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Muere el muelle de Puerto Colombia. Muere la historia colombiana
Agencia Prensa Rural / Viernes 8 de marzo de 2013
 

El muelle de Puerto Colombia, símbolo de la entrada del mundo exterior a una macondiana Colombia, murió.

Se fue una parte de la historia que los europeos no pudieron acabar por que ya no estaban, pero como la que se robaron a los pueblos indígenas, se perdió, esta vez sin su ayuda.

El progreso, el armamento para los chulavitas, el cine, los primeros carros, los inmigrantes “ilegales”, las compañías bananeras, la maquinaria para los machines, las primeras retroexcavadoras para la incipiente minería, los tejidos y perfumes finos traídos de Europa, los privilegios de los ricos y algo más de miseria para los pobres, entraron por el Caribe, entraron por Puerto Colombia.

Una población de pescadores artesanales a orillas del Magdalena que vivía de espaldas al mar a pesar de tener playa, resultó ser la ubicación perfecta para un muelle de más de un kilómetro, durante algún tiempo el más largo de América, para salvar las superficiales aguas del Caribe que impidieron, ya en los primeros tiempos del genocidio de los europeos, que los barcos atracasen cerca de la tierra firme.

Las calmadas aguas se convirtieron, a veces, en violentos machetazos que acabaron con una importante parte de la historia de este país. Se cerró una puerta de la historia para siempre.

Ni la pudiente oligarquía “turca”, que antaño colocó placas conmemorativas en el muelle recordando su propia llegada a la bella y exótica Colombia, en tiempos no tan lejanos, no hizo nada por salvar su último puente de unión con su originaria tierra. Tampoco los colomboitalianos, algunos de ellos también capaces de influir e incluso actuar, dieron ningún paso adelante.

La entrada del muelle parecía la pieza de un mal primo, llena de regalos el día del cumpleaños y vacía de familiares y amigos el día de su sepelio.
El Estado, tan beneficiado en sus élites gracias al muelle, y siendo tan ingrato como siempre lo ha sido el capitalismo salvaje, abandonó Puerto Colombia para abrazar a una nueva mujer más joven y estudiada en Buenaventura. Cambio ébano por ébano, el Caribe por el Pacífico, el hambre de mundo por un mundo que lo devora a base de contenedores, barcos de vapor por grandes buques de carga chinos y gringos, progreso por fría mercancía del consumo por el consumo.

No tan lejos, Catagena fue la primera mujer amada, la primera estación que abrió a un mundo oscuro lleno de esclavitud, torturas y sometimiento pero que después se convirtió en una semilla de revuelta de la mano del libertador. También ella fue abandonada pero no de una manera tan cruel.
Cuando la vida del viejo muelle costeño agonizaba y pedía ayuda desesperada, junto a la emergente Barranquilla, sabiéndose sin pensión, sin seguro médico y sin tener como pagarse el entierro, el gobierno en boca de la ministra de cultura Mariana Garcés, afirmaba que no invertirían ni un peso más en esa infraestructura para recuperarla para el pueblo colombiano. Ni una EPS, ni una tutela. Solo un sarcófago salado y húmedo para la historia. Como cualquier humilde colombiana, si muere ¿a quién le importa?

El tiempo acabó con el problema y Puerto Colombia seguirá ahogándose en el lodazal de sus playas negras y sucias, de su brisa marina con olor a pargo frito, del recuerdo de tantos costeños que recorrieron el lomo del muelle jugando sobre el mar y seguirá siendo un lugar cualquiera con pasado glorioso y futuro incierto.

El pueblo que permite que deja pudrir su historia está condenado a ser conducido por necios y corsarios que los llevarán a su muerte en vida. Y en esas estamos.