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Domingo siete
“Lunes y martes y miércoles tres; jueves y viernes y sábado seis; domingo siete": Ronda infantil
Alfredo Molano Bravo / Sábado 1ro de diciembre de 2012
 

Me da pena, como acostumbra a decir el presidente Santos, pero no todos los isleños del archipiélago estarán dándose contra las paredes por el fallo de la Corte de La Haya; simplemente se lo explican. No es que estén muy contentos, pero van a poner la decisión —inapelable— en la cuenta de cobro que le pasarán al país un día que no se demora. Colombia ha perdido un territorio marítimo que nunca había ganado; más aún, que tenía abandonado y que le interesaba un pito. Comenzó a mirarlo cuando las grandes petroleras empezaron a buscar en los extramuros marítimos ganancias para sus accionistas, porque en este contencioso, ¿qué es lo que nos quieren poner a defender con el cuento de la soberanía perdida, la bandera ultrajada y la patria herida, si no son los puros y duros “contratos de concesión” que les permiten a las gigantescas empresas dividendos descomunales a costa de gabelas tributarias extraordinarias? Como se ha dicho y pocos oyen: las exenciones tributarias son muy superiores a lo que las petroleras reconocen como regalías, y digo reconocen porque nadie les lleva la cuenta de los barriles que sacan. Tampoco pagan IVA ni impuestos de importación de maquinaria, la que pueden feriar en el mercado doméstico a su antojo. Más aún, hay que pagarles la seguridad que ellas mismas traicionan cuando negocian por debajo de cuerda con los grupos armados y les pagan extorsiones a los paramilitares. Parecería que a los gobernantes sólo les interesara en estos tratos ser invitados a jugar golf en el ShinnecockHills Golf Club de Nueva York para venir a hacerles fieros a sus parientes pobres. Las petroleras se gastan lo que no pagan a sus obreros en aplastantes campañas publicitarias que alaban lo que no hacen y de paso amordazan a los medios con una pauta millonaria. Los isleños y unos pocos ambientalistas fueron los colombianos que protestaron la pretensión de los petroleros de volver ese mar del olvido una piscina de crudos.

Desconocer ahora la autoridad de la Corte Internacional de Justicia obligaría a poner temerariamente al país en peligro de un conflicto armado internacional, como quiere Uribe, quien avaló por adelantado desde 2008 el fallo de La Haya. ¿Cómo sacaríamos a los pesqueros nicaragüenses o sus cañoneras de la zona que Colombia insiste en reclamar? ¿Apelando —pregunto— a la doctrina de la autodefensa? AUV quiere llevar la guerra a las fronteras cuando se vislumbra la paz en el interior, al contrario de lo que Laureano reclamó cuando Perú se metió en Leticia. Él no puede prescindir de la guerra y menos ahora cuando podemos acariciar la idea de rebajar algún día el presupuesto militar para hacer carreteras y hospitales; ahora, digo, el uribismo quiere montarla de soberanía para que nuestros ejércitos de aire, mar y tierra compren más fragatas, más aviones, más submarinos, más radares, quizás un par de portaaviones, y le construyan a Israel en Medellín su fábrica de drones o aviones no tripulados.

El Gobierno se rasga las vestiduras por los bancos de caracoles, moluscos, tortugas, atún y pastos marinos que el fallo de la CIJ les disminuye a nuestros pescadores de chinchorro —unas 200 toneladas de langosta, calcula el profesor Jorge Orlando Melo—, pero a ningún gobierno le importó que las compañías atuneras chinas o las tiburoneras japonesas arrasen nuestros litorales con sus redes de profundidad, destrocen sus arrecifes y boten al mar marineros colombianos para no pagarles. A la Fuerza Pública sólo le preocupa la cocaína y ya no se sabe con qué intención.

Hay que tener en cuenta que muchos raizales no se sienten tan colombianos como quieren hacérnoslo creer. Para ellos Colombia es una nación invasora que ha pisoteado sus derechos, perseguido su cultura y desconocido sus prácticas religiosas. Tienen viva la herida hecha por el envío a San Andrés de la fragata Almirante Padilla en 1953 para convertir las islas en puerto libre y llenar el archipiélago de contrabandistas extranjeros y de negociantes paisas. Los raizales han terminado acorralados en Old Providence y en la zona de Saint Louis para defender sus valores y principios. La verdad: muchos sienten más afecto por la Mosquitia Nicaragüense o por Jamaica que por Antioquia o por Cundinamarca.

Y el gringo ahí, como decía el llorado Garzón.