el manejo.

"Con la plata de las regalías era más que suficiente para reforzar los diques de los ríos Magdalena y Cimitarra. No tenemos por qué estar viviendo esta situación", dice, decepcionado, este hombre, popular como el que más en la población ribereña, pues no hay casa donde no haya ayudado a poner siquiera una puntilla.

No es para menos. En los últimos cuatro años, Cantagallo ha tenido más de once alcaldes. Tal vez, un récord en Colombia de la falta de gobernabilidad. El alcalde elegido hace cuatro años, Javier González, fue destituido por la Procuraduría. En la interinidad hubo 10 alcaldes, hasta junio pasado, cuando se celebraron las elecciones que ganó Escobar Arroyo, quien terminará el mandato en diciembre próximo.

Guillermo no tiene mucho de dónde agarrarse para sugerirle que vea las cosas esperanzadamente: "Probablemente pueda recuperar mi ’petardo’ dentro de unos cinco meses, cuando baje el agua y consiga con qué desarmarlo. Pero también perdí una casita de paredes de tabla, pues la gente la desarmó para ponerle la madera al dique. Hoy, por ese lote no me dan ni medio millón".

La desgracia de este hombre no termina aquí. Esta semana le mataron a su mejor amigo, el que lo acompañaba a todas partes: ’Titi’, un perro criollo de color negro. "En este hacinamiento hay gente intolerante que está envenenando los perros. Con ’Titi’, ya son ocho los perros envenenados aquí en el cementerio".

Más nubarrones

Los avatares han devuelto a Guillermo a aquellas épocas de su infancia, cuando su desayuno era una aguadepanela con pan.
Antes de que su carro quedara bajo el agua, había ahorrado 300.000 pesos para repararlo; por eso la tragedia lo cogió sin un peso. Él y su familia viven de la caridad. "Me iré a trabajar en lo que salga, hay que seguir adelante, hay que continuar; esperemos a ver qué nos trae el tiempo".

Los pronósticos de los organismos de socorro advierten de abundantes lluvias por lo menos durante un mes más.

"Los muertos dan nervios, mucho susto, espantan, pero ahora tengo que hacerme a la idea de que son mis mejores vecinos", concluye Guillermo, quien sueña que, de pronto, la corriente de los imprevistos y la solidaridad de la gente le permitan volver a tener un nuevo vehículo para trabajar.