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Diálogo en La Habana con los voceros de la insurgencia
En la intimidad de la guerrilla
Los jefes guerrilleros hablaron de su certeza y sus expectativas con el proceso de paz, pero resaltaron las dificultades que han tenido para llegar a un acuerdo en el segundo punto
Alfredo Molano Jimeno / Martes 15 de octubre de 2013
 

En pocos meses las Farc cumplen 50 años de existencia. La guerrilla más antigua del mundo, dicen algunos. Algunos de sus máximos líderes hoy buscan en La Habana (Cuba) ponerle fin a la larga confrontación que han librado con el Estado colombiano. El próximo 19 de noviembre se cumple el primer año de las negociaciones. Sin temas vedados, en la intimidad de la casa donde hoy habitan los integrantes de la delegación guerrillera, un conjunto de residencias conocido como El Laguito, ubicado a pocos metros del Centro de Convenciones donde se adelanta la mesa de diálogos, El Espectador sostuvo una extensa conversación con cinco de los seis delegados plenipotenciarios de las Farc.

En tiempos de Fulgencio Bautista, el dictador derrocado por la revolución cubana en diciembre de 1959, El Laguito era un exclusivo conjunto en el que su familia tenía sus casas de recreo. La revolución de Fidel Castro la destinó a la atención de misiones diplomáticas o visita de personalidades. Hoy, en casas separadas, las delegaciones de paz del gobierno colombiano y de las Farc las ocupan desde hace varios meses. Escasamente están separadas por un lago de lotos, aunque los une una carretera que los obliga a encontrarse. “Estamos negociando con el enemigo”, dijo alguna vez Humberto de la Calle, jefe negociador del gobierno Santos. Hoy las delegaciones de estos enemigos históricos viven a escasa distancia.

“Esta fue la casa de uno de los hijos de Batista”, manifestó Marcos Calarca dándonos el saludo y presentando su escenario. Una casa con más de diez habitaciones, tres pisos, amplias salas y techos altos que permiten que los vientos habaneros refresquen hasta el último resquicio. Uno a uno, fueron apareciendo los demás anfitriones: Rodrigo Granda, Pablo Catatumbo, Iván Márquez y Jesús Santrich. Este último llegó tanteando en las tinieblas de su invidencia. En la sala principal está colgada una pintura de Alfonso Cano, excomandante del Estado Mayor de las Farc, dado de baja por el Ejército en plena fase exploratoria de los diálogos. Sobre uno de los sofás, una figura en cartón de Simón Trinidad.

Rompiendo el hielo pregunto qué posibilidades reales existen de que este extraditado jefe guerrillero salga de una cárcel de Estados Unidos y se una a los diálogos. Con un gesto de desagrado, Iván Márquez responde: “Para nosotros sería un gesto de voluntad tan verraco que nos sentiríamos obligados a responderlo. Además haría irreversible la voluntad de paz de las Farc”. Después de este preámbulo, nos acomodamos en una de las salas alternas, y antes de que arranque a sopesar las inquietudes de la sociedad colombiana, Márquez se queda con el uso de la palabra y resume en algunas frases lo que hoy creen que está sucediendo en la mesa de diálogos.

“El proceso de paz debe conducir a que las causas que originaron el alzamiento en armas sean superadas. Es un tema de justicia, de democracia real, de mejores condiciones de vida para los sectores históricamente excluidos. Hay empieza el dilema. Para el Gobierno, todo termina en la desmovilización de la guerrilla. Es decir, que todo siga igual. Ellos quieren imponer un marco jurídico en el que se concluya que la guerrilla es la única victimaria. Eso es muy jodido. Por eso insistimos en conformar una comisión que esclarezca la verdad histórica del conflicto y rescate las causas y responsables de lo sucedido”.

Luego Márquez, secundado por los demás miembros de la delegación guerrillera, agrega que esa comisión debe evaluar a la clase gobernante, a los latifundistas, a Estados Unidos y al paramilitarismo como estrategia contrainsurgente del Estado. Después habla de garantías: terminación de la doctrina de la seguridad nacional, eliminación del concepto de enemigo interno. “Sin eso qué garantías vamos a tener. No podemos confiarnos de las palabras. Necesitamos seguridad. Y no sólo nosotros. Tampoco podrían confiar las propias Fuerzas Armadas. Si no mire el caso del general Padilla y la justicia internacional”, insiste el jefe guerrillero que demuestra su ascendente en la mesa.

La conversación deriva en el tema de los máximos responsables. “Somos del Estado Mayor Central de las Farc, entonces cabríamos en esa categoría, pero la pregunta es quiénes son los máximos responsables de parte del establecimiento”. Lo interrumpe Rodrigo Granda, con una sonrisa: “En esas condiciones, el único que podía hacer política es Marcos Calarcá, aunque acaban de condenarlo a 40 años”. “¿A mi, pero por qué?”, pregunta incrédulo Marcos Calarca. En tono de broma pero sin hacer a un lado la ironía, Santrich aporta su comentario mientras tantea con sus manos un vaso con agua: “Sí Marcos. Ahora usted es el marco para la paz”.

Se queda con el uso de la palabra y agrega: “El sistema judicial colombiano está cuestionado y no puede ser utilizado contra nosotros. El Estado estaría haciendo las veces de juez y parte”, explica. Rodrigo Granda, el hombre que fue capturado en Venezuela, llevado preso a Colombia y excarcelado por el gobierno de Uribe, apunta: “El Estado quiere mantener su puño cerrado. Silo abre, por ahí va a irrumpir el descontento popular. Por eso estamos abriendo compuertas a los cambios, pero todo tiene que quedar nítido. Entre todos tenemos que dar el salto a una democracia con nuevas formas de hacer política”.

Interrumpo para recordar que el gobierno los señala de querer incluir temas no pactados y Márquez recobra la palabra para contestar: “El gobierno se queja de que hemos planteado más de 200 propuestas, apenas sobre dos puntos de la agenda. Yo creo que son mínimas, no son radicales, ni siquiera son revolucionarias, hacen parte de la normativa existente. Materializarlas es una obligación del Estado”. Después agrega en su habitual tono discursivo: “Es que se quieren amarrar a un modelo capitalista que no le afloja ni media a la gente. O mire el caso de la altillanura, donde en vez de esclarecer lo que realmente pasó, se busca es la forma de legalizarlo”.

Lo interrumpe Santrich para aclarar el tema de sus propuestas. “Claro que son mínimas, son de aproximación. Lo aprobado en el punto agrario está en la constitución. El problema es que la historia de Colombia demuestra que no hay una sola experiencia que demuestre que después de hechas las promesas, el Estado las haya cumplido. Cómo creer ahora, es la pregunta. La forma es implementando los cambios mientras se alcanza la paz. Lo que hoy se ve es lo contrario. Discutimos garantías para la oposición política, pero vemos que la protesta social, sin armas, lo que recibe es plomo. O si no miren lo que pasó en el Catatumbo o en el paro agrario ”.

Marcos Calarca, el más silencioso de los jefes guerrilleros en la mesa, se distrae pintando, pero se mete en la conversación para decir: “Nada los obliga a implementar los acuerdos, pero al deberían cumplir la ley. Por ejemplo, las zonas de reserva están autorizadas desde hace diez años y los que quieren hacerlo los sacan”. Santrich le sale al paso y cambia el tema: “La metodología de la mesa indica que lo que pasa fuera de ella no debería afectarla, pero cada vez que las Farc actúan, el gobierno se queja. Pablo Catatumbo, hasta el momento en silencio, agrega: “Si no es para alcanzar transformaciones sociales , entonces para qué nació la guerrilla. ¿50 años por amor a los fusiles? Eso es absurdo”

Catatumbo emprende su intervención, ninguno lo interrumpe, se advierte su mando. “La guerrilla tiene banderas sociales y por ellas ha luchado. Por eso, dejar sus armas implica reivindicaciones. En eso consiste el proceso de paz. Estamos planteando una discusión sobre la democracia en Colombia, porque esta ha sido estrecha, cerrada, injusta. Debemos respeto a quienes dieron su vida por esa causa y no los vamos a traicionar”, recalca mientras se pone de pie y señala con su dedo el cuadro con la imagen de Alfonso Cano. Detengo su intervención para dejarle claro que tienen que partir de la premisa de que no van a imponer el país que quieren y que el Estado tiene sus propios límites.

Catatumbo asiente y dice que ellos saben que los cambios no se van a llegar con el acuerdo de terminación del conflicto. Luego explica su afirmación: “El punto central es conseguir una democracia más amplia y real. Lo nuestro no es un asunto de recibir unas curules en el Congreso, luchamos 50 años por garantías para ejercer la democracia. Aquí el que habla verdades lo matan. Por eso, esa es la primera garantía, la vida es básica para el punto de la participación política”, sintetiza Catatumbo. Lo secunda Granda, cuando afirma: “Cabe preguntarhoy, por ejemplo, si habría garantías para que cualquiera de nosotros se presente a unas elecciones y triunfe. La respuesta es no. Y así se exige que entreguemos las armas y hagamos campaña”.

Como rumiando su intervención anterior, Pablo Catatumbo retoma la palabra y concluye sin que lo contradigan: “Lo primero es respeto por la vida porque en Colombia matan a los opositores políticos. Como sucedió con Galán y no era comunista. Sólo dicen que lo mató Pablo Escobar, pero sin el aval de un sector de la clase política, no lo hubiera hecho. Por eso se necesitan garantías reales. Y después una reforma electoral porque con los códigos actuales no hay quién les gane porque no prevalece la lucha de ideas sino quién tiene más plata. Descaradamente se reconoce que para ser senador se necesitan $5 mil millones y para ser representante $3 mil. Así se elige en Colombia”.

Márquez, quien ha permanecido callado escuchando a sus compañeros, y mis continuas interrupciones para formular los peros necesarios, recobra el uso de la palabra y expresa: “Hay mucho por discutir, pero ahora el tema de fondo es si debe existir una pausa en la mesa de negociación para adelantar las elecciones. Yo creo que en este tema hay malas interpretaciones. Ese asunto no se ha discutido en la mesa, y de aprobarse, tiene que ser sobre la garantía de continuar el proceso”. Se toma la quijada, mira a sus compañeros en la sala y puntualiza: “El gobierno Santos tiene reflexionar y ceder. Tiene una confusión de fondo: una cosa es un proceso de paz y otra un sometimiento”.

Después de seis horas de diálogo, sin que todos los temas abordados puedan ser incluidos en este reporte, la conclusión es que a pesar de la voluntad de paz que se advierte entre los jefes de la guerrilla que hoy discuten la paz con los delegados del gobierno Santos en La Habana, la solución no es tan fácil. Iván Márquez recalca una y otra vez, cuál es la médula de su discrepancia: “Nosotros no estamos diciendo que se haga una revolución en Colombia, sino que se impulsen y concreten las transformaciones sociales mínimas que requiere el país. Eso le daría un sentido lógico a un alzamiento que lleva más de medio siglo y cientos de compañeros muertos. Nosotros no luchamos tanto y por tantos años para entregarnos por nada. Eso lo tiene que entender el gobierno”.

Frases de los delegados

"Un punto central de los diálogos es conseguir una democracia más amplia. Lo nuestro no es asunto de curules en el Congreso, es de garantías para ejercer la democracia”. ‘Pablo Catatumbo’

"El sistema judicial colombiano está cuestionado y no puede ser utilizado contra nosotros”. ‘Jesús Santrich’

"La guerrilla tiene banderas sociales y por ellas ha luchado. Por eso, dejar sus armas implica reivindicaciones”. ‘Pablo Catatumbo’

Nada los obliga a implementar los acuerdos, pero al menos (el Estado) debería cumplir la ley”. ‘Marcos Calarcá’

amolano@elespectador.com

@AlfredoMolanoJi

* Tomado de El Espectador

Alfredo Molano Jimeno (Enviado especial a La Habana – Cuba)