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Hacker Sepúlveda: dame la U, dame la R…
José Hilario López Rincón / Sábado 6 de septiembre de 2014
 

- “Hay mucha gente que me quiere muerto… quien me quiere muerto son las personas que no quieren que yo siga hablando”.

- “¿Tiene algún nombre en particular? Empieza por U”.

- “¿El apellido o el nombre? El apellido…”

El episodio relacionado con el llamado hacker Andrés Sepúlveda ha servido para que los palaciegos y los autodenominados opositores no criminales, pasen de los aullidos a los gruñidos, llegando incluso a mostrarse los dientes, mientras mantienen las orejas ligeramente hacia atrás y paralelas a la cabeza.

Pero la situación que los llevó a que se les erizaran los pelos, a mirarse de manera directa y fija, y a enseñarse los incisivos, fue el contenido y el alcance de las entrevistas que el mismo hacker Sepúlveda dio a la revista Semana y a la emisora La Fm en días pasados.

En un habitual espectáculo, grotesco y deprimente, unos y otros se acusan mutuamente de utilizar al hacker para sus propios intereses. Y lo hacen, prevalidos de la circunstancia, que Sepúlveda fue peón de unos y de otros. Si de los palaciegos se trata, las aseveraciones que hace Sepúlveda son de extrema gravedad y la investigación que se adelante deberá ir hasta sus últimas consecuencias. En cambio, para los opositores no criminales, las entrevistas son una cortina de humo, justo en el momento en que se “debate” el grave asunto de la presencia de militares activos en los diálogos de La Habana.

Sepúlveda, en sus extensos diálogos con los dos medios de comunicación, dice entre otras cosas, refiriéndose a la campaña presidencial de Oscar Iván Zuluaga por el Centro Democrático, que “Ellos querían un experto en seguridad informática que tuviera acceso directo o indirectamente a organismos del Estado, de inteligencia”.

Deja claro que “Andrómeda”, la sala de interceptaciones ilegales con fachada de legalidad, era solo una pequeña parte del entramado de acciones legales e ilegales, cuyo principal objetivo era el “proceso de paz” (sic). Confirma la participación de miembros activos de la Fuerza Pública, adeptos al uribismo, e inclusive menciona a las cabezas de la Procuraduría y la Contraloría.

Si chuzaron a su propio compadre Pacho Santos, si declararon como “enemigos” a ciertos periodistas y políticos, a todo lo que huela a favor del proceso de paz; si compraron información a la Dirección Nacional de Inteligencia, si inundaron las redes sociales de más basura, son apenas minucias. En el fondo, lo que se juega es el camino que ha de transitar la sociedad colombiana, con o sin conflicto armado. No es tan simple como guerra o paz.

Está visto que el destino de Colombia no se resolvía con la guerra mezquina entre liberales y conservadores. Como tampoco se resuelve hoy, con la guerra entre fanáticos de la intransigencia y la transigencia; entre adoradores de la política de tierra arrasada y aduladores de los pañitos de agua tibia.

Los diálogos de La Habana, que no proceso de paz, permitirían avanzar en la búsqueda de la paz, en tanto supondrían el fin del conflicto armado entre las fuerzas del Estado y un sector insurgente. La paz, podría ser posible, cuando el Estado colombiano, a través de sus gobernantes – no elegidos en pírricas votaciones – garantice para todos, elementales derechos como justicia, educación, salud, libertad, dignidad.

En palabras del hacker Sepúlveda queda planteado cómo cierto sector de la sociedad colombiana, orientado ideológicamente por el Centro Democrático está empeñado en sabotear y acabar con el proceso de paz (sic); de cómo se organizan en células con un componente político y un componente militar; de cómo ese sector recalcitrante, opone a los diálogos en La Habana, como única respuesta, “un grupo armado ilegal”:

“El plan estratégico contra el proceso de paz es una manera radical de acabar, tanto militarmente como a nivel mediático, el proceso de paz. Cuando hablo de militarmente no hablo de sometimiento a la justicia de las Farc, sino buscar la manera de afectar a la Fuerza Pública en contra del proceso, en contra de las decisiones del Estado y de una organización interna de incidentes que han sido –digo esto con total claridad- adoctrinados, porque yo era parte de eso, de tal manera que ellos reciben las instrucciones que les dan desde arriba. El plan estratégico contra el proceso de paz lo único que busca es acabar el proceso a como dé lugar, sin importar las consecuencias”.

Los señalamientos de Sepúlveda, no son gran descubrimiento; dejan ver claramente, algunos aspectos ya conocidos de la realidad colombiana: el talante de su clase políticastra; los enormes obstáculos que enfrentan los diálogos de La Habana y cómo las palabras de Hannah Arendt [1], cobran mayor vigencia: “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas” [2].

Sin mayor esfuerzo, podemos ver que el país y la sociedad colombiana, son el espejo de sus gobernantes y autoproclamados dirigentes. En las cárceles están, o por ellas pasaron, decenas de honorables líderes políticos: corruptos, aliados de narcos y paramilitares, circunstancia irrelevante para una clase con extraordinaria capacidad de mimetismo y, como ciertos gusanos, de restaurar sus segmentos perdidos; para el caso, léase sus votos perdidos. Por supuesto que este resultado no es ajeno a la sociedad colombiana: bien por la apatía que genera cualquier forma de participación; bien porque muchos piensan más en el tamal, en la lechona, que en las consecuencias de ser gobernados por mentecatos.

Acabar el negocio de la guerra no es sencillo. Oscuros intereses económicos y políticos están de por medio. Siempre será más fácil someter a una sociedad por el camino del terror. De ahí que la alternativa que propone el uribismo frente a los diálogos de La Habana, no se quede en la guerra sucia virtual, sino que contemple la creación de un grupo armado ilegal, según las palabras de Sepúlveda. Y para el efecto, ya cuentan con generales de la calaña de Rito Alejo del Río, y con la experiencia de las hordas paramilitares. ¿Tendrá algo que ver con lo que cuentan campesinos de Casanare, sobre camionetas, que van y vienen por las trochas, repletas de fúsiles?, ¿o con la alerta hecha por la Defensoría del Pueblo acerca del supuesto rearme de una facción paramilitar en el corregimiento La Mesa del municipio de Valledupar?

Sepúlveda cuenta cómo, por órdenes de sus jefes del uribismo, atacaban perfiles, espiaban las comunicaciones de quienes consideraban enemigos y cómo, prácticas delincuenciales utilizadas en el DAS, fueron puestas al servicio de la campaña de Zuluaga, durante la guerra electoral por el poder para el período 2014-2018.

Y en esa pugna feroz, la clase política tradicional colombiana, no tiene escrúpulos. Dispuestos a matarse entre liberales y conservadores, expertos en abrazarse y crear Frentes Nacionales o Unidades Nacionales; capaces de asesinar a ciertos y a cientos de líderes; avezados en la conformación de cuadrillas de chulavitas, o ejércitos paramilitares o bandas criminales; los tiempos cambian y ellos se adaptan. Al punto, que estos honorables politicastros convirtieron el espionaje y la mentira en los únicos métodos de contradicción.

Que las redes sociales están inundadas de mentiras, que se han convertido en el nuevo campo de batalla en donde no se debaten ideas con argumentos, sino con ataques arteros, a la sombra del anonimato o de falsas identidades, es verdad de Perogrullo. Las redes sociales han llevado a la banalización de los temas que allí se mencionan y que deberían convocar a la sociedad. Basta un trino de algún badulaque y los medios masivos de comunicación se encargan de convertirlo en noticia relevante.

El asunto es, volviendo a Arendt, ¿están dadas, o se están fraguando, las condiciones para que “medios más violentos” sustituyan a las mentiras, “herramientas relativamente inocuas en el arsenal de la acción política”?

[1Filósofa alemana (1906-1975) autora entre otras obras de: Orígenes del Totalitarismo, La condición humana, y, Eichmann en Jerusalén.

[2Arendt, H. Verdad y política.