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Los caminos de la duda: El Congreso de la CUT (1)
Esa central desestimula la formación de nuevos sindicatos y actúa en contra de los principios democráticos cuando niega la participación en su Congreso a aquellos sindicatos pequeños que representan a cerca de 70 mil de sus afiliados.
Alfonso Conde Cotes / Jueves 7 de agosto de 2014
 

De cada cien trabajadores colombianos, 96 están desvinculados de cualquier organización sindical. El 4% restante se agrupa en cinco confederaciones (CUT, CGT, CTC, CNT y la reaparecida UTC) y otros no confederados. Los trabajadores organizados somos ridículamente escasos pero, eso sí, bien divididos.

Esa debilidad cuantitativa del movimiento sindical colombiano se complementa con otra relacionada con la composición de su dirección: la central mayoritaria (CUT) que se fundó con ánimo clasista, está dirigida en un 75% por un solo sindicato (Fecode) y en esa dirección no incluye a los sectores estratégicos de la producción como son los de energía y energéticos, la cadena que va desde la minería hasta la construcción pasando por la fabricación de los materiales que ella requiere, y la producción y elaboración de alimentos, entre otros.

De estos últimos sectores mencionados, por vicios incrustados en la central se negó la elección de uno (Ómar Romero) que había sido legítimamente escogido por las bases, y otro, Húbert Ballesteros, recién posesionado como ejecutivo de la CUT, fue injustamente vinculado a un proceso judicial por rebelión y encarcelado. Allí se mantiene a la espera de una mayor solidaridad y de una justicia efectiva. Adicionalmente hay que decir que esa central desestimula la formación de nuevos sindicatos y actúa en contra de los principios democráticos cuando niega la participación en su Congreso a aquellos sindicatos pequeños que representan a cerca de 70 mil de sus afiliados.

La suma de debilidades se ha unido a un cúmulo de agresiones desde la patronal y sus voceros gubernamentales: van desde los asesinatos, desapariciones y judicialización de numerosos dirigentes hasta las políticas neoliberales que han propiciado la individualización de las relaciones laborales con la tercerización del trabajo, pasando por la campaña ideológica que enfatiza las ilusorias oportunidades para el éxito personal y desvalorizan y aun ridiculizan la asociación de semejantes como fuente de lucha y superación colectiva.

En consecuencia, no sólo no se avanza en la conquista de garantías laborales sino que se pierden aceleradamente las anteriormente ganadas: tal vez la mayor víctima es la estabilidad en el empleo que ha convertido a 12 millones de trabajadores en informales mendicantes de algún contrato; no se queda atrás la inequidad en el reparto de la riqueza creada por los trabajadores: mientras en el año 2000 se pagaba a la fuerza laboral el 11% del valor de lo creado, en 2011 llegó ya al 7,5% y continúa el descenso. Y mientras tanto es notoria la aproximación de los sindicatos a los métodos de “conciliación”, en el supuesto falso de que es posible lograr acuerdos en donde todas las partes se beneficien. Hay mucho que corregir.