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Debate
Que no cese el cese
Reconozcamos, en aras del debate, que bombardear a guerrilleros que se han declarado en armisticio no es exactamente una hazaña militar
Marta Ruiz / Domingo 16 de diciembre de 2012
 

A pesar de que el cese de hostilidades de las FARC ha sido ignorado y menospreciado por muchos sectores de opinión, el balance es mucho más positivo de lo que se cree. Desde el 20 de noviembre la intensidad del conflicto armado ha bajado 80 por ciento. La Corporación Nuevo Arco Iris y el CERAC, dos instituciones que hacen monitoreo a las acciones de los grupos armados, han contabilizado 27 ataques de estos desde cuando se inició la tregua, de los cuales cuatro son atribuibles a las FARC y 23 a otros grupos. El promedio, antes del anuncio de Iván Márquez, era de 180 acciones armadas por mes.

Hice mi propio sondeo con autoridades civiles y periodistas de Arauca, Guaviare, Caquetá y Putumayo, donde, según me dicen, el cese de acciones ofensivas y sabotajes se ha cumplido en el ciento por ciento. En Antioquia, se presentó un ataque el primer día, atribuido a fallas de información dentro de la guerrilla, y un hostigamiento el viernes pasado en Murindó, sobre el que no hay mucha claridad todavía. Y contra todo pronóstico, la percepción del gobierno de Cauca es que, excepto por los hechos de Caloto, las hostilidades han disminuido en casi todo el departamento.

Que las FARC sean consecuentes con su anuncio es crucial para devolverle la confianza al proceso de paz, a pesar de que la tregua sea parcial, de que la decisión haya sido tomada por fuera de la mesa de diálogos y de que esta no obligue a su contraparte.

Es crucial porque absuelve las dudas que existían sobre qué tanto mando y control tiene este secretariado. Mucho se ha especulado sobre las fracturas internas de la guerrilla, el verdadero liderazgo de Timochenko y qué tantos bloques respaldan los diálogos de La Habana. Hasta ahora el cese demuestra que los frentes les “copian” a sus nuevos comandantes y que hay suficiente cohesión interna como para garantizar que la firma de un eventual acuerdo sea acogida por toda esa organización. Hasta ahora, repito.

En segundo lugar, la tregua es un guiño para la sociedad civil; una especie de muestra gratis de lo que podría ser el país si la guerrilla silencia sus fusiles. Por lo menos en regiones de gran actividad petrolera y minera, las empresas han tenido un respiro y los habitantes de poblaciones como el Catatumbo, que han vivido bajo fuego los últimos años, han sentido algún alivio.

Como era de esperarse, en departamentos como Chocó y Arauca el cese no ha significado una disminución de la zozobra ni el miedo, pues el ELN y las bacrim siguen activas como siempre. Por supuesto, tampoco ha parado la ofensiva de las Fuerzas Militares.

El Gobierno tiene razones de peso para negarse a una tregua bilateral en una fase tan temprana del proceso. Pero reconozcamos, en aras del debate, que bombardear a guerrilleros que se han declarado en armisticio no es exactamente una hazaña militar, ni mucho menos un gesto de reciprocidad.

Será muy difícil establecer los verdaderos alcances del cese de hostilidades si no hay una verificación seria e independiente sobre el mismo. Ahora cuando las FARC están pidiendo que la sociedad civil se vincule al proceso, sería interesante que algún organismo internacional, nacional o de la Iglesia se ponga en la tarea de hacer una veeduría juiciosa de este. No sólo para documentar las violaciones y los incidentes que ponen en duda su vigencia, sino para medir su impacto positivo en la situación humanitaria, si es que lo tiene.

Un informe de este tipo, presentado el 20 de enero, le puede dar insumos a la opinión pública para evaluar de manera objetiva cuáles son las verdaderas intenciones de las FARC y redundaría en un mayor respaldo al proceso. O en un “apague y vámonos”, si es del caso.

Desde ahora, es de exigir que la tregua unilateral de las FARC se extienda en el tiempo y se amplíe a otras acciones violentas, como el reclutamiento, el narcotráfico y la extorsión; y que el Gobierno piense, ya que la negociación corre contra el tiempo, en la posibilidad de hacer un gesto recíproco. Aunque no sea un bombardeo