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El caso Ronny Tapias: una venganza errónea por Josep M. Casas
El caso de Ronny Tapias sigue conmoviendo a la opinión pública española, ha disparado la alarma social sobre la violencia de las bandas juveniles y ha generado un debate en torno al posible endurecimiento de la legislación de menores. Embrollo judicial La policía detuvo a tres menores de edad --dos dominicanos como autores materiales y un colombiano como colaborador-- y a seis adultos --supuestos encubridores-- en relación al crimen, motivo por el cual se realizan dos juicios. En el primero, que ya ha concluido ante un tribunal de menores, los seis adultos han sido citados como testigos, mientras que en el segundo, que se iniciará en breve para dirimir las responsabilidades penales de los encubridores, serán los menores los que declaren como testigos. Los abogados de las defensas se preguntan cómo se puede ser acusado y testigo en un mismo caso y plantean dudas sobre la constitucionalidad del proceso. Es evidente que la tragedia de Ronny Tapias ha dejado al sistema judicial español en entredicho. Además, desde ciertos sectores políticos
se ha aprovechado el caso para reclamar una revisión de la Ley
del Menor, aprobada hace tan solo tres años, para endurecer sensiblemente
las penas. Algunos juristas temían que las presiones sociales
llevasen al anterior gobierno del conservador José María
Aznar a modificar la ley para elevar las penas en detrimento de sus
fines educadores, pero la reciente victoria electoral del socialista
José Luis Rodríguez Zapatero ha supuesto un jarro de agua
fría para los que reclamaban castigos mayores. El actual gobierno
español no modificará la Ley del Menor, aunque ha prometido
planes policiales para prevenir e impedir la actuación de las
bandas juveniles violentas. El caso de Ronny Tapias ha causado un gran
impacto social, con repercusiones políticas y judiciales, pero
también ha servido para mostrar a los barceloneses cómo
es la comunidad colombiana de su ciudad: unos buenos vecinos, tranquilos,
que han llegado en búsqueda de progreso y también de paz. Reynaldo Tapias, el padre de Ronny, había sido policía y mecánico de bicicletas en Bucaramanga. De hecho, como apasionado del ciclismo que es, siempre había intentado vivir de la bicicleta y lo consiguió en Barcelona con un trabajo en un taller de reparación. Reynaldo logró un buen empleo como mecánico de bicicletas, hasta el punto de que pronto logró reunir con él a su familia ya que, al contrario de lo que sucede en Colombia, la bicicleta tiene futuro y está ganando terreno al carro en las congestionadas calles de Barcelona. No sólo los jóvenes o los devotos de la ecología prefieren las dos ruedas, sino también muchos ejecutivos --cuestión de imagen-- de los modernos barrios de negocios, motivo por el cual los buenos mecánicos de bicicletas son profesionales reputados y con porvenir. Colombia ha dado buenos ciclistas; los "escarabajos"
que asombraban en las grandes competiciones europeas como Lucho Herrera,
Patrocinio Jiménez, Fabio Parra, Álvaro Mejía,
Oliverio Rincón y, cómo no, Santiago Botero. Pero también
han salido de ese país excelentes y anónimos mecánicos.
Curiosamente, los colombianos que quieran triunfar con la bicicleta,
ya sean ciclistas o mecánicos, deben emigrar a la vieja Europa. A los colombianos les persigue el estigma del narcotráfico cuando van al extranjero y, por ello, a menudo se les mira mal. Pero los catalanes los ven con otros ojos: los cerca de 60 mil colombianos que residen en Cataluña, la mayoría en Barcelona, constituyen una comunidad pacífica, tranquila, trabajadora, que da poquísimos titulares a la prensa porque casi nunca aparecen en las crónicas de sucesos. En Barcelona, las redes locales de distribución de droga, incluso la de la cocaína, las controlan ciudadanos españoles y marroquíes, pero no colombianos, a pesar de la detención de numerosos "correos" cuando intentaban introducir su mercancía. Cuando a los barceloneses se les pregunta por los colombianos de su ciudad, siempre recuerdan que hace años, tantos como 30, aquí vivió Gabriel García Márquez y que la ciudad todavía es hoy un acogedor refugio para escritores colombianos --residen o han residido hasta hace poco Antonio Ungar, Juan Gabriel Vásquez, Luis Noriega, Arturo Bolaños, Álvaro Robledo y muchos otros-- sin olvidar sus predecesores Moreno-Durán y Óscar Collazos. Los viajeros que lleguen a Barcelona en avión
se van a dar de bruces con un gigantesco caballo de Fernando Botero
en pleno vestíbulo del aeropuerto y, en sus calles, encontrarán
otro gigantesco gato del artista colombiano, casi como si estuvieran
en Medellín. Parece evidente que Barcelona sigue siendo una de
las capitales de la cultura colombiana. Sin embargo, los colombianos
destacan poco en la vida de la ciudad, a pesar de ser la cuarta comunidad
extranjera más numerosa --por detrás de marroquíes,
ecuatorianos y peruanos-- y de los numerosos restaurantes que están
abriendo en los últimos años. Son una minoría silenciosa. "No hemos venido hasta aquí para que lo mataran". Este lamento de la madre de Ronny, Rosa Elvira Peña, estremeció a los barceloneses. Sus padres no habían dejado los barrios de La Joya y Los Naranjos de Bucaramanga, donde se crió Ronny, para enterrar a su hijo en un cementerio de Barcelona. En el sepelio, el sacerdote recordó que habían abandonado su país en busca de una vida mejor; primero emigró Reynaldo, después su esposa Rosa, más tarde sus hijos Edwin y Melisa, posteriormente lo hizo el benjamín Ronny --en el verano de 2001-- y, dentro de unos días, lo hará el hermano mayor Dennys Jair, con su esposa y su hijo, así como un tío que se había quedado en Bucaramanga. La familia Tapias al completo en la capital catalana. En declaraciones al diario La Vanguardia de Barcelona,
Reynaldo decía: "nos sentimos bien aquí,
tengo un buen trabajo en una tienda de bicicletas y espero superar los
problemas de papeles" que le permitan regularizar la situación
de toda su prole en España. La integración de los Tapias
a su ciudad de adopción es total: Melisa ya habla catalán,
lengua cooficial junto al español, en Cataluña, y Ronny
casi lo hablaba. Era un muchacho modélico: sacaba buenas notas,
estudiaba por su cuenta italiano y alemán, formaba parte del
equipo de baloncesto de su instituto y muchos fines de semana trabajaba
en un negocio de decoración. No frecuentaba discotecas como el
otro Ronny con el que le confundieron, ni tan sólo fumaba. Sus
compañeros de clase escribieron en grandes letras blancas sobre
el asfalto de la calle: "Ronny, te merecías
el cielo, pero aún no". Un responsable policial comentaba a un periódico catalán que los cárteles colombianos envían sus "embajadores" a Madrid, ya que a Barcelona tan sólo llega algún "cónsul" de poca monta, circunstancia por la cual esta ciudad se ha salvado de la violencia de la capital española, donde las ejecuciones y ajustes de de cuentas entre delincuentes están a la orden del día. El Instituto de Estudios de Seguridad y Policía,
vinculado al principal sindicato policial español, alerta sobre
el aumento de los homicidios, porque si la media se situaba hace ocho
años en 2,5 asesinatos por cada cien mil habitantes, en la actualidad
ya es de 3,7 crímenes, una de las cifras más altas de
la Unión Europea, pero que está a años luz de las
escalofriantes estadísticas de cualquier capital colombiana.
La penetración de las mafias en Madrid --especialmente las de
Europa del Este-- ha elevado los índices de criminalidad, pero
Barcelona sigue con los mismos parámetros desde hace casi una
década: los intentos de homicidio oscilan entre 50 y 60 al año,
de los cuales unos 20 acaban en asesinato. La mayoría de las
muertes se producen en el entorno familiar --violencia doméstica--
y las víctimas acostumbran a ser mujeres. Por este motivo, el
asesinato de Ronny conmocionó y dejó perpleja a toda la
ciudad: un apuñalamiento a sangre fría en plena calle
y con la participación de menores era un hecho insólito,
inaudito hasta entonces. Los barceloneses todavía se preguntan
cómo fue posible, si incluso se desconocía la existencia
de bandas juveniles. Los grupos juveniles violentos integrados por sudamericanos se detectaron por primera vez en Barcelona hace menos de dos años. Hasta el asesinato de Ronny, tan sólo habían protagonizado algunas peleas, un par de heridos por arma blanca, amenazas, pequeños hurtos a la salida de los institutos, pero, eso sí, habían marcado su territorio con sus símbolos y sus nombres pintados en la calle. También se habían hecho visibles por su peculiar indumentaria y estética, pero los barceloneses no fueron conscientes de la existencia de los Latin Kings, Ñetas, Rancutas, Latinas, Masters, Almigthy King Nation y otros especímenes hasta que un grupo de "ñetas" asesinó a Ronny al confundirlo con un "latin king" de aspecto parecido y de idéntico nombre al del joven colombiano con el que habían discutido unos días antes en una discoteca. Estas bandas juveniles reproducen los esquemas de las bandas latinas norteamericanas. El grupo más numeroso, los Latin Kings, nacieron en la década de los 40 en una cárcel de Chicago y pronto se expandieron por las principales ciudades de Estados Unidos y, más adelante, hacia Colombia y Ecuador, desde donde han llegado a España. Se trata de un tipo de organización casi sectaria, en las que se puede entrar pero difícilmente dejan salir. La Policía considera que los grupos que operan en Barcelona dependen de los de Madrid y, éstos, de los jefes de las de Ecuador. Expertos ecuatorianos de la organización Cefocine, que trabajan para rehabilitar menores, consideran que hay una serie de factores que facilitan la integración de los jóvenes en las bandas como la desprotección del núcleo familiar, la voluntad de obtener reconocimiento, el prestigio en su territorio y la falta de un espacio adecuado donde expresarse. Tras el asesinato de Ronny, saltó la alarma. Los medios de comunicación advirtieron de la peligrosidad de las bandas juveniles de Barcelona, pero, realmente, no hay para tanto: según fuentes policiales, agrupan menos de 400 jóvenes, muchos de ellos dados a las broncas de discoteca pero no especialmente violentos. Desde el caso de Ronny, han descendido las peleas, las pintadas e, incluso, algunos ni se atreven a ponerse sus vistosos pañuelos, identificativos de su respectiva tribu urbana. No obstante, cualquier incidente protagonizado por algún miembro de una banda juvenil salta a los titulares de la prensa y eso acrecienta la alarma social. Al menos en Barcelona, estos grupos juveniles sudamericanos tienen una escasísima incidencia, aunque se hayan cobrado una víctima totalmente inocente. Ronny Tapias no formaba parte de ninguna banda, ni tenía ninguna relación con ellas, pero lo confundieron con otro Ronny, colombiano como él, de casi la misma edad y también con melena larga. Ni se defendió. Murió sin saber por qué lo habían acuchillado. |