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Reportaje
Cauca: monte adentro
Recorriendo los caminos del suroccidente, entre campesinos en resistencia, entre vientos de lucha. Una experiencia entre las estigmatizadas montañas de colombia. El Cauca no es como lo pintan
Véala / Lunes 21 de enero de 2013
 

Comenzando el 2013 tuve la oportunidad de conocer más rincones de mi país. En esta ocasión los caminos me llevaron al Cauca. Después de un recorrido de diferentes buses por carreteras del suroccidente supe llegar a El Bordo (Patía), donde tomé un transporte terrestre (única manera de llegar allá) y entramos
a uno de los corazones del departamento. En esta región encontré campesinos y campesinas trabajadores, de corazón humilde y llenos de conocimiento y herramientas que les da la tierra que los cobija para la supervivencia cada día. Esa tierra donde la coyuntura aprovecha el territorio, la estigmatización no da espera y la violencia continúa entre el viento que corre. Donde me hospedé fue la casa de una madre cabeza de familia y sus hijos. Una mujer campesina, parada y luchadora: Doña Sara*.

¿Cómo se vive donde Doña Sara?

Depende del mes. Diciembre es el mes más movido. Hace siete años, ella y seis mujeres más se reunieron y se organizaron. Cada una viviendo (mínimo) a veinte minutos caminando de otra. Hicieron un comité de mujeres deportistas. Practican el deporte que se les proponga, cuentan con uniforme y toda la actitud. La primera vez que se reunieron fue para una navidad porque se dieron cuenta que no todos los niños y niñas del corregimiento recibían regalos en diciembre. Así, empezaron a hacer eventos, entre las mismas familias y a recoger fondos para el día de la navidad regalarles a todos los niños una cena.
Ha habido años que han recogido tanto para la cena, como para darle regalo a cada niño y niña.

Doña Sara se levanta entre cuatro y media, y cinco de la mañana dependiendo el listado de tareas. Tiene dos hijos, uno de catorce años y otro de dieciséis. Hace diez años se separó de su marido, y desde ahí Raúl*, el hijo menor, vive más donde el papá, y Simón*, el mayor, vive tiempo completo con su madre.

El colegio del corregimiento va hasta noveno grado. Después de llegar a la graduación, las opciones son: ir a El Bordo y hacer un acelerado - como lo llama Doña Sara -, y cursar esos dos años que faltan, en uno; o no estudiar más y buscar trabajo. El colegio tiene una mensualidad de ochenta mil pesos, que son cubiertos por el Estado; voluntariamente cada niño pone doscientos pesos diarios para completarle el sueldo al maestro porque entre los padres y madres de familia, han llegado al consenso que su paga es mísera. También se le da a cada niño un paquete con algunos materiales, que cubren una cuarta parte de lo necesitado en un año. ¿Por qué pareciera que para tener educación gratuita y de calidad en este país habría que pasar antes por la mendicidad y
conformarse y agradecer las migajas cuando todos sabemos que es un derecho? me pregunto. Parecen sonajeros para distraer la atención y pequeños contentillos para contribuir en la subordinación de la población.

La contratación de los profesoros en esta escuela se diferencia entre los oferentes (que son los de contratos temporales) y los nombrados (que son los de planta). Normalmente el año escolar empieza entre marzo y abril porque antes no se tiene listo el equipo de docentes.

Simón sale para el colegio a las seis y media de la mañana, va caminando: aproximadamente treinta minutos. Volverá a las tres de la tarde a almorzar. Mientras, la mamá va haciendo el desayuno y el almuerzo, organiza, y sale a trabajar. Las opciones en el trabajo para una mujer como Doña Sara, van
ligadas a las cosechas, así que dependerá del momento del año. Por estas tierras se cultiva café, plátano, coca, yuca, fríjol, maíz, cebolla y mango. La jornada laboral, normalmente es entre las siete de la mañana y las tres de la tarde, hora en la que vuelve a casa y le sirve el almuerzo al hijo. En la tarde hace aseo, estudia y si hay reunión de su organización, asiste.

También las familias cuentan con pequeñas huertas – o pequeñísimas – donde a veces se puede encontrar yuca, plátano, papachina, cebolla, tomate, cilantro y noni; todo esto hace parte de su dieta diaria. Hay familias que cuentan con unas pocas gallinas, y algunos pollos; otras con más posibilidades económicas, con marranos, conejos y curís. Los curís son mamíferos roedores, también llamados cuyes (o cuy en singular), y se come su carne. En la dieta también entra la res y el pescado. Lo más barato es la res, donde un kilo vale diez mil pesos - “pero rinde más”, asegura Doña Sara -; mientras que el kilo de pollo vale siete mil, y el de pescado nueve mil, pero vienen sólo tres pescados. De la tienda también adquieren los infaltables arroz y papá de la comida colombiana. La crianza de animales y las huertas en sus casas, normalmente son para el sustento diario, son pocas las personas que sacan productos de ahí a la venta.

Las vías de acceso tampoco contribuyen a un comercio desarrollado, ya que en su mayoría son caminos (o mejor llamadas trochas) aptos para camionetas tipo jeep o motos. El mantenimiento de estos caminos se debe solamente a la comunidad, quienes se reúnen, se organizan y mediante jornadas de trabajo, integración y unidad en algunas ocasiones han salido a reparar y trabajarle a la parte de la trocha cercana a su casa. Ya ha habido cuatro oportunidades en las que de esas jornadas ha salido la creación de nuevas carreteras para unir veredas.

Durante los momentos en los que hablé con Doña Sara y con otros pobladores de la región se siente claramente esa autonomía para la supervivencia. Después de tantos años de abandono por parte del gobierno y del mismo país, las esperanzas se acabaron y la vida va demostrando que la lucha es por sí mismo y por su familia, y que la independencia lograda es un cuento que nos vendieron los medios, hay que construirla todos los días, y parte de eso se trata la resistencia y la lucha de tantas organizaciones campesinas. En algún momento Doña Sara hizo mención que existía más confianza en la población cuando la comunidad tenía sus propios gobernantes, que los gobernantes puestos por una pseudo-democracia de urna.

Por este corregimiento hay un puesto de salud, de condiciones desdichadas. Y si hay una urgencia donde se requiera mayor profesionalidad de la salud hay que ir hasta Popayán, y dependiendo de las circunstancias del viaje se pude tardar hasta seis horas en llegar.

Toda esta lucha es de cientos y cientos de colombianos y colombianas, de todos los días, donde se van agrupando y organizando, dando a conocer que existen, resisten y que saben que hay una constante violación de derechos humanos. Y nadie va a hablar por ellos y ellas si no lo hacen ellos mismos.

El creer se vuelve una situación relativa. Se cree más en las acciones, que en los discursos. Y las creencias empiezan a ser tomadas a partir de las mismas experiencias que a cada uno le ha tocado. Se encuentran familias enteras apostándole a la religión, como familias enteras apostándole a la revolución.

El Cauca, como siempre, una tierra llena de magia; la imponencia de las cordilleras, la mirada de las mujeres, la tranquilidad de los niños y niñas, y los alimentos con sabores que cautivan, son cosas difíciles de borrar de mi memoria.

Agradecimientos especiales a la Asociación Agroforestal integral de Trabajadores Campesinos del Patía (Agropatía) y la Comisión Nacional de
Comunicaciones Marcha Patriótica que hicieron oportuno este viaje y
posibilitaron la experiencia con la comunidad campesina.

*Los nombres de las personas que aparecen en este texto fueron cambiados.