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¿Crisis en los diálogos de paz de La Habana?
Horacio Duque Giraldo / Jueves 31 de enero de 2013
 

Urgido por las presiones electorales de su reelección por otros cuatro años más en la Presidencia de la República, el señor Santos quiere inducir una crisis en los diálogos de paz que se adelantan en La Habana. Solo la movilización popular protege el derecho a la paz con justicia social.

El jefe de la delegación gubernamental para los diálogos que se adelantan en La Habana ha esbozado una crisis de los mismos aduciendo tesis que no tienen mucha consistencia y encubriendo las verdaderas causas de un gesto tremendista con graves consecuencias para el país y la región. La Mesa de conversaciones de La Habana es una conquista democrática muy importante que debe ser defendida mediante la movilización popular/cívica y el apoyo de la comunidad internacional para impedir otra maniobra retardataria de la clase dominante que complique la situación de violencia y guerra que padece Colombia.

Un marco analítico de lo que está ocurriendo debe apoyarse en el texto del "Acuerdo especial" firmado desde agosto del 2012, en las conversaciones en medio de la guerra, el asunto del cese al fuego y de hostilidades, la regularización del conflicto, la reelección presidencial, la incertidumbre democrática y la mediación internacional.

El punto de partida es una comunicación emitida por las FARC-EP para indicar que en los combates y enfrentamientos propios de la guerra caerán como prisioneros de guerra miembros de las fuerzas armadas, si bien existe la determinación de eliminar el secuestro con fines económicos, y dado que la guerra sigue su curso con todo lo que esta implica se hace necesario establecer un marco regulatoria que incluya acuerdos humanitarios, por ejemplo, para intercambiar prisioneros.

Al señor De la Calle lo dicho le parece inadmisible. Salido de tono, ha descalificado las conversaciones que avanzan, tildándolas de simple "carreta". En esta descontrolada, desproporcionada y calculada reacción, el delegado oficial está mostrando un profundo desconocimiento de los protocolos y elementos que orientan los diálogos de paz. Su único objetivo es la desmovilización a ultranza de las guerrillas revolucionarias, mediante un extraño "fin del conflicto", desconociendo dos puntos centrales del proceso político en curso, como son el Texto del Acuerdo y la decisión equivocada del señor Santos de adelantar las conversaciones en medio del conflicto.

Con su posición se está llevando por delante la filosofía de las conversaciones, los temas, la Mesa, la presencia internacional y las reglas de funcionamiento. Ignorando, de paso, que han sido los factores estatales los que han determinado que las acciones ofensivas de las Fuerzas Armadas seguirán desarrollándose con asaltos a campamentos, masacres y asesinatos mediante el uso de sofisticadas tecnologías aéreas bélicas. El señor Santos se compró la teoría de algunos mercaderes internacionales de la política los cuales sostienen que si se acepta una tregua bilateral, la guerrilla se fortalece perdiendo el interés por la paz y el Ejército se desmoraliza porque debe recluirse en los cuarteles y batallones a realizar otras labores. No obstante que se han indicado los peligros de adelantar conversaciones en medio de la guerra y los aspectos positivos que arrojó la tregua unilateral por 60 días, tercamente se mantiene una posición a todas luces inconveniente y nada constructiva. Lo peor es que tampoco aceptan aproximarse al punto de la regularización y humanización del conflicto, que De la Calle rechaza de manera tajante.

No obstante una lectura del contexto, después del texto, arroja pistas sobre el origen de la "sorpresiva" postura oficial.

Prácticamente está en curso la campaña para la elección del próximo presidente de los colombianos, que debe ocurrir en el 2014, y el señor Santos ha hecho explicito su propósito de hacerse reelegir por otros cuatro años más. Pero las cosas no marchan en los mejores términos para ese proyecto por causa de su crudo enfrentamiento con Uribe Vélez y lo que este representa políticamente. El fallo sobre San Andrés que cercenó 100 mil kilómetros del mar Caribe Colombiano en favor de Nicaragua; el fracaso de la Ley de tierras y víctimas; la rampante corrupción de la clase política santista; las altas tasas de pobreza; la debacle en la salud; la reaparición de los grupos paramilitares; la impunidad en que han quedado los "falsos positivos"; la reforma tributaria que se aprobó para favorecer a la plutocracia, son un conjunto de fenómenos que golpean seriamente los potenciales reeleccionistas de Santos por otros 4 años más. Esa reelección está prácticamente muerta.

En vista de esas tendencias, el hermano del Presidente, el señor Enrique Santos, ha dicho que a Juan Manuel hay que reelegirlo como sea porque es el único indicado, entre la clase dirigente, para cerrar con éxito una negociación de la terminación del conflicto social y armado. Lo que demuestra su talante antidemocrático y el desconocimiento de las nuevas realidades políticas surgidas con los diálogos de La Habana.

Decir que quien tiene que ser escogido como el próximo presidente el actual jefe de la Casa de Nariño, es omitir dos características esenciales de la democracia: a) los resultados de los procesos (electorales) son inciertos, no están determinados de antemano, y b) dependen del "pueblo", de las fuerzas políticas que compiten para promover sus intereses. El punto central de esta argumentación es la incertidumbre de los resultados de la competencia electoral; estos para ser democráticos deben ser inciertos. Nadie está seguro de triunfar. El triunfo de unos u otros depende de las decisiones de los electores, los cuales son, políticamente, libres para elegir. Es lo que el periodista y politólogo Santos (Enrique) desconoce porque su concepción de la vida es muy autoritaria.

Y puestas las cosas en términos de incertidumbre democrática, las nubes no pintan bien para el oficialismo porque cada vez gana más espacio una coalición de fuerzas progresistas, de izquierda y de centro que canaliza la inconformidad cívica frente a Santos y Uribe Vélez. Con los meses veremos una nueva fuerza política, que seguramente asuma mayores compromisos con la paz y la construcción de una verdadera democracia en Colombia, capitalizando el "marco político de oportunidades" que ofrece la dura reyerta intraelite que protagonizan Santos y Uribe, hasta hace poco socios del alma.

Así que el tremendismo del señor De la Calle más bien lo que está reflejando es el nerviosismo que se apoderó de las huestes gubernamentales ante el real hundimiento del proyecto reeleccionista. Por eso no es nada raro que en esta línea terminen todos del gobierno pateando la Mesa de Conversaciones.

Es el momento del protagonismo de los países garantes y acompañantes (Noruega, Cuba, Chile y Venezuela) para que su mediación atempere el ímpetu disociador gubernamental.

Desde luego, De la Calle está muy equivocado. La Mesa es una conquista democrática nacional que tiene la solidaridad y el apoyo de la comunidad internacional, particularmente de los países vecinos y amigos del pueblo. La única vía para proteger los diálogos es la de la movilización multitudinaria de las masas. Ya se han previsto asambleas constituyentes regionales y sectoriales al igual que una gigantesca concentración el 9 de abril en Bogotá, a la que concurran miles de campesinos, trabajadores, jóvenes, mujeres, indígenas, afrodescendientes y otras corrientes de la sociedad que defienden la necesidad de la terminación de la guerra civil nacional. Esa es la tarea central de los próximos días y semanas. No nos dispersemos en otros menesteres secundarios.