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Masacre de La Rochela
El regreso de Eros
Antonio Hernández Góez / Martes 31 de enero de 2012
 

Eran las seis y cuarto de la mañana cuando llegué al lugar, distinguí entre la multitud a uno de mis compañeros a quien saludé de inmediato, desde la entrada no se veía el interior del recinto donde los cerca de dos mil quinientos asistentes al evento se hallaban hospedados. Al pasar al interior del mismo descubrí la simpleza y funcionalidad con la que se transformó un coliseo deportivo en “hotel”; unos se sirvieron de mantas y una almohada, otros tendieron carpas, a otros les bastó la compañía de un buen café.

Me senté en una de las graderías mientras tomaba tiempos y hacía cálculos para determinar la hora real de salida al evento, hasta aquí habían transcurrido cuarenta minutos desde mi llegada al coliseo, momento exacto en que volvían las dos chicas que vi salir en dirección a las duchas. Me pregunté: ¿cuarenta minutos en las duchas?, -no va tan mal la cosa- me respondí mientras veía como la multitud se agolpaba frente al único punto de servicio del desayuno sin orden alguno aparente.

“Para los niños se sirve un menú especial, por favor, demos prioridad a los niños acérquenlos con la compañía de sus madres o un adulto responsable” se repetía por los micrófonos que servían para organizar logísticamente la partida hacía la vereda “La Rochela”, epicentro de las actividades del día. En ese momento supe que gracias a la logística del desayuno, el retraso rondaría entre hora y media a dos horas.

Cumpliendo con el pronóstico, partimos del coliseo rumbo a La Rochela, el motivo que nos convocaba era el de conmemorar los veintitrés años del cruel asesinato de 12 miembros de una comisión de investigación judicial a manos de grupos paramilitares de reciente formación en el área del Magdalena Medio, el caso es conocido como “La Rochela Vs Colombia”, caso que valga la pena decirlo sigue impune.

El camino lo conozco bien, se puede resumir en tres paisajes: uno urbano, el siguiente petrolero y el último rural, en ese orden se alzan casas que conforman los barrios al rededor de la carretera hasta llegar al corregimiento el Centro, de allí en adelante tubos, maquinaria de extracción petrolera, perforadoras etcétera, hasta llegar a la troncal de la paz, luego vacas, muchas vacas y pasto obvio; su alimento, nada de seres humanos, su presencia se siente hasta llegar al caserío de La Rochela.

Debido al retraso ocasionado en el desayuno, el evento empezó tan pronto llegamos, se instalo la mesa, se encendió el sonido y se dio rienda suelta a la fraternidad que caracteriza este tipo de eventos. Mientras se esperaba el arribo de los familiares de las víctimas se leyó una descripción de los hechos, se relató como los miembros del ejercito y la armada nacional coordinaron junto a los jefes paramilitares la bienvenida a Thanatos aquel día de Enero del ochenta y nueve. Luego una homilía oficiada por el mismo obispo de Barrancabermeja, quien recordó que debemos seguir el camino para conseguir la tan anhelada paz en el país y de nuevo la espera la espera de los familiares de las víctimas.

Al arribo de los mismos, se prosiguió con el descubrimiento del sencillo pero conmovedor monumento erigido a la memoria de los hechos, a la verdad. Dos testimonios sirvieron para recordar las brutales heridas que deja la demencial guerra que padecemos los colombianos, el de una madre y el de un hijo. Dos puntos de vista que dejan ver dos caras de la misma tragedia y también como resuelven superarla dos generaciones separadas por los años y unidas por el dolor. La madre en su inmenso dolor intenta consolarse en el recuerdo de un hijo que no debió ver morir, pero a medida que fluían las palabras más duro golpearon los recuerdos hasta impedir el final de las mismas, el llanto se apoderó de ella y una sensación de dolor se apoderó de los presentes; desconsuelo, dolor, ira: quizás, esas son las heridas dejadas por la Thanatomanía que parece apoderarse del país, que parece filtrarse en las venas de los colombianos como si de una transfusión de sangre se tratara.

El hijo por su parte, en sus palabras dejó ver la sed de justicia que llevaba dentro y que pretendía contagiar a los asistentes con el tono vibrante de su voz. Lo logró, nos hizo recordar que vale la pena luchar contra el espíritu destructivo que nos consume y con el que parecemos identificarnos y aceptar con resignación, sí, sus palabras despertaron al Eros que llevamos contenido, lo exteriorizaron, lo hicieron despertar de su letargo, arrancando aplausos, vítores y consignas a todo el mundo, abriendo la puerta de la vida en medio del recuerdo de la muerte.