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Colombia: La insurrección latente
Macario Martínez / Miércoles 18 de diciembre de 2013
 

Colombia está viviendo un auge de masas que denota el agotamiento neoliberalismo. Tanto el paro agrario de agosto como el actual movimiento de protesta en Bogotá tienen en su origen el repudio al neoliberalismo, son el resultado de sus contradicciones.

Tras 20 años de neoliberalismo el campesinado no aguanta más, es un hecho sobredemostrado. Paralelamente, tras 20 años de “apertura democrática”, que fue como se vendió la CPN de 1991, se demuestra que tal “apertura” fue meramente táctica e instrumental, táctica para doblegar una amplia franja de la rebeldía en armas, e instrumental para aplicar en profundidad el neoliberalismo. El 1991 el Estado, que estaba en un estado de pobredumbre, fue relegitimado, el Frente Nacional bipartidista se amplió y se tejieron ilusiones... Hoy, se constata que para la oligarquía todo aquello fue una concesión táctica, coyuntural, se demuestra que si la ampliación del espectro político se traduce en decisiones anti-sistémicas (como puede serlo la desprivatización), entonces, “la democracia” no sirve al sistema, luego hay que prescindir de ella. En este caso prescindir de quien cree que la “democracia” en el capitalismo puede servir para tomar decisiones en contravía del propio sistema. ¡Vaya quimera¡

La decisión de la procuraduría –que también es encarnación viva y pura de la CPN de 1991- no es un acontecimiento accidental en el que un fanático cristiano salda cuentas con un adversario político (que ayer pragmáticamente voto por él), es más que eso, es la corroboración de que el sistema está blindado, de que la “democracia” no puede atentar contra lo que para el sistema es sagrado: la ganancia privada.

Mientras “la democracia” cuide bien de la ganancia particular, -sea oligárquica nacional o transnacional, da igual- es bienvenida en caso contrario no sirve, hay que hacer ajustes, cambiar al operario, hacerle revisar la cabeza, y si persiste sacarlo. ¿Y si se resiste a salir? ¿Qué hacer? El que tanto la oligarquía como el campo popular se pregunten actualmente qué hacer demuestra que la lucha de clases no quedó enterrada en 1991 con la Perestroika.

En la aurora del 2014 la lucha de clases sigue vigente y encararla con claridad es cosa que le corresponde al campo popular. La lucha suscitada en la actual coyuntura no se resuelve defendiendo una “democracia” inexistente, menos una CPN 1991 que ha sido por sobre todo un proyecto neoliberal. La idea de una “Bogotá Humana” asociada a la idea de un capitalismo con rostro humano debe ser sopesada, en el capitalismo nada hay de humano, lo humano no tiene ni puede tener lugar en el capitalismo; así lo demuestran las luchas sociales que hoy se baten por toda Europa. El humanismo burgués está siendo barrido, fue una máscara, ¿por qué insistir en las máscaras y las tramoyas?,.. ya va siendo hora que quienes están en la burocracia y con el pueblo defiendan su cuchara en las calles, en y desde los espacios de la lucha popular.

Hay ocasiones en las que los pueblos son superiores a sus dirigentes, los pueblos que viven, sienten y padecen en carne propia las consecuencias de un sistema miserable saben que las limosnas del asistencialismo son eso, mendrugos lanzados desde el poder a quienes pueden convertirse en peligrosos. ¿Por qué empeñarse en defender un proyecto asistencialista del neoliberalismo cuando es hora de reivindicar la dignidad plena y completa del socialismo?
Colombia vive momentos de insurrección latente que puede realizarse o abortarse, para las clases dominantes es claro que lo óptimo es salvar sus intereses y privilegios, para ellas “la revolución pasiva” es la táctica, así fue en Brasil y Uruguay donde permitieron que llegaran al gobierno dirigentes como Lula o Mujica.

No es casual que en los discursos del alcalde se rememore la primavera árabe y se compare a los movilizados en la plaza de Bolívar con los indignados la plaza Tahír, está presente allí todo el imaginario de un proyecto tendiente a salvar el orden existente, y a la vez la puesta en práctica de una brillante estrategia: el pueblo expoliado en vez de luchar contra la oligarquía y el capital termina defendiendo una “democracia” en la que sólo cabe para votar y recibir limosnas.

La condición insurrecta está presente y latente en el auge de las luchas populares que hoy recorren todo el país y su curso dependerá de la entereza con la que se asuma el proyecto clase.