Arauca
La guerra cotidiana

César Jerez
Agencia Prensa Rural

Ilustración de Matiz para Prensa Rural.

"Aquí la vida cotidiana es la guerra", me cuenta un araucano "de pata al suelo", resguardado bajo un sombrero llanero "pelo e guama". Lleva una camiseta alusiva a las fiestas del pueblo. En su pecho campesino se deja leer un letrero muy verde: "Somos, orgullosamente, plataneros". Estoy en El Botalón, una vereda en jurisdicción del municipio de Tame, conocida por ser uno de los lugares que más produce plátano en Colombia y por tener la fama, construida desde las instituciones del Estado, de ser uno de los centros guerrilleros de Arauca.

Las guerrillas están en estas tierras desde antes de Guadalupe Salcedo, cuando eran todavía liberales. Llegaron con los campesinos desplazados del interior de la frontera agrícola, perseguidos por la violencia oficial que es siempre la misma. Se fueron quedando, instalándose en la pobreza eterna de los perseguidos y excluidos, hasta convertirse en tres de los frentes más numerosos y militarmente fuertes de la Colombia guerrillera: los frentes 10 y 45 de las FARC-EP y el Domingo Laín del ELN.

El plátano, por su parte, es importante para el pueblo colombiano desde tiempos ancestrales. Es la base del sancocho, un plato triétnico que ha salvado de la hambruna a negros, indígenas y blancos venidos a menos, desde cuando tuvieron la fortuna violenta de mestizarse. En El Botalón unas 750 personas se dedican al plátano, lo hacen en medio de la guerra. Aquí ser platanero o guerrillero es prácticamente lo mismo. El principio de distinción, del que se le escucha hablar a las "perfumadas ONG" de Bogotá, en sus discursos sobre el derecho internacional humanitario, no existe.

La guerra contra la población civil es la vida cotidiana de aquí. El mecanismo aceitado de la guerra sucia aprendido en la Escuela de las Américas continúa aplicándose sin descanso. Los alumnos superaron al maestro. Las torturas de Iraq son un chiste al lado de los "esfuerzos" del paramilitarismo y de la "seguridad democrática" por desterrar a los desheredados. Asesinatos, masacres, detenciones masivas e indiscriminadas y "glifosato ventiado" han terminado por desarticular a las otrora fuertes organizaciones sociales. Algunos han optado por cambiarse de país y de ciudadanía. En la fronteriza Venezuela afortunadamente soplan otros vientos.

La guerra de hoy se llama Operación Borrasca. Como la mayoría de los operativos militares con nombres similares --Tánatos, Holocauto, Destructor--, nada bueno presagiaba. Durante esta operación, el pasado 19 de mayo, unos 200 paramilitares provenientes de Tame incursionaron en las veredas Flor Amarillo, Santo Domingo, Piñalito y Cravo Charo, en lo que sería el inicio de una caravana de la muerte. Al final 17 campesinos habían sido salvajemente torturados y degollados.

En Tame estos mismos sicarios han asesinado a 100 personas durante este año. Como en Urabá y en el Magdalena Medio, se vive un proceso de para-institucionalización lumpenizada del Estado. Los "paras" lo controlan todo desde sus bases en la Finca Bellavista (propiedad del congresista asesinado de la UP, Octavio Sarmiento), Naranjitos y Puerto Gaitán. Cobran una vacuna de $300.000 por cada camión de plátano que sale hacia Bucaramanga o Bogotá. Por el ganado el recaudo ilegal es de $20.000 por cabeza. Los cobros se realizan en las narices del Batallón Navas Pardo.

La guerra de los combatientes es un interminable juego de ajedrez. El objetivo es desgastar al máximo las piezas del oponente. Los guerreros se mueven de noche y no se dejan ver durante el día, a la espera del fatídico error del adversario. Se utilizan todos los "juguetes": campos minados, cilindros bomba, fusiles, francotiradores, helicópteros, bombardeos, ametrallamientos, modernos equipos de comunicación y de visión nocturna, aviones con sofisticados equipos de detección. Por ahora la partida entre las dos partes armadas va empatada. Los civiles víctimas del paramilitarismo de Estado van perdiendo por abultado marcador.

En la guerra cotidiana la omnipresencia de los Estados Unidos está al orden del día. El domingo 16 de mayo los pobladores de Arauquita fueron "sacados de sus casas" para ser beneficiados por las bondades del Plan Colombia. En la brigada cívico-militar de ese día participaron activamente efectivos del ejército gringo. Asesores militares y "contratistas" se encargan de que el saqueo petrolero se perpetúe hasta el agotamiento. Es necesario garantizar la seguridad del oleoducto más dinamitado del mundo. No hay que descartar la eventualidad de un plan desestabilizador sobre la vecina República Bolivariana de Venezuela, para lo cual la presencia estadounidense en la frontera sería determinante.

En sus metas y sus acuerdos con la oligarquía petrolera de Estados Unidos, AUV logró asegurar la quiebra de lo que queda de la economía colombiana con la imposición del TLC. Además, volver al sistema de concesiones petroleras, lo que en la práctica significa el regalo de nuestros hidrocarburos a las multinacionales a cambio de coimas personales. Sigue pregonado la necesidad de la invasión. Está esperanzado en que el "Plan Patriota" logre un quiebre en el desarrollo de la guerra y le garantice su reelección.

El "iluminado" AUV ha convertido a Arauca en un modelo militarizado de la vida regional. Ha cedido la contratación estatal al ejército, una institución con muchos problemas de corrupción en sus filas, ha ensayado diferentes fórmulas anticonstitucionales para acabar con la guerrilla, incluida la estrategia paramilitar, sin lograrlo, afectando principalmente a civiles. El impacto de estas "soluciones mesiánicas" se vive de primera mano aquí, en El Botalón, donde el pánico y el terror son los indicadores diarios de la guerra, de esta "Borrasca" llevada a su máxima expresión, hasta convertirla en un fenómeno cotidiano.

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