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¡Por favor, cambiar de rumbo!
Jorge Montenegro / Domingo 23 de diciembre de 2007
 

En medio de una noche oscura como la boca de un lobo, el Capitán del barco reconoció a lo lejos la luz de otra embarcación que venía directamente hacia ellos. En seguida dio una orden al telegrafista. “Ordénele a esa embarcación que cambie su rumbo diez grados a estribor”. Un momento después llega un mensaje a la cabina del Capitán: “Ustedes deben cambiar su rumbo diez grados a babor”. El Capitán pide que el mensaje esta vez sea más explícito: “Soy el Capitán Baquero, le ordeno que gire su rumbo diez grados a estribor”.

Mientras pasa todo esto, la luz se va acercando de manera rápida y peligrosa. Se recibe un nuevo mensaje en la cabina: “Soy el marinero Barragán. Le sugiero que gire su rumbo diez grados a babor”. El Capitán muy contrariado y viendo que la luz ya está demasiado cerca envía una última advertencia: “Estoy al mando de un buque de guerra. Modifique su rumbo diez grados a estribor o no respondo por lo que pueda pasar”. La respuesta que llega los deja a todos estupefactos: “Modifique su rumbo diez grados a babor. Tampoco respondo por lo que pueda pasar. Estoy al mando de un faro. Usted verá”.

Esta historia ilustra muy bien lo que quiero exponer a continuación. Desde tiempos de la mal llamada “conquista española” se ha cultivado la idea de que los pueblos nativos de América son “menos personas”. Claro que hoy día no se dice tan claramente, pero no es difícil percibirlo en todos los ambientes “civilizados”. Hace poco una compañera de trabajo me decía: “Los indígenas son sucios, como que viven en el pasado, Uyyy”.

Se ha ido “conscientizando” a la “opinión pública” que los indígenas no son capaces de pensar como los “civilizados”, por tanto lo que ellos dicen y hacen no tiene mayor importancia. Pero, oh sorpresa, cuando el tiempo va dando la razón en muchos asuntos a los “atrasados”, dejando sin palabras a los “civilizados”. Un ejemplo clarifica esto. Hace algunos años muchos no creían en el “cuento” de que la madre tierra estaba enfadada con los seres humanos y empezaba a mostrar su desacuerdo. Muchos tal vez se rieron, como lo siguen haciendo unos cuantos. Como en el caso del personaje que estaba en el faro y le indicaba al capitán del barco que cambiara su rumbo.

Los herederos de la “sabiduría conquistadora” han hecho y siguen haciendo –que lo digan los gobernantes de ahora y de antes– las veces de “barcos de guerra”, seguros de que van en la dirección correcta. Por eso no importa contaminar los ríos, hacer presas para hidroeléctricas, regalar al mejor “socio” las materias primas, emitir gases tóxicos a la atmósfera, etc, etc. Según ellos, los pueblos autóctonos, con toda su sabiduría milenaria, no son más que barquitos pesqueros, que nada saben de la navegación a gran escala. Por eso estos últimos son los que deben cambiar de rumbo, es decir, ponerse del lado de los “buenos marineros”.

Pero los “barquitos pesqueros” resultan ser en realidad faros de gran potencia y precisión. Ante la opulencia de los capitanes de los barcos de guerra, la sabiduría sale a flote por sí misma. Los que tienen que cambiar de rumbo son los “civilizados”, aquellos que se jactan de hacer su voluntad y de pagar con dinero lo que sea. No obstante, como en la historia, que no tiene final, falta ver que los barcos de guerra prefieran autodestruirse que darle razón al operador del faro. Y tú, ¿dónde estás, en el barco o en el faro?