La guerra entre caminos de miedo, balas, minas y silencios

por Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento
Abril de 2005

"Antes de que se acabe la luz del día les sugiero que hagan sus necesidades y que se acuesten a dormir temprano. Estamos en una zona de operaciones militares, hace dos días no más tuvimos un hostigamiento aquí mismo en las goteras del caserío. Después de entrada la noche les pido el favor de no salir por ahí a dar vueltas; hay muchos centinelas en los alrededores... de noche todos los gatos son pardos, ustedes me entienden... y no queremos un accidente, ¿cierto? Si por la noche escuchan disparos, los que duermen en sitios elevados tírense al piso y quédense ahí hasta que les avisemos que todo está normal".

Con estas palabras pronunciadas por el coronel del 28 Batallón con sede en el municipio de Segovia, perteneciente a la Brigada XIV del Ejército, fueron recibidos los integrantes de la comisión de acompañamiento internacional que junto con cerca de 90 campesinos recorrieron la zona rural del municipio de Segovia para asistir a la Segunda Acción Humanitaria del Nordeste Antioqueño, que programaron mas de 30 organizaciones de sociedad civil entre el 8 y el 12 de abril. A partir de ese momento, la relativa tranquilidad que sintió el grupo al arribar al caserío de la vereda Carrizal, en donde se encontraron con el Ejército, se disolvió como por encanto.

Fue una noche larga, que nos puso a meditar sobre las dificultades que vive la gente en medio de la guerra, a tratar de pensar en otras cosas y hacer bromas en voz alta para espantar los pensamientos de temor por la posibilidad de un combate y a sofocar con nuestras risas los ruidos del monte que a cada momento de silencio nos parecían demasiado sospechosos. Y para colmo de males saber que los militares tenían su puesto de mando dentro del caserío en franca infracción del Derecho Internacional Humanitario agrandaba el riesgo y nuestro propio miedo. Y es que como nos dijo un campesino cuando nos acercábamos a un sitio llamado Ojos Claros: "Aquí cada noche ponemos la cabeza en la almohada de la guerra".

Dormimos poco. Tan poco como quizás pueden dormir todos los días aquellos cientos de personas que habíamos visto en nuestro recorrido, que hasta ese momento ya completaba dos días. Habíamos ingresado por una vereda llamada Puerto Nuevo Ité a la que todos llaman La Cooperativa y después de casi siete horas de camino bajo un sol inclemente y de dejar atrás la vereda Dos Quebradas nos detuvimos a dormir en Ojos Claros, un sitio para descansar el cuerpo y apreciar la hermosa quietud de nuestro campo al anochecer.

Que Dios se acuerde si no se acuerdan otros

Desde el primer día de marcha empezamos a sentir los rigores del esfuerzo físico. En toda la región no existe una sola carretera, no hay un centro médico que funcione ni mucho menos medicamentos, hace mas de un año que pasó la última brigada de salud por una zona en la que el paludismo o malaria es más frecuente que la gripa. Una región de la que casi nadie sabe y de la que según muchas personas no se acuerda ni Dios.

"Fíjese usted que por aquí no hay una sola parroquia y para bautizar los niños es un lío, ni qué hablar del registro porque para eso hay que llegar hasta el pueblo y pasar por donde se la pasan los paramilitares y para correr el riesgo de perder al papá por el registro del hijo, pues mejor se quedan como están, a duras penas con el nombre y sin papeles. A veces de todas formas el problema viene después cuando crecen y como no tienen cédula terminan acusándolos de ser de la guerrilla, ¿no ve?".

El objetivo de nuestro trabajo era acompañar a los integrantes de la comunidad que por temor a todos los actores armados --incluida la fuerza pública-- no sentían suficiente confianza para llegar a la vereda Cañaveral, lugar de encuentro de la acción humanitaria. En efecto éramos un grupo de 12 personas (entre acompañantes internacionales, integrantes de ONG y periodistas) que desde el inicio del recorrido empezamos a ver cómo se nos sumaban campesinos que habían estado esperando con incredulidad el paso de la comisión por sus veredas. Sin embargo, en más de un lugar encontramos personas que se quedaban mirándonos con un dejo de nostalgia por no poder asistir o por no sentir suficiente tranquilidad para venir con nosotros.

Para quienes acompañábamos a la comunidad resultaba extraña la renuencia de algunas personas para asistir a la acción humanitaria, a pesar de expresar su necesidad y deseo de llegar a Cañaveral, bien fuera para recibir ayuda médica o algo de alimentos que escasean por todas partes, para dar sus declaraciones sobre las violaciones de derechos humanos de las que han sido sujetos o simplemente para olvidar por un rato los rigores del confinamiento a que han estado sometidas más de 2.500 personas hace cerca de dos años por cuenta del bloqueo de grupos paramilitares y la propia dinámica del conflicto armado que enfrenta en estas veredas a la guerrilla y a la fuerza pública.

En el segundo día de camino salimos hacia las 7 am y en la primera hora ya había más de 60 personas con nosotros. Un ambiente de distensión y cierta alegría nos iba contagiando poco a poco, al punto de hacer desaparecer en aquellos que no estamos acostumbrados a extenuantes jornadas de camino el cansancio y la incomodidad de la mula o las cuestas por las que transitábamos con demasiada lentitud.

Caminábamos distraídos, tratando de identificar a los que venían un poco rezagados, escuchando las historias de los campesinos sobre la forma como se fue colonizando aquella región, sobre los estragos que han hecho sobre muchos de ellos años de desplazamiento forzado, sobre las dificultades que enfrentan por vivir en una región estigmatizada por todo el mundo como un resguardo de guerrilleros, cuando los sonidos de la guerra nos devolvieron a la realidad que nos había convocado.

Ni carreteras ni trochas, sólo balas

Rumores de helicópteros, ametralladoras y bombardeos llegaron hasta nosotros y de nuevo la tensión se incrementó en el grupo. A poco menos de 40 minutos de camino, según pensaban los campesinos que acompañábamos, se estaba adelantando un operativo militar.

"Eso sí... aunque no hay médicos, las escuelas están a medio atender, escasea la comida y ni siquiera una trocha se ha abierto por aquí en mas de 18 años que yo llevo recorriendo estas veredas, lo que sí nos llega del Estado que sale por la televisión son estas lluvias de balas que más de una vez han terminado dándole es a la población civil".

Estas fueron las palabras con las que un campesino sudoroso que caminaba a nuestro lado nos explicó lo que estaba sucediendo. A partir de ese momento empezamos a avanzar más rápido y a pensar qué vendría en el camino. Dos horas más adelante nos detuvimos en un lugar llamado Lejanías, donde hacía pocos días se había presentado un enfrentamiento prácticamente en la entrada del caserío como parece ser costumbre en toda la región.

Según nos contaban, el Ejército había caído en un campo minado, con resultado de un soldado muerto y otro secuestrado. La gente se veía notablemente afectada y nos preguntaban de soslayo si habíamos escuchado los ametrallamientos del mediodía.

"Eso son cosas de todos los días por aquí --nos dijo una profesora de la escuela--. El problema es que afecta mucho a los niños. Hoy por ejemplo no me asistieron dos que viven por la zona donde estaban ametrallando. Ojalá que nos me les haya pasado nada. Tenemos más de 24 alumnos pero en los últimos tiempos, por los problemas de orden público, los papás no me los están mandando a todos. A uno le da lástima por ejemplo ver al pequeñito de allá, que es tan avispado pero que a veces le coge el ataque de nervios y sale corriendo y pega a la alberca a echarse agua todo desesperado, después queda como en un limbo. Ojalá que dejaran a la gente tranquila. Por aquí las cosas no son fáciles para la gente".

Al salir de Lejanías tuvimos que pasar por un campo sembrado de minas donde habían caído los militares anteriormente. La tensión fue enorme, el miedo de la gente y de nosotros mismos nos sumió de nuevo en un silencio triste. Caminamos el resto del día con una expresión triste en el rostro y hacia las 6 pm llegábamos a Carrizal, donde el Ejército nos recibiría y daría la bienvenida ante el silencio elocuente de los verdaderos dueños de casa.

El tercer día nos encaminamos en la última jornada de camino para arribar al final de la tarde a Cañaveral. Pasamos todo el día tensionados por las palabras del coronel del Ejército que la noche anterior nos había advertido que no podría garantizar nuestra seguridad, que se estaba adelantando un operativo militar, que la zona y los caminos estaban minados y que él no contaba con suficientes hombres para darnos acompañamiento necesario.

¡Sí, mi coronel!

Resultaban extrañas esas palabras cuando el mismo coronel nos había dicho que el Ejército se encontraba allí para brindarnos "seguridad democrática", nos había felicitado por nuestro trabajo y nos había sugerido que esas acciones humanitarias que se programaban deberían hacerse en regiones apartadas como Carrizal.

Después del tercer día y visiblemente agotados llegamos con mas de 100 personas de la región a la vereda Cañaveral, donde nos esperaban el resto de organizaciones sociales que participaban en la acción humanitaria. Una sensación de descanso y conquista nos inundó. Todo el mundo hablaba fuerte, se oía el estruendo de la música en varios lugares y de nuevo todo parecía cambiar: la guerra que estaba a la vuelta de la esquina parecía haber quedado atrás en la distancia.

Desde entonces, con nuevas dificultades por el accionar del Ejército que en abierta contradicción al DIH se había tomado la escuela donde estaba programada la acción humanitaria generando enormes dificultades para los organizadores y poniendo nuevamente en riesgo a quienes participábamos en aquella jornada eminentemente civil, estuvimos dos días más escuchando historias conmovedoras de gente que durante más de dos años y bajo la indiferencia o el olvido del país ha enfrentado los rigores de una guerra que terminan de entender, que no les pertenece y que no parece tener fin.

En medio de un ambiente tenso por la presencia del Ejército que generó todo tipo de inconvenientes se cumplió con un evento que tuvo más de dos meses de organización y que convocó la solidaridad y el esfuerzo de numerosas organizaciones sociales. Se recibieron denuncias de derechos humanos que empiezan a hacer curso, se brindó atención médica a mas de 300 personas que no han visto la satisfacción de sus derechos más elementales por parte del Estado, se brindó un apoyo mínimo de alimentos y vestido a muchas personas que llevan demasiado tiempo viviendo en medio de un conflicto que ahora se quiere negar.

Hace más de dos semanas salimos de allí. Ya muchos de nosotros empezamos a tomar distancia con esta experiencia y con la cruda realidad que vive el Nordeste Antioqueño. Hoy me pregunto con frecuencia: ¿Cómo estarán aquellos campesinos fuertes, valientes y alegres que a pesar de todo resisten en medio de la guerra y que quizás esta noche tendrán el mismo miedo que nos tocó vivir por un rato? Supongo que hay que hacer algo aunque el presidente Uribe insista que en Colombia sólo existen actos terroristas y que no hay rastros de conflicto armado.

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