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Yuri Buenaventura: la poesía y la esperanza
Camilo Alzate / Lunes 7 de mayo de 2012
 

Yo era de los que creía que la poesía, tal como se imagina prisionera
en libros y academias refinadas, estaba condenada a desaparecer. Y
parece que así es. Esa idea de que los poetas son seres superiores,
por encima del común de los mortales, envueltos en un aura de
divinidad me parece una idea mediocre. La poesía no es, a estas
alturas, ninguna bebida mágica, ninguna expresión de la esencia
profunda de la humanidad, sino un arte en decadencia si nos atenemos a
los que se hacen llamar poetas y son reconocidos como tales. Hay más
esencia vital, más fuerza creadora -y hasta más belleza- en el
repertorio de cualquier banda clásica del Rock en español que en todos
los festivales de poetas incomprendidos e incomprensibles que se
realizan por ahí con patrocinio de los monopolios editoriales.

¿Dónde está la poesía de nuestro tiempo? Hace mucho que fue desterrada
por los críticos y poetas descendientes de las divinidades. Sin duda,
no la encontraremos en los pasillos de la institucionalidad, ni en las
antologías. Ni siquiera en los libros de versos. No es un conflicto
nuevo: la genial literatura siempre se ha llevado mal con academias,
tiranos, gobiernos o instituciones.

Miguel de Unamuno tuvo problemas empezando el siglo pasado por
criticar la monarquía en España. En ese entonces Luis Tejada se
quejaba a propósito que en Colombia, por el contrario, gracias a la
libertad de opinión y prensa las palabras perdían su carácter
subversivo, la escritura se convertía en un oficio muy aburrido. Para
fortuna de Luis Tejada la historia haría de éste un lugar donde las
palabras tienen todo el peso que se merecen.

Cuando las metáforas adquieren de nuevo un espíritu secreto, cuando
encubren cómplices toda la tempestad oculta detrás de un verso, hay
todavía margen para pensar que la poesía vuelva a nacer escondida en
otras voces, prolongada por otros caminos. Desde Baudelaire éste es un
oficio de malditos. Un proscrito, un maldito es el cantante Yuri
Buenaventura que dedicó una canción al viejo Manuel en el marco de la
Marcha Patriótica. ¿A cuál Manuel? Se debía preguntar el Presidente
sin poder conciliar el sueño en su palacete a media cuadra de la Plaza
de Bolívar donde varios miles de campesinos venidos de lo profundo de
la selva grababan con su mirada un nuevo memorial de agravios.

¿Manuel? ¿Un viejo sabio que vivía arriba en el monte? ¿Cuál sabio?
¿Cuál monte? ¿Cuál Guajiro Manuel? porque yo recuerdo varios muy
famosos: uno que era indio y tinterillo, uno que fue Aragonés antes
que latinoamericano, uno que era estudiante… ¿No se trata todo esto
de una protesta maldita también, prohibida, señalada, atacada y
desprestigiada por el régimen? Los que financiaron con nuestros
impuestos una cumbre inútil de miles de millones para que el asco de
América en pleno se viniera de putas a Cartagena, preguntan
desesperados de dónde salió la plata con qué dar tamales a los
campesinos marchantes que colmaron Bogotá el 23 de abril durante la
Marcha Patriótica, unos tamales que además estaban vinagres. Ellos,
que financiaron de frente la catástrofe del paramilitarismo, ellos que
nunca cuestionan la procedencia de los dineros que pagan el glifosato,
las bombas Cluster y los helicópteros Black Hawk, están muy
preocupados porque 80.000 marchantes colapsaron pacíficamente la
capital a pesar de la lluvia y las amenazas de la cúpula militar. Y el
crimen más escandaloso e imperdonable es que esos campesinos tenían
plata para comprar tamales.

Ya estamos habituados: en Colombia el emperador puede –literalmente-
arrasar con fuego mil aldeas, pero al pueblo se le prohíbe encender
una vela.

Ahora que Yuri Buenaventura hizo con una canción de salsa una
declaración de resistencia, recordamos a esa muchacha poetisa Árabe
perseguida por escribir a favor de la libertad o a ese estudiante de
la Universidad Surcolombiana que metieron a la cárcel por cantar
canciones incómodas. De eso se trataba con la canción del salsero, de
que la metáfora llegara a tener un carácter subversivo, maldito. De
que la sepamos viva aunque se la crea muerta, como al Guajiro Manuel,
un viejo sabio sin nombre propio. La poesía regresa por los caminos
más inesperados, esta vez para pedir el desquite. Los mismos caminos
recorridos por esos marchantes que no eran bienvenidos en el corazón
de la oligarquía. Yuri Buenaventura, un salsero de tremendo
reconocimiento en Europa prefiere el anonimato en su tierra antes que
venderse miserablemente a las élites de narcos, escoge una ruta
difícil para su música y sus versos: la de la rebeldía.

Todavía hay muchos nombres que no pueden pronunciarse. Eso me hace
pensar que éste país, a pesar de todas sus tragedias, sigue siendo
hermoso porque concede tiempo a la metáfora. Las palabras dicen más de
lo que dicen, las paredes hablan verdades que la verdad oficial calla.
Tras los pasos de esa marcha se esconde otra metáfora; la gran noticia
que no salió en los diarios ni los televisores: lo prohibido, lo
innombrable es que pasada tanta muerte se asoma por fin la esperanza,
otra palabra de esas para la cual no tenemos nombre propio.


La música de Yuri Buenaventura

Este fue un homenaje a Manuel, hombre sabio de este continente que habita la cotidianidad de todos los humanos luchadores por la defensa de la tierra, este vídeo artesanal fue capturado el 23 de abril de 2012 en el marco del lanzamiento de la Junta Patriótica Nacional y el Consejo Patriótico, escenario donde el pueblo colombiano a determinado ejercer el gobierno de su propio destino, allí participaron 80000 personas de todos los rincones del vientre de esta tierra. Que viva la Marcha Patriótica carajao!


El guerrero