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Lafaurie hace politiquería contra la paz. Son las voces de los fisiócratas
Jose Felix Lafaurie, el jefe de los ganaderos colombianos, hace una sucia campaña politiquera contra el proceso de paz para proyectarse como candidato presidencial. Son las voces de la fisiocracia del siglo XXI, que adoran la tierra como principal fuente de riqueza.
Horacio Duque Giraldo / Lunes 21 de enero de 2013
 

La paz para superar el atroz conflicto social y armado que afecta a la sociedad colombiana desde hace ya casi 50 años es una utopía de la nación entera. Todos queremos un país sin muerte, sin masacres, ni paramilitares, ni bacrims, ni desplazamientos, ni despojos de los campesinos y los pobres del campo, ni violación de los derechos humanos.

La mesa de conversaciones que funciona en la actualidad en La Habana, entre gobierno del presidente Santos y las Farc es parte fundamental de una estrategia para poner fin a la guerra civil.

La misma es fruto de unos diálogos y acuerdos que han cristalizado en un escenario que tiene la garantía y el acompañamiento de la comunidad internacional.

Las conversaciones adelantadas sobre la agenda de seis temas tienen una enorme influencia en el discurrir de la vida pública nacional, incidiendo en diversos campos de la formación social y el Estado.

El tratamiento ordenado y metódico de los referentes indicados en el Acuerdo especial arroja unos resultados que, naturalmente avivan el debate y la controversia pública entre diversos actores de la esfera democrática. Igualmente las decisiones unilaterales de las delegaciones plenipotenciarias, como el cese unilateral al fuego declarado por 60 días, propician puntos de vista encontrados.

Al avanzar las conversaciones sobre el tema agrario y registrarse el debate de los diversos segmentos de la sociedad civil en el Foro realizado en diciembre en Bogotá, las propuestas para resolver los problemas del campo han adquirido precisión. Esta visto, por las tesis esbozadas, que no es imposible acercarse a momentos que tengan "consensos suficientes, la forma de los acuerdos que se pueden ir tejiendo en esta segunda fase del proceso de diálogos e intercambios entre los delegados de las partes y sus asesores. Pactos parciales que deben esperar hasta que se agoten las conversaciones sobre los otros temas como el fin del conflicto, la democracia política, los cultivos ilícitos y las víctimas, porque "nada está acordado hasta que todo este acordado". Acuerdos que se deben dar a conocer a la nación mediante informes y avances de la Mesa, que refrendan ambas delegaciones.

Obviamente lo que está ocurriendo no es del gusto de ciertos grupos sociales y políticos, partidarios de mantener el conflicto. Son los "enemigos de la paz", los que se favorecen con la muerte y la sangre derramada. Es la extrema derecha feudal militarista que se opone a cualquier clase de reforma y cambió que implique la democratización del campo colombiano, atrapado por un latifundio absurdo que estorba, fundamentalmente, la expansión de las relaciones capitalista de producción en las zonas rurales.

Pero el problema con el latifundio colonial no es tanto su mayor o menor peso económico en el PIB nacional, que desde luego es un elemento para abordar, tal como ocurre en el actual debate. Lo es, más por ser el foco de una matriz política autoritaria y violenta que persiste desde hace 400 años. En realidad, los actuales defensores de la forma existente de propiedad rural son los que prolongan, en pleno siglo XXI, el pensamiento de la escuela francesa de los fisiócratas, cuyos partidarios en el Virreinato de la Nueva Granada, organizaron desde finales del siglo XVIII en Mompox y Bogotá, las Sociedades de Amigos del país para promover la intervención del Estado y sus instituciones legales, en favor de los terratenientes por ser la tierra la principal fuente de riqueza,, según ellos, desdeñando la manufactura y el comercio que impulsaba la revolución industrial inglesa.

Uno de esos fisiócratas del siglo XXI es el señor Jose Felix Lafaurie, el retardatario y delincuencial jefe de los ganaderos que acaparan casi 40 millones de hectáreas en pastos y actividades improductivas por todo el país. Su dios es el latifundio y la hacienda vacuna del Caribe, del Magdalena, Córdoba, Sucre, Cesar y Bolívar, por donde se pasea soberano dándose ínfulas de literato clásico español y de filosofo barato que descresta, con frases de efecto inmediato, entre la masa de campesinos humillados y entre vulgares déspotas y patrones costeños, peritos en vacas y toretes de semental.

Lafaurie, como todos los gamonales experimentados, encontró en la coyuntura la oportunidad perfecta para hacerse su campaña presidencial. Su actividad pública reciente no es más que una banal y nauseabunda propaganda politiquera para demeritar el proceso de paz, que estigmatiza y descalifica con sofismas y falacias de estirpe reaccionaria y mentirosa.

Ahora funge de candidato nacional, dizque costeño, con el apoyo de los más connotados ganaderos y latifundistas del norte. Los políticos de Córdoba y Montería ya expresaron, con su tradicional salameria semántica, su irrestricto acompañamiento a este cruzado de los valores de la cultura oscurantista de los señores feudales que nos quieren mantener en otros cien años de violencia y destrucción.

Lo mínimo que hay que pedirle a este caballero es que deje la politiquería contra la paz, pues esta es un bien público que reúne el consenso popular y nacional.