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Sombrero de mago
El horrible campo colombiano
El campo, ese lugar horrible donde los pollos andan crudos, que decía Óscar Wilde, es en Colombia espantoso, no por los pollos, sino por todas las miserias
Reinaldo Spitaletta / Lunes 26 de agosto de 2013
 

¿Qué significa ser campesino en un país sin reforma agraria? ¿Cuáles son las condiciones de vida de un campesino pobre, sin tierra, sin alicientes para la huerta? Durante años, el campo en este país de abundantes desgracias, ha sido sangriento, y en muchos momentos de su historia no había tanto pollos como “pájaros”, aquellos escopeteros tenebrosos que, al servicio de grandes terratenientes, sembraron de terror montes y llanuras.

En otros días, no muy lejanos, a los campesinos se les perseguía, descabezaba, volvía añicos, sus restos se tiraban a un río, o se dejaban a la exposición bajo un cielo de sangre; a los que corrían con “mejor suerte” se les expulsaba de sus heredades y con corotos y todo tenían que irse a la ciudad, a engrosar los cordones de miseria y la expansión tugurial.

Muchos terratenientes iban extendiendo sus alambradas hasta el infinito e imponiendo su feudalidad a sangre y fuego. El campo, que en los cincuenta era ya sede de un conflicto armado liberal-conservador, se puso peor después, y los campesinos se movían -y perecían- entre varios fuegos: los del ejército, la guerrilla y los paramilitares. Y de tierra, nada. “Se va o lo desaparecemos”, era una de las decenas de amenazas.

Ser campesino en Colombia está ligado al vasallaje, a los peonazgos. Hay hasta cantos bucólicos de ciertos dueños, cuando ven en sus inmensas extensiones a trabajadores agrarios, pero que no son propietarios, sino jornaleros. Víctimas de distintos bandidajes, los campesinos colombianos han oscilado entre las macheteadas, las balaceras, las persecuciones y las motosierras. Con el proyecto paramilitar, muchos miles fueron arrojados de sus parcelas, condenados a la condición dolorosa de desterrados y desplazados a la fuerza.

Pero parece ser que más violentas que las mafias, los paracos, las guerrillas, son las transnacionales. Después de suscribirse el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Colombia, la situación de campesinos, de agricultores, empeoró. Recientes denuncias advierten sobre el peligro que representa tener semillas. Las transnacionales, a las cuales el gobierno colombiano ha servido como gran prostituta, comenzaron sus maltratos contra aquellos que guarden semillas extranjeras “genéticamente modificadas”.

Los campesinos, alzados hoy contra los monopolios extranjeros, corren el riesgo de ir a la cárcel o pagar cuantiosas multas. Y todo porque los serviles lacayos de la dirigencia nacional se empeñaron en proteger unas cuantas semillas extranjeras en detrimento de numerosas y ancestrales semillas que han sido el patrimonio de estas Américas. Sitiados por las transnacionales, los campesinos colombianos están abocados a la ruina, y, de otro lado, tendrán que erguirse como defensores de las semillas libres.

Muchos campesinos -desplazados y no desplazados- recuerdan por ejemplo las tropelías del pasado gobierno (del cual el actual heredó todas sus mañas y represiones contra el pueblo) sobre Carimagua, que en últimas quedó en manos del ejército, el Incoder y Corpoica, y el asalto a Agro Ingreso Seguro, cuyos subsidios fueron a parar a las arcas de multimillonarios amigotes y áulicos de Uribe Vélez.

Hoy, muchas titulaciones de baldíos, por ejemplo los del Catatumbo, se destinan a magnates y a sus empresas. ¿Y a los campesinos pobres, qué? Nada. O sí, más pauperización. Más exclusiones. Todo el poder a las multinacionales, parece decir el gobierno, que en la práctica ha demostrado su postración a aquellas y alzado su mano dura contra los que protestan con justicia frente a tantas vulneraciones de su escaso patrimonio.

Los vergonzosos neoliberales colombianos abren sus bocas y piernas a transnacionales como Monsanto, Syngenta y Dupon, con sus semillas de maíz, soya, arroz, algodón; a las de los carísimos fertilizantes y agrotóxicos, ah, sin contar con las de la minería, y destrozan al país. Y todavía hay gente que se pregunta por qué los paros agrarios.

La cosa es que el campo colombiano no es aquel lugar terrible donde los pollos andan crudos, sino donde los campesinos se acercan cada vez más a la indigencia y a todos los desamparos. Por eso, nada tiene de raro que protesten y luchen por su dignidad, antes de que las transnacionales “patenten” todos los pollos.

* Tomado de El Espectador