Alirio Martínez: in memoriam

por Alèxia Guilera Madariaga


Funeral del dirigente campesino Alirio Martínez. Vereda El Botalón, Tame, Arauca. Foto Alexia Guilera. Prensa Rural.

Ni siquiera el formol pudo ocultarlo: me gustaría poder decir lo contrario --se supone que los muertos descansan en paz--, pero en el rostro de Alirio Martínez --el histórico líder campesino ejecutado por el Ejército colombiano la madrugada del 5 de agosto en Caño Seco (Arauca)-- quedó marcado el zarpazo del horror.

Quién sabe el horror a qué, exactamente: Alirio --como sus compañeros asesinados con él, Leonel y Jorge, y como tantos otros-- sabía que ese podía ser su final porque escogió seguir ahí y tal vez se horrorizó por lo que hace tantos años temía que le podía pasar: nadie está libre del pánico, en Arauca. Del pánico cotidiano --si es que es digerible el pánico con la pequeña vida de cada día. Nadie, en Arauca, que trabaje al lado de los campesinos, de los indígenas, de los obreros y obreras... de tantos y tantas excluídos por aquellos que decidieron, hace rato, que Arauca no es de esa, su gente, sino de otra que nunca estuvo ahí.

El velorio de Alirio en su vereda, El Botalón, fue una multitudinaria y silenciosa demostración de muchas cosas: ninguna de ellas, quizá, ojalá, la esperaba este gobierno. Ni los miles de campesinos y sindicalistas que llenaron los caminos, las calles y la casa de la ADUC de rostros graves pero resueltos. Ni la fuerza que allí, entre ellos, se respiraba. Ni la resistencia fortalecida por ese nuevo golpe.

En las arrugas bajo los ojos de muchos de esos campesinos reconocí un dolor antiguo que yo sabía de mi país, España, de cuando la dictadura franquista, de cuando la posguerra. Allí, en El Botalón, no era post nada: sigue siendo ese dolor profundo y universal del que recibe el golpe absolutamente injusto pero sigue adelante, sabiendo que el vendaval no va a amainar en mucho tiempo. Porque no es la miseria lo que sentían sino el olvido estatal más consciente. Y si no es por ellos, por los Alirio, Jorge, Leonel y tantísimos otros, para nadie más existirían.

Yo espero que, como confesaba una de sus decenas de ahijadas, Alirio no descanse en paz, sino que siga peleando por todos ellos allá donde se encuentre.

 
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