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No hay tumbas en Colombia
Luis Fernando Vega / Lunes 28 de abril de 2014
 

En Colombia, cuando alguien pareciese haber llegado al extremo de lo ridículo, llega alguien más o menos importante, a demostrar que toda estupidez es susceptible de ser superada. Así, los deseos de María Fernanda Cabal de ver a Gabo en el infierno con su gran amigo Fidel, se ven superados por algún “astuto” que sugiere que Nuestro Nóbel no es colombiano, sino mexicano. Por supuesto, detrás de ello está un profundo desconocimiento de la persecución que lo llevó a buscar otro lugar para vivir, claro está, sin salir de su patria latinoamericana, la cual describió al recibir el Nóbel en esos magníficos párrafos de “La Soledad de Nuestra América”.

Sin embargo, la historia de su exilio, pocas veces antes relatada en nuestro país, es apenas una de muchas que se encontraron en México, Cuba o cualquier otro lugar en el que fuera posible hacer una vida lejos de las feroces dictaduras del Cono Sur o la poco amable democracia Colombiana.

Dentro de los exiliados colombianos en el exterior hay unos célebres y otros no tan célebres. Tal vez, la historia más destacada y cargada de valentía la ha protagonizado Aída Abella, quien con su retorno ha desafiado toda la maquinaria estatal y paraestatal que un día la obligó a dejar el país. Pero como Aída y Gabo, hay muchos Juanes, Pedros, Carlos, Marcos, Sandras, Esperanzas y Claudias que se vieron obligados a dejar sus seres queridos, para huirle a la cárcel o la muerte, simplemente por ser dignos hijos de una patria manoseada.

Aún hoy, Colombia es un país que pierde a sus mejores hijos. Unos, con oportunidades se van a cosechar fortunas y triunfos. Otros, obligados, huyen del anhelo de hacer de este un país donde la convivencia y la esperanza no sean disonantes y donde los sueños y las cárceles o las motosierras no sean consonantes.

Pero somos un país tan mediocre, que no basta con desechar a los mejores hijos, sino también a los “peores”. Mientras el régimen político, las Fuerzas Miliatares y los grupos paramilitares han condenado literatos, artistas, escultores, académicos y luchadores sociales a huir de Colombia; la clase política, con un gran consenso entre ellos, ha decidido concederle al vecino del norte el derecho a solicitar nuestros “peores” hermanos en extradición.

En esas extraditaron a Leder y amedrentaron a Pablo Escobar y los Rodríguez Orejuela, generando con ello una gran oleada terrorista por parte de los carteles de Medellín y de Cali para presionar porque no extraditaran a sus jefes. La Constitución del 91 prohibió la extradición de nacionales colombianos, pero la presión de los vecinos del norte hizo que en una de esas incontables reformas a nuestra Carta Política, ésta se volviese a permitir. Con ello, se extraditaron también otros “capos” del narcotráfico.

Luego, en medio del discurso de la “guerra contra el terrorismo” se extraditó a Simón Trinidad y a Sonia, guerrilleros de las FARC que, paradójicamente, no son juzgados en el país por hechos propios de nuestro conflicto armado interno, sino que en procesos bastante irregulares y bajo condiciones infrahumanas son mantenidos en cárceles norteamericanas.

Vino después la extradición de los jefes paramilitares. Toda una cachetada a las víctimas que saben que este hecho representa una afrenta a la posibilidad de verdad, justicia y reparación integral. Y ahora, les dio por enviar también a unos atracadores que, en un hecho desafortunado, no le hicieron “paseo millonario” a un parroquiano cualquiera del norte de Bogotá, sino a un agente de la DEA -la agencia norteamericana a través de la cual se gestionan y ejecutan buena parte de los recursos norteamericanos dedicados a financiar la guerra antidrogas en Colombia-.

¡Un despropósito total! Es desgarrador escuchar las súplicas de estos delincuentes por no ser extraditados, sino por ser juzgados por la coja justicia de su país. Un exabrupto jurídico, pero además un hecho carente de todo sentido humanitario.

Hay que revertir esta política y repatriar colombianos. A los que se hastiaron de la persecución política –nuestros mejores hijos-; pero también a quienes la mediocridad de nuestro sistema judicial envió a podrirse a cárceles gringas –que hoy parecen ser los peores-.

No hay tumbas en Colombia, ni para Gabo, ni para Simón Trinidad, Sonia, Don Berna, Leder, Omar, Héctor, Emiro, Juan, Francisco o José. A cambio muchas cárceles en Estados Unidos, pero además escondites en todo el mundo, porque en Colombia no hay lugar para algo por fuera de la mediocridad que ha gobernado desde 1830. En el país de lo absurdo, habrá algún día que reclamar el derecho a morirnos en nuestra propia tierra.

@FernandoVeLu